BILL, HÉROE GALÁCTICO
Titulo
original: Bill, the galactic hero
Traducción: Luis Vigil
© 1965 by Harry Harrison
© 1970 By Ediciones Dronte
Merced 4 - Barcelona
Depósito Legal B-29595-70
Edición electrónica de
Sadrac, Bs.As. 2000
A mi camarada
BRIAN W. ALDISS
que consulta el
sextante y marca
el curso para
todos nosotros.
UNO
Bill no se dio
nunca cuenta de que el sexo fue la causa de todo. Si aquella mañana el sol no
hubiera estado quemando tanto en el luminoso cielo de Phigerinadon II, y si no
hubiera entrevisto el amplio y níveo posterior de Inga-María Calyphigia
mientras se bañaba en el arroyo, hubiera prestado más atención al arado que a
las apremiantes presiones de la heterosexualidad, y hubiera seguido su curso
hasta el otro lado de la colina antes de que sonase la seductora música a lo
largo del camino. Quizá nunca la hubiera oído, y su vida hubiera sido muy, muy
diferente. Pero la oyó, y dejó caer el manillar del arado conectado a la
robomula, y se dio la vuelta y abrió la boca.
Desde luego,
era una visión maravillosa. Abriendo la marcha iba un robot-banda, de cuatro
metros de alto, espléndido en su gran morrión negro de húsar que ocultaba los
altavoces de alta fidelidad. Los dorados pilares de sus piernas golpeaban
rítmicamente mientras treinta brazos articulados tañían, pulsaban y tecleaban
una extraordinaria variedad de instrumentos. La marcial música surgía en oleada
tras inspiradora oleada, y hasta los pesados pies de campesino de Bill se
agitaron en sus zuecos mientras las brillantes botas del pelotón de soldados
marcaban el paso en perfecto unísono. Las medallas tintineaban en la hombría
extensión de sus pechos, ataviados de escarlata, y ciertamente no podía
imaginarse una visión más noble en todo el mundo. A retaguardia marchaba el
sargento, resplandeciente en sus dorados y entorchados, con una nube de
medallas y pasadores, espada y pistola, con la tripa enfajada y ojo de acero,
que buscó a Bill allí donde este se hallaba, contemplando asombrado por encima
de la valla.
La masiva
cabeza hizo un gesto en su dirección, la boca de acero se dobló en una amistosa
sonrisa, y hubo un guiño de complicidad. Entonces la pequeña legión hubo
pasado, y apresurándose tras ella llegó un grupo de robots auxiliares cubiertos
de polvo, saltando y arrastrándose o deslizándose sobre cadenas. Tan pronto
como estos hubieron pasado, Bill escaló torpemente la verja de raíles y corrió
tras ellos. No habían ocurrido más que dos acontecimientos interesante en los
últimos cuatro años, y no estaba dispuesto a perderse lo que parecía ser el
tercero.
Una multitud se
había ya arremolinado en la plaza del mercado cuando llegó Bill, y estaban
escuchando el entusiasta concierto de la banda. El robot se adentró en los
gloriosos compases de SOLDADOS ESTELARES AVANTE HACIA EL CIELO, siguiendo luego
con Los COHETES RUGEN, y casi demoliéndose a sí mismo en el tumultuoso ritmo de
Los ZAPADORES CAVAN TRINCHERAS. Interpretó esta última marcha con tal energía
que una de sus piernas salió disparada, elevándose hacia lo alto, pero la logró
recoger antes de que cayese al suelo, y la música terminó con el robot
balanceándose sobre la pierna que le quedaba y marcando el compás con la
desencajada. Igualmente, tras un último redoble de los tambores, que casi
destruyó los tímpanos del auditorio, la usó para señalar al otro lado de la
plaza, en donde se había erigido una pantalla tridimensional y un puesto de
refrescos. Los soldados habían desaparecido en el interior de la taberna, y el
sargento reclutador se hallaba solo entre sus robots, enarbolando una sonrisa
de bienvenida.
- ¡Escuchen
esto! ¡Bebidas gratis para todos, regalo del Emperador, y algunas movidas
escenas de emocionantes aventuras en climas exóticos para divertirles mientras
trasegan las bebidas! - gritó con una voz inmensa y correosa.
La mayor parte
de la gente vagó hacia allí, con Bill entre ellos, aunque algunos amargados
antimilitaristas tradicionales se escaparan por entre las casas. Las bebidas
refrescantes eran servidas por un robot que tenía un grifo por ombligo y una
interminable provisión de vasos de plástico en la cadera. Bill sorbió
alegremente el suyo, mientras seguía las emocionantes aventuras de los soldados
espaciales a todo color, con efectos sonoros y subsónicos estimulantes. Había
batallas, y muerte, y gloria, aunque solo morían los chingers: los soldados tan
solo sufrían pequeñas y limpias heridas en sus extremidades, que podían ser
cubiertas fácilmente por pequeños vendajes. Y mientras Bill estaba gozando con
todo esto, el Sargento Reclutador Grue estaba gozando con él, con sus pequeños
ojos porcinos brillando codiciosamente mientras se clavaban en el cogote de
Bill.
¡Este es el que
busco!, se regocijó para sí mismo, mientras su amarillenta lengua mojaba
involuntariamente sus labios. Ya podía notar el peso del dinero de la
recompensa en su bolsillo. El resto del auditorio era el habitual grupo de
hombres de demasiada edad, mujeres obesas, muchachos barbilampiños y otros
inalistables. Todos excepto aquel pedazo de carne de cañón electrónico de anchas
espaldas, mentón cuadrado y cabello rizado. Con una mano precisa en los
controles, el sargento disminuyó los subsónicos ambientales y dirigió un
concentrado rayo estimulante a la parte trasera de la cabeza de su víctima.
Bill se agitó en el asiento, casi tomando parte en la gloriosa batalla que se
desarrollaba ante él.
Cuando murió el
último acorde y la pantalla se apagó, el robot de los refrescos golpeó
metálicamente su pecho y aulló:
- ¡Beban,
beban, beban!
El borreguil
auditorio caminó en aquella dirección, excepto Bill, que fue arrebatado de
entre ellos por un poderoso brazo.
- Tenga, ya le
he traído una bebida para usted - le dijo el sargento, pasándole un vaso tan
cargado con drogas reductoras del ego que los sobrantes de la disolución se
estaban cristalizando en el fondo -. Es usted un tipo que se distingue por
encima de todos los individuos que hay por aquí. ¿No ha pensado nunca en seguir
una carrera en las fuerzas armadas?
- Yo no soy
ningún tipo marcial, sargento... - Bill encontró algo raro entre los dientes y
escupió para librarse de ello, y se asombró de la repentina vaguedad de sus
pensamientos. El solo hecho de que estuviera aún consciente tras el volumen de
drogas y subsónicos que había recibido era un tributo a su físico -. No soy del
tipo militar. Mi mayor ambición es ayudar, en la mejor forma posible, en la
profesión que he escogido de Operador Técnico en Fertilizantes, y ya casi he
terminado el cursillo por correspondencia...
- Ese es un mal
trabajo para un chico brillante como usted - le dijo el sargento, mientras lo
palmeaba en el brazo para comprobar sus bíceps: rocas. Resistió el impulso de
abrir sus labios para mirar el estado de sus muelas; más tarde -. Deje ese
trabajo a quienes les guste. No hay posibilidad de mejora en él. Mientras que
en el ejército la promoción no tiene límite. ¡Pero si hasta el mismo Gran
Almirante Pflunger subió por los cohetes, como se dice, desde recluta hasta
gran almirante! ¿Qué le parece esto?
- Me parece
estupendo para ese señor Pflunger, pero creo que trabajar con fertilizantes es
más divertido. Je, je... Me está entrando sueño. Creo que me iré a casa a echar
una dormida.
- No antes de
que vea esto, como un favor personal hacia mí, claro - le dijo el sargento,
poniéndose frente a él y señalando un gran libro que mantenía abierto un
pequeño robot -. Las ropas hacen al hombre, y a la mayor parte de los hombres
les avergonzaría ser vistos en un traje tan burdo como ese que lleva usted
colgando, o arrastrando esas barcazas rotas que usa por zapatos. ¿Por qué ir
así cuando podría ir así?
Los ojos de
Bill siguieron el grueso dedo hasta el grabado en color del libro, en el que un
milagro de la ingeniería mal empleada hizo que su propio rostro apareciera en
la figura ilustrada ataviada con el rojo uniforme. El sargento hizo pasar las
páginas, y en cada grabado el uniforme era algo más brillante, y la graduación
más alta. El último era el de un gran almirante, y Bill parpadeó ante su propio
rostro bajo el casco emplumado, ahora con algunas arrugas en las comisuras de los
ojos y ostentando un elegante bigote canoso, pero indudablemente aún su rostro.
- Así es como
se le vería - murmuró el sargento a su oído - una vez hubiera subido por las
escaleras del éxito. Seguro que le gustaría probarse un uniforme. ¡Sastre!
Cuando Bill
abrió su boca para protestar, el sargento le había introducido en ella un
grueso cigarro, y antes de que pudiera sacárselo el sastre robot había llegado
a su lado, corrido un brazo provisto de cortina a su alrededor, y lo había
desnudado.
- ¡Hey! ¡Hey...
! - dijo.
- No le hará
ningún daño - dijo el sargento, introduciendo su enorme cabeza entre las
cortinas y sonriendo ante la musculoso visión del cuerpo de Bill. Clavó un dedo
en un pectoral (como una roca) y luego se retiró.
- ¡Huy! - dijo
Bill cuando el sastre extendió un frío metro y lo palpó con él, tomando sus
medidas. Algo hizo chung dentro de su torso tubular, y una brillante chaqueta
roja comenzó a surgir por un orificio en el frente. En un instante se la hubo
colocado a Bill, abotonándole los brillantes botones dorados. Unos lujosos
pantalones de piel gris aparecieron luego, y más tarde unas lustrosas botas
altas y negras. Bill se tambaleó cuando la cortina fue apartada y un alto
espejo motorizado rodó frente a él.
- Oh, cómo les
gustan los uniformes a las chicas - dijo el sargento -. Y uno no puede
culparlas por ello.
Una memoria de
la visión de las blancas lunas gemelas de Inga-María Calyphigia oscureció la
vista de Bill por un momento, y cuando esta se hubo aclarado se dio cuenta de
que tenía aferrada una estilográfica y estaba a punto de firmar el contrato que
el sargento reclutador mantenía frente a él.
- No - dijo
Bill, un poco asombrado ante su propia firmeza de mente -. En realidad no lo
deseo. Como Operador Técnico en Fertilizantes...
- Y no solo
recibirá este bello uniforme, una paga de alistamiento y un examen médico
gratuito, sino que también se le concederán estas magníficas medallas. - El
sargento tomó una caja plana que le ofrecía un robot, y la abrió para mostrar
un deslumbrante conjunto de pasadores y cintas -. Esta es la Honorable Medalla
del Alistamiento - entonó con voz grave, clavando una nebulosa incrustada de
joyas, colgando de una ancha banda de color chartreuse en el amplio pecho de
Bill -. Y el Cuerno Chapado de Congratulaciones del Emperador, la Explosión
Solar de Adelante Hacia la Victoria, la Alabemos a las Madres de los
Victoriosos Caídos, y la Cornucopia que Siempre Mana, que no significa nada
pero que luce bonita y puede ser usada para llevar anticonceptivos. Dio un paso
atrás y admiró el pecho de Bill, que ahora estaba repleto de tiras, metal
brillante y deslumbrantes joyas de plástico.
- Es que no
puedo - dijo Bill -. Gracias de todas formas por la oferta, pero...
El sargento
sonrió, preparado hasta para esta resistencia de última hora, y apretó el botón
de su cinto que ponía en funcionamiento la grabación hipnótico programada en el
interior del tacón de la bota de Bill. La potente corriente neural surgió por
los contactos, y la mano de Bill saltó y se agitó, y cuando la momentánea
neblina se alzó de su vista vio que había firmado con su nombre.
- Pero...
- Bienvenido a
las Tropas Especiales - voceó el sargento, dándole una palmada en la espalda
(como una roca) y recuperando su pluma -. ¡A formar! - gritó con voz más fuerte,
y los reclutas surgieron tambaleantes de la taberna.
- ¡Qué le han
hecho a mi hijo! - gimió la madre de Bill, apareciendo en la plaza del mercado,
apretándose el pecho con una mano y arrastrando a su hijo pequeño Charlie con
la otra. Charlie comenzó a llorar y orinarse en los pantalones.
- Su hijo es
ahora un soldado para la mayor gloria del Emperador - dijo el sargento,
empujando a los boquiabiertos y decaídos reclutas hacia la formación.
- ¡No! ¡No
puede ser...! - lloriqueó la madre de Bill, arrancándose su canoso pelo -. Soy
una pobre viuda, y él es mi único apoyo... No pueden...
- Madre... -
dijo Bill. Pero el sargento lo empujó de nuevo a la formación.
- Sea valiente,
señora - dijo -. No puede haber mayor gloria para una madre. - Le dejó caer una
gran moneda reluciente en la mano -. Aquí está la paga del alistamiento, el
chelín del Emperador. Sé que él desea que lo reciba usted. ¡Atención!
Con un golpeteo
de tacones, los desgarbados reclutas alzaron los hombros y las barbillas. Para
sorpresa suya, también lo hizo Bill.
- ¡Derecha...
ar!
En un único y
grácil movimiento, giraron cuando el robot de mando emitió la orden al
activador hipnótico de cada bota.
- ¡De frente...
ar! - y lo hicieron en perfecto ritmo, tan bien controlados que, por mucho que
lo intentó, Bill no pudo ni girar la cabeza ni lanzar un último saludo a su
madre. Esta desapareció tras él, y un último chillido angustiado se perdió
entre el golpear de pisadas al paso.
- Sube el ritmo
a ciento treinta - ordenó el sargento, contemplando el reloj colocado bajo la
uña de su dedo meñique -. Tan solo hay veinte kilómetros hasta la estación, y
esta noche estaremos en el campamento, muchachos.
El robot de
mando incremento un tanto su metrónomo, y las botas golpearon con mayor
velocidad y los hombres empezaron a sudar. Para cuando habían llegado a la
estación de helicópteros ya era casi de noche; sus uniformes de papel rojo
colgaban hechos girones, la purpurina se había corrido en sus botones de lata,
y la carga superficial que repelía el polvo de sus delgadas botas de plástico
había desaparecido. Se veían tan deprimidos, desmoralizados, polvorientos y
miserables como se sentían en realidad.
DOS
No fue la
grabación de una corneta tocando diana lo que despertó a Bill, sino los
supersónicos que corrieron a lo largo del armazón metálico de su litera,
agitándolo en tal forma que hasta los empastes se desprendieron de sus dientes.
Saltó en pie, y se quedó tembloroso en la grisácea mañana. Como era verano, el
suelo estaba refrigerado: no se mimaba a los hombres del campamento León
Trotsky. Las pálidas y congeladas figuras de los otros reclutas se alzaron a
cada lado, y cuando las vibraciones, que agitaban el alma, murieron, sacaron de
debajo de las literas sus gruesos uniformes de combate hechos con tela de saco
y papel de lija, se los vistieron rápidamente, introdujeron sus pies en las
grandes botas púrpura de los reclutas, y trastabillaron hacia el alba.
- Estoy aquí
para romperos el alma - les dijo una voz rica en amenazas; y miraron al frente,
y temblaron aún más cuando contemplaron al jefe de los demonios de aquel
infierno.
El suboficial
Deseomortal Drang era un especialista desde las puntas de las irritadas lanzas
de su cabello hasta las rugosas suelas paseantes de sus botas que brillaban
como espejos. Era de amplias espaldas y delgado talle, mientras que sus largos
brazos colgaban como los de algún horrible antropoide, y los nudillos de sus
inmensos puños se veían agrietados por la rotura de millares de dientes. Era
imposible contemplar su detestable figura e imaginar que había surgido de la
tierna matriz de alguna mujer. Era imposible que hubiera nacido; debía de haber
sido fabricado a la medida para el gobierno. Lo más horrible de todo era la
cabeza. ¡El rostro! El cabello llegaba hasta un dedo de distancia por encima de
los negros mechones de sus cejas, que estaban colocadas como unos matorrales
que crecieran al borde de los negros pozos que ocultaban sus ojos, visibles tan
solo como nefastos destellos rojos en la negrura estigia. Una nariz, partida y
aplastada, se agazapaba sobre la boca, que era como una herida de cuchillo en
el hinchado vientre de un cadáver, mientras por entre los labios surgían las
grandes extremidades de los caninos, de cinco centímetros de largo como mínimo,
y que descansaban en surcos del labio inferior.
- Soy el
Oficial Subalterno Deseomortal Drang, y me llamaréis «Señor» o «Milord». -
Comenzó a caminar arriba y abajo, huraño, ante la fila de aterrorizados
reclutas -. Soy vuestro padre y vuestra madre, y todo vuestro universo, y
vuestro más dedicado enemigo, y pronto haré que maldigáis el día en que
nacisteis. Destruiré vuestra voluntad. Cuando diga «rana», saltaréis. Mi tarea
es convertiros en soldados, y los soldados guardan disciplina. La disciplina
significa simplemente una obediencia ciega, una pérdida de la propia voluntad y
una absoluta subordinación. Esto es todo lo que pido...
Se detuvo ante
Bill, que no estaba temblando tanto como los demás, y gruñó:
- No me gusta
tu cara. Un mes de cocina los domingos.
- Señor...
- Y otro mes
por contestar.
Esperó, pero
Bill permaneció en silencio. Ya había aprendido su primera lección de como ser
un buen soldado: ten la boca cerrada. Deseomortal siguió caminando.
- En este
momento no sois otra cosa más que horribles, sórdidos y fofos trozos de
repugnante carne civil. Yo transformaré esa carne en músculo, vuestra voluntad
en gelatina, vuestras mentes en máquinas. Pronto os convertiréis en buenos
soldados u os mataré. Muy pronto empezaréis a oír habladurías acerca de mí,
malévolas habladurías que os dirán como una vez maté y me comí a un recluta que
me desobedeció.
Se detuvo y se
los quedó mirando, y la tapa del ataúd que era su boca se abrió lentamente en
la repugnante imitación de una sonrisa, mientras una gota de saliva se formaba
en la punta de cada uno de sus blancos colmillos.
- Esas
habladurías son ciertas.
Se oyó un
gemido entre la hilera de reclutas, y se agitaron como si un soplo de viento
helado los hubiera recorrido. La sonrisa desapareció.
- Ahora iremos
corriendo a por los desayunos, tan pronto como se hayan ofrecido algunos
voluntarios para una misión fácil. ¿Alguno de vosotros sabe guiar un helicoche?
Dos reclutas
alzaron esperanzadamente sus manos, y les hizo un gesto para que se
adelantaran.
- De acuerdo,
vosotros dos tenéis escobas y cubos detrás de esa puerta. Limpiad la letrina
mientras los demás comen. Así tendréis mejor apetito al mediodía.
Esta fue la
segunda lección que recibió Bill sobre como ser un buen soldado: no presentarse
nunca voluntario.
Los días de
entrenamiento de los reclutas pasaron con una velocidad terriblemente
letárgico. Con los días, las condiciones se hacían peores, y Bill se sentía
cada vez más exhausto. Esto parecía imposible, pero sin embargo era verdad. Un
amplio número de mentes brillantes y sádicas lo habían diseñado en esa forma.
Las cabezas de los reclutas fueron afeitadas para conseguir una mayor
uniformidad, y su aparato genital pintado con un antiséptico color naranja para
controlar la ladilla endémica. La comida era teóricamente nutritiva pero
increíblemente repugnante, y cuando, por error, se servía un plato en buen
estado, se retiraba en el último momento y era echado a la basura, y al
cocinero se le rebajaba de grado. Su sueño era interrumpido por supuestos
ataques de gas, y su tiempo libre ocupado en el cuidado de su equipo. El
séptimo día estaba destinado al descanso, pero todos ellos habían sido
castigados, como Bill en la cocina, y transcurría como cualquier otro día. Por
esto, al tercer domingo de su prisión, cuando estaban tambaleándose en la
última hora del día antes de que las luces fueran apagadas y se les permitiera
finalmente arrastrarse a su endurecidas literas, Bill empujó contra el débil
campo de fuerza que cerraba la puerta, sabiamente diseñado para permitir que
las moscas del desierto entrasen pero no pudiesen salir de los barracones, y se
deslizó al interior. Tras catorce horas de cocina, sus piernas vibraban de
cansancio, y sus brazos estaban arrugados y pálidos como los de un muerto a
causa de la continuada inmersión en agua jabonosa. Dejó caer su guerrera al
suelo, donde quedó rígidamente en pie, sostenida por su carga de sudor, grasa y
polvo, y retiró su afeitadora de su taquilla. En la letrina, giró la cabeza
buscando un espacio limpio en uno de los espejos. Todos ellos habían sido
pintarrajeados con grandes letras que expresaban unos mensajes tan sugestivos
como:
TEN LA BOCA
CERRADA: LOS CHINGERS ESCUCHAN Y SI HABLAS ESTE HOMBRE PUEDE MORIR.
Finalmente,
enchufó la afeitadora al lado de ¿TE GUSTARÍA QUE TU HERMANA SE CASASE CON
UNO?, y centró su cara en el espejo. Unos ojos sanguinolentos y ojerosos le
devolvieron la mirada mientras deslizaba la zumbadora máquina por los famélicos
pliegues de su mandíbula. Le llevó más de un minuto el que el significado de la
pregunta penetrase en su cerebro, embotado por la fatiga.
- No tengo
ninguna hermana - gruñó desalentado -. Y, si la tuviera, ¿por qué iba a desear
casarse con un lagarto?
Era una
pregunta retórica, pero tuvo una respuesta desde el extremo más alejado de la
habitación:
- No significa
exactamente lo que dice; está ahí tan solo para hacernos odiar más al enemigo.
Bill se
sobresaltó, pues había pensado que estaba solo en la letrina, y la afeitadora
zumbó irritada y arrancó un trozo de carne de su labio.
- ¿Quién está
ahí? ¿Por qué se esconde? - espetó; y entonces reconoció a la agazapada figura
entre las sombras y los muchos pares de botas -. Ah, eres tú, Ansioso. - Su ira
desapareció, y volvió al espejo.
Ansioso Beager
formaba de tal manera parte de la letrina que uno se olvidaba de que estaba
allí. Era un jovencito de rostro redondo, que siempre sonreía, cuyas mejillas
nunca perdían su rojizo brillo, y cuya sonrisa se veía tan fuera de lugar allí
en Campo León Trotsky que todo el mundo deseaba matarlo hasta que se acordaba
de que estaba loco. Debía de estarlo, porque siempre estaba ansioso por ayudar
a sus compañeros, y se había prestado voluntario para una limpieza permanente
de la letrina. Y no solo era eso, sino que además le gustaba limpiar las botas,
y se había ofrecido a hacerlo a uno tras otro de sus camaradas, hasta que al
final limpiaba las botas de todos los componentes del pelotón, cada noche. En
cualquier momento que estuvieran en los barracones siempre se podía hallar a
Ansioso Beager acurrucado al extremo de los tronos que era su dominio personal,
rodeado por montones de zapatos, sacándoles brillo con diligencia, mientras su
rostro estaba iluminado por una sonrisa. Permanecía allí aún después de que
apagaran las luces, trabajando a la luz de una vela colocada sobre un pote de
crema para el calzado, y habitualmente se levantaba antes que los demás por la
mañana, acabando su trabajo voluntario y aún sonriendo. A veces, cuando las
botas estaban muy sucias, trabajaba durante toda la noche. El chico estaba obviamente
loco, pero nadie lo denunciaba porque limpiaba muy bien las botas, y todos
rezaban para que no muriese exhausto antes de que terminasen su entrenamiento
como reclutas.
- Bueno, si eso
es lo que quieren decir, ¿por qué no ponen simplemente «Odiad más al enemigo»?
- se quejó Bill. Apuntó con el pulgar a la pared más lejana, donde había un
cartelón con el título CONOCED AL ENEMIGO. Representaba una ilustración a
tamaño natural de un chinger, un saurio de dos metros diez de altura que se
parecía mucho a un canguro verde cubierto de escamas y con cuatro brazos, pero
con cabeza de cocodrilo -. ¿Quién iba a ser la hermana que se quisiese casar
con una cosa así? ¿Y qué iba a hacer una cosa así con una hermana, excepto
quizá comérsela?
Ansioso colocó
una última pizca de púrpura en una bota y tomó otra. Arrugó el ceño por un
breve instante para demostrar lo seriamente que pensaba.
- Bueno, verás,
esto... No se refiere a una verdadera hermana. Es tan solo parte de la guerra
psicológica. Tenemos que ganar la guerra. Para ganarla, tenemos que luchar
duro. Para luchar duro, tenemos que ser buenos soldados. Los buenos soldados
deben de odiar al enemigo. Así es como van las cosas. Los chingers son la única
raza no humana descubierta en la galaxia que haya sobrepasado el estadio del
salvajismo, así que naturalmente tenemos que aniquilarlos.
- ¿Qué diablos
quieres decir con eso de naturalmente? Yo no quiero aniquilar a nadie. Tan solo
quiero volver a casa y ser un Operador Técnico en Fertilizantes.
- Bueno, no me
refería a ti personalmente, por supuesto. ¡Je, je! - Ansioso abrió un nuevo
bote de crema con manos tiznadas de púrpura, e introdujo sus dedos en el
interior - Me refiero a la raza humana. Así es como hacemos las cosas. Si no
los aniquilamos, serán ellos quienes lo hagan con nosotros. Naturalmente, ellos
dicen que la guerra va contra su religión, y que tan solo luchan para
defenderse, y que jamás han realizado ningún ataque. Pero no podemos creerlos
aunque sea cierto. Podrían cambiar su religión o cambiar de idea algún día, y
entonces ¿qué pasaría? La mejor respuesta es aniquilarlos ahora.
Bill desenchufó
la afeitadora y se lavó la cara con la tibia y herrumbroso agua.
- No obstante,
me sigue pareciendo insensato. De acuerdo, la hermana que yo tengo no debe de
casarse con ninguno de ellos, pero ¿qué hay de eso? - señaló a lo pintado en
las paredes:
MANTENGA LIMPIA
LA DUCHA - EL ENEMIGO LE ESCUCHA.
- O eso - el
rótulo sobre el urinario que decía:
ABRÓCHESE LA
BRAGUETA - EL ENEMIGO NADA RESPETA.
- Si es que
olvidamos por un momento el hecho de que no tenemos aquí ningún secreto por el
que valga la pena recorrer ni un kilómetro, y mucho menos veinticinco años-luz,
¿cómo podría ser espía un chinger? ¿Qué clase de disfraz podría hacer pasar a
un lagarto de dos metros diez por un recluta? Ni siquiera se podría enmascarar
a uno para que se pareciese a Deseomortal Drang, aunque ya se parezcan
bastante...
Las luces se
apagaron y, como si el pronunciar su nombre lo hubiera conjurado como un
demonio del infierno, la voz de Deseomortal resonó por los barracones:
- ¡A las
literas! ¡A las literas! ¿Es que no sabéis, sucios mamones, que estamos en
guerra?
Bill se
tambaleó por entre la oscuridad de los barracones, en los que la única
iluminación era el rojo brillo de los ojos de Deseomortal. Cayó dormido en el
mismo instante en que su cabeza tocó la almohada de carborundo, y le pareció
que tan solo había pasado un momento cuando la diana lo hizo saltar de su
litera. En el desayuno, mientras estaba cortando trabajosamente su sucedáneo de
café en trozos lo bastante pequeños como para poder ser tragados, las
telenoticias informaron de duras luchas en el sector de Beta Lira con
crecientes bajas. Un rugido recorrió el comedor cuando se anunció esto, no por
un exceso de patriotismo, sino porque las malas noticias hacían que las cosas
se pusieran aún peor para ellos. No sabían como se podía lograr esto, pero
estaban seguros de que así sería. No se equivocaban. Como aquella mañana era
algo más fresca de lo usual, el desfile del lunes se retrasó hasta el mediodía,
cuando la pista de entrenamiento, de ferroconcreto, se hubo calentado lo
bastante como para producir el mayor número posible de desvanecimientos por el
calor. Pero esto tan solo era el comienzo. Desde donde se encontraba Bill, en
posición de firmes cerca del final, podía ver como se había montado la garita
con aire acondicionado en la tribuna de revista. Eso significaba jefazos. La
guarda del gatillo de su rifle atómico le hizo un agujero en el hombro, y una
gota de sudor se formó y luego cayó desde la punta de su nariz. Por los
rabillos de sus ojos podía ver un continuo movimiento mientras otros reclutas
se derrumbaban, entre las apretadas filas, de a millares, y eran arrastrados
por los enfermeros hasta las ambulancias que los esperaban. Una vez allí, se
los ponía a la sombra de los vehículos hasta que revivían y podían ser
devueltos a sus puestos en la formación.
Entonces la
banda inició los compases de ¡ADELANTE, ESPACIONAUTAS, Y VENCERÉIS A LOS
CHINGERS!, y la señal radiada a cada tacón de bota les hizo presentar armas al
mismo tiempo, y los millares de rifles brillaron al sol. El vehículo de mando
del general comandante, reconocible por las dos estrellas pintadas en él, se
acercó a la garita de revista, y una pequeña y obesa figura se movió
rápidamente por entre el horneado aire hasta el confort del recinto. Bill nunca
lo había visto tan de cerca, al menos por delante, aunque en una ocasión,
cuando regresaba a altas horas de su trabajo en la cocina, había visto al
general metiéndose en su coche cerca del teatro del campo. Al menos, Bill pensó
que lo era, pues lo único que había visto fue una rápida visión posterior. Por
lo tanto, tenía una imagen mental del general que era la de una amplia parte
posterior sobrepuesta a una figura similar a la de una hormiga. Pensaba en los
oficiales en esos mismos términos generales, ya que, naturalmente, los reclutas
no veían para nada a los oficiales durante su entrenamiento. Bill había podido
dar una buena ojeada a un subteniente en cierta ocasión, cerca de la sala de
los ordenanzas, y sabía que tenía rostro. Y también había contemplado a aquel
oficial médico a no más de diez metros de distancia, cuando les había hablado
sobre los peligros de las enfermedades venéreas, pero Bill había tenido la
suerte de estar detrás de un poste y había podido dormirse en seguida.
Cuando la banda
se calló, los altavoces antigravitatorios flotaron sobre las tropas y el
general pronunció un discurso. No tenía nada que decir que importase a nadie, y
lo cerró con el anuncio de que debido a las pérdidas en el campo de batalla su
programa de entrenamiento sería acelerado, que era exactamente lo que se
esperaban. Entonces la banda tocó algo más, y marcharon de regreso a los
barracones, se cambiaron a sus ásperos uniformes de combate y marcharon, esta
vez a paso ligero, hasta el campo de tiro, en donde dispararon sus rifles
atómicos a réplicas en plástico de chingers que surgían de agujeros en el
terreno. Su puntería era muy mala, hasta que Deseomortal Drang surgió de uno de
los agujeros, y cada soldado cambió el tiro a automático y lo alcanzó con cada
disparo de cada rifle, lo cual es realmente difícil. Entonces se disolvió el
humo, y dejaron de dar gritos de júbilo y comenzaron a sollozar cuando vieron
que tan solo era una réplica en plástico de Deseomortal, ahora hecha pedazos, y
el original apareció tras ellos y rechinó sus colmillos y los castigó a todos
con un mes de cocina.
- El cuerpo
humano es una cosa maravillosa - dijo un mes más tarde Caliente Brown, mientras
estaban sentados alrededor de una mesa en el Club de Tropa, comiendo salchichas
embutidas en plástico y rellenas de barridos de carretera y bebiendo aguada
cerveza tibia. Caliente Brown era un pastor de thoats de las llanuras, y era
por eso por lo que le llamaban Caliente, ya que todo el mundo sabe lo que hacen
los pastores de thoats con sus thoats. Era alto, delgado y de arqueadas
piernas, y tenía la piel quemada hasta el color del cuero antiguo. Pero era un
gran pensador, porque la única rosa que tenía en gran cantidad era tiempo para
pensar. Podía albergar un pensamiento durante días, hasta semanas, antes de
mencionarlo en voz alta, y mientras lo pensaba nada podía molestarle. Hasta
dejaba que lo llamaran Caliente sin protestar, mientras que si se lo llamas a
cualquier otro soldado te partirá la cara. Bill y Ansioso y los demás soldados
del pelotón que se hallaban alrededor de la mesa aplaudieron y gritaron, como
hacían siempre cuando Caliente decía algo.
- ¡Di algo más,
Caliente!
- ¡Hablas...
pensé que estabas muerto!
- ¡Sigue...!
¿Por qué es el cuerpo algo maravilloso?
Esperaron en
expectante silencio, mientras Caliente conseguía romper un pedazo de su
salchicha y, tras un inefectivo masticar, lo tragaba con un esfuerzo que
constelaba sus ojos de lágrimas. Amenguó el dolor con un trago de cerveza y
habló:
- El cuerpo
humano es algo maravilloso porque, si no muere, vive.
Esperaron a por
más, hasta que se dieron cuenta de que había terminado y entonces mugieron.
- Muchacho,
eres un calenturiento.
- Preséntate
para la escuela de suboficiales.
- Sí, pero...
¿qué es lo que eso significa?
Bill sabía lo
que significaba, pero no lo dijo. Tan solo había en el pelotón la mitad de
hombres de los que había en el primer día. Uno había sido transferido, pero
todos los demás estaban en el hospital, o en el manicomio, o habían sido
licenciados por conveniencia del gobierno ya que estaban demasiado tullidos
para el servicio activo. O muertos. Los supervivientes, tras perder cada gramo
de peso que no fuera hueso o los esenciales tejidos de conexión, habían
recuperado el peso perdido en forma de músculos, y estaban ahora totalmente
adaptados a los rigores del Campo León Trotsky, aunque seguían odiándolo. Bill
se maravillaba de la eficiencia del sistema. Los civiles tenían que preocuparse
de exámenes, escalafones, planes de retiro, ascensos, y un millar de otros
factores que limitaban su eficiencia como trabajadores. ¡Pero qué fácilmente lo
solucionaban los militares! Simplemente mataban a los más débiles y usaban a
los supervivientes. Respetaba al sistema, aunque seguía odiándolo.
- ¿Sabéis lo
que necesito? - dijo Horroroso Ugglesway - Necesito una mujer.
- No digas
obscenidades - dijo rápidamente Bill, al que habían educado tal y como debía
ser.
- ¡No estoy
diciendo obscenidades! - gimoteó Horroroso -. No es como si dijera: Quiero
reengancharme, o pienso que Deseomortal es humano, ni nada de eso. Tan solo he
dicho que necesito una mujer. ¿Acaso no la necesitamos todos?
- Yo necesito
un trago - dijo Caliente Brown, mientras daba un largo sorbo a su vaso de
cerveza deshidratada y reconstruida, se estremecía, y la escupía entre sus
dientes en un largo chorro hasta el concreto, de donde se evaporó
inmediatamente.
- Afirmativo,
afirmativo - aceptó Horroroso, agitando su cara llena de granos arriba y abajo
-. Necesito una mujer y un trago. - Su gemido se hizo casi suplicante -.
Después de todo, ¿qué otra cosa puede desear un soldado además de licenciarse?
Pensaron acerca
de ello durante largo rato, pero no pudieron hallar ninguna otra cosa que deseasen
realmente. Ansioso Beager sacó la cabeza de debajo de la mesa, donde estaba
escondido limpiando una bota, y dijo que deseaba más crema, pero lo ignoraron.
Hasta el mismo Bill, ahora que empleaba su mente en ello, no podía pensar en
nada que desease realmente fuera de ese par de cosas inextricablemente unidas.
Trató de pensar concentradamente en cualquier otra cosa, ya que tenía vagas
memorias de haber deseado algo más cuando había sido civil, pero nada le vino a
la mente.
- Je, je, tan
solo faltan siete semanas para que nos den nuestro primer pase - dijo Ansioso
bajo la mesa. Y entonces chilló cuando todos lo patearon a un tiempo.
Pero por lento
que se arrastrase el tiempo subjetivo, los calendarios objetivos seguían
operando, y las siete semanas pasaron y se eliminaron a sí mismas una tras
otra. Atareadas semanas repletas de todos los cursos esenciales de
entrenamiento de reclutas: prácticas con la bayoneta, entrenamiento con armas
ligeras, inspección de armas cortas, esberizamiento, charlas de orientación,
movimientos con armas, cantos comunales, y los Artículos del Código de Guerra.
Estos últimos eran leídos con aterradora regularidad dos veces por semana, y
eran una absoluta tortura a causa de la intensa somnolencia que ocasionaban. Al
primer zumbido de la gastada voz monótona de la grabadora, las cabezas
comenzaban a inclinarse. Pero cada asiento del auditorio estaba conectado a un
encefalógrafo que registraba las ondas cerebrales del soldado. Tan pronto como
la curva de la onda Alfa indicaba la transición de la conciencia a la
somnolencia, una poderosa descarga de electricidad era disparada contra los
adormecidos fondillos, despertando dolorosamente a su propietario. El húmedo
auditorio era una mal iluminada cámara de torturas, repleta de la ronroneante
voz aburrida, interrumpida por los agudos chillidos de los electrificados, el
mar de los cabeceantes soldados, punteado aquí y allá por figuras saltando
dolorosamente.
Nadie escuchaba
nunca las terribles ejecuciones y sentencias de los Artículos para los más
inocentes crímenes. Todo el mundo sabía que había abandonado sus derechos
humanos al alistarse, y el recordatorio de todo lo que habían perdido no les
interesaba en lo más mínimo. Lo que realmente les interesaba era contar las
horas hasta el momento en que recibirían su primer pase. El ritual por el que
esta recompensa era reticentemente entregada era humillante en forma poco
común, pero ya se esperaban eso y, simplemente, bajaban la vista y seguían en
la fila, dispuestos a sacrificar cualquier migaja que aún les restase de su
autorespeto a cambio del arrugado trozo de plástico. Terminado el rito, había
carreras hasta el tren monorraíl cuya vía colgaba de los pilares cargados
eléctricamente, corriendo por encima de las alambradas de diez metros de alto,
cruzando los terrenos de arenas movedizas y llegando hasta la pequeña ciudad
agrícola de Leyville.
Al menos había
sido una ciudad agrícola antes de que se edificase el Campo León Trotsky, y
esporádicamente, en las horas en que los soldados no estaban de paseo, seguía
su tradicional inclinación agrícola. El resto del tiempo se cerraban los
almacenes de grano y alimentos, y se abrían los bares y prostíbulos. Muchas
veces los mismos edificios eran utilizados para ambas misiones. Se bajaba una
palanca cuando descendía en la estación el primero de los soldados, y los
depósitos de grano se convertían en camas, las dependientas en prostitutas, y
los cajeros mantenían su función, aunque los precios subían, mientras los
mostradores eran llenados de vasos para servir como bares. Fue en uno de estos
establecimientos, un salón de pompas fúnebres transformado en bar, en donde
entraron Bill y sus amigos.
- ¿Qué será,
muchachos? - les dijo el propietario del Bar y Grill del Descanso Final.
- Un doble de
líquido embalsamador - le dijo Caliente Brown.
- Sin bromas -
dijo el dueño, mientras su sonrisa se desvanecía por un segundo, tomando una
botella en la que el brillante letrero VERDADERO WHISKY había sido engomado
sobre el grabado en el cristal LÍQUIDO EMBALSAMADOR -. Si hay problemas,
llamaré a los PM. - La sonrisa regresó cuando el dinero cayó sobre el mostrador
-. Decidme qué veneno queréis, caballeros.
Se sentaron
alrededor de una larga y estrecha mesa tan gruesa como ancha, con asas de
bronce a ambos lados, y dejaron que el bendito descanso del alcohol etílico se
abriera camino por entre el polvo que llenaba sus gargantas.
- Nunca bebí
antes de entrar en el ejército - dijo Bill, tragándose cuatro dedos completos
del Viejo Matarriñones y poniendo el vaso para que le sirvieran más.
- Nunca tuviste
necesidad - le dijo Horroroso, sirviéndole.
- Seguro que no
- afirmó Caliente Brown, paladeando con gusto y llevándose de nuevo una botella
a los labios.
- Je, je - rió
Ansioso Beager, sorbiendo dubitativo el borde de su vaso -. Sabe como un tinte
hecho con azúcar, serrín, diversos ésteres y cierto número de alcoholes
nocivos.
- Bebe - dijo
Caliente incoherentemente, sin apartar los labios del gollete de la botella -.
Todo eso es bueno para tu salud.
- Ahora quiero
una mujer - dijo Horroroso; y se produjo una carrera, y todos se apretujaron en
la puerta tratando de salir al mismo tiempo, hasta que alguien gritó: ¡Mirad!,
y se giraron para ver a Ansioso aún sentado ante la mesa.
- ¡Mujeres! -
dijo Horroroso entusiásticamente, con el tono de voz en que uno dice: ¡Comida!
cuando llama a un perro. El grupo de hombres se agitó en la puerta y golpeó con
los pies. Ansioso no se movió.
- Je, je...
Creo que me quedaré aquí - dijo, con su sonrisa tan simple como siempre -. Pero
vosotros podéis ir.
- ¿No te
sientes bien, Ansioso?
- Me siento
bien.
- ¿Acaso no has
llegado a tu pubertad?
- Je, je...
- ¿Qué es lo
que vas a hacer aquí?
Ansioso buscó
debajo de la mesa un macuto. Lo abrió para mostrarles que estaba repleto de
grandes botas púrpuras.
- Pensé ponerme
al día con mi limpieza.
Caminaron
lentamente por la acera de madera, silenciosos por el momento.
- Me pregunto
si hay algo que no funciona en Ansioso - dijo Bill, pero nadie le respondió.
Estaban mirando a lo largo de la calle, a un cartel brillantemente iluminado
que emitía un atractivo resplandor.
EL DESCANSO DEL
ESPACIONAUTA, decía, STRIP-TEASE CONTINUO y LAS MEJORES BEBIDAS, y aún mejor
HABITACIONES PRIVADAS PARA LOS INVITADOS Y SUS AMIGOS. Caminaron más de prisa.
La fachada del Descanso del Espacionauta estaba cubierta por escaparates a
prueba de golpes llenos de fotos tridimensionales de las artistas completamente
vestidas (triangulito y dos estrellas), y más allá otras de las mismas desnudas
(sin triangulito y con las estrellas caídas). Bill hizo acallar los rápidos
jadeos señalando a un pequeño rótulo casi perdido entre el tumescente tesoro de
glándulas mamarias.
SOLO PARA
OFICIALES, decía.
- Largo -
chirrió un PM, empujándolos con su porra electrónica. Se arrastraron
alejándose.
El siguiente
establecimiento admitía a hombres de todas las clases sociales, pero la entrada
era de setenta y siete créditos, más de lo que tenían entre todos ellos.
Después de esto, los SOLO PARA OFICIALES comenzaban de nuevo, hasta que
terminaba el pavimento y todas las luces estaban tras ellos.
- ¿Qué es eso?
- preguntó Horroroso al oír el sonido de voces murmurando desde una cercana
calle oscura; y mirando de cerca pudieron ver una línea de soldados que se
extendía hasta perderse de vista en una distante esquina -. ¿Qué es esto? - le
preguntó al último de la cola.
- La casa de
las fulanas de los soldados. Y no trates de colarte, chaval. A la cola, a la
cola.
Se unieron a
ella instantáneamente, y Bill quedó el último, pero no por mucho rato. Fueron
avanzando lentamente, y otros soldados aparecieron y formaron cola tras ellos.
La noche era fría, y tomó muchos tragos revitalizadores de su botella. Se oían
pocas conversaciones, y hasta estas morían al irse aproximando a la puerta
iluminada con luz roja. Se abría y cerraba a intervalos regulares, y uno a uno
los amigos de Bill se introdujeron. Entonces llegó su turno, y la puerta empezó
a abrirse, y él comenzó a adelantarse, y las sirenas comenzaron a chillar, y un
enorme PM de gruesa tripa saltó entre Bill y la puerta.
- Llamada de
emergencia. ¡De vuelta a la base! - ladró.
Bill aulló un
estrangulado gruñido de frustración, y saltó hacia adelante. Pero un golpecito
de la porra electrónica lo volvió con los demás. Se lo llevaron medio atontado
entre la masa de cuerpos, mientras las sirenas gemían, y la aurora artificial
en el cielo formaba las palabras: ¡A LAS ARMAS! en letras llameantes de dos
centenares de kilómetros de largo cada una. Alguien extendió una mano,
sosteniendo a Bill cuando comenzaba a caer bajo las botas púrpura. Era su
compañero, Horroroso, que mostraba una sonrisa de satisfacción, y por ello lo
odió y trató de golpearle. Pero antes de que pudiera alzar el puño se vieron
introducidos en el vagón del monorraíl, lanzados a través de la noche y escupidos
de vuelta en el Campo León Trotsky. Olvidó su irritación cuando las engarfiadas
pezuñas de Deseomortal Drang lo arrancaron de la multitud.
- Empaquen los
macutos - carraspeo -. Van a partir.
- No pueden
hacernos eso... No hemos terminado nuestro entrenamiento.
- Pueden hacer
lo que quieran, y normalmente lo hacen. Se acaba de combatir una gloriosa
batalla espacial hasta su victoriosa conclusión. Y han habido cuatro millones
de bajas, con una aproximación de algunos centenares de miles. Se necesitan reemplazos,
y esos sois vosotros. Preparaos para embarcar en los transportes
inmediatamente, o antes.
- No podemos...
¡No tenemos equipo espacial! La intendencia...
- Todo el
personal de intendencia ya ha sido embarcado.
- La comida...
- Los cocineros
y los pinches ya están en el espacio. Esta es una emergencia. Todo el personal
no esencial está siendo enviado. Probablemente a su muerte - se acarició un
colmillo, y los inundó con una horrible sonrisa -. Mientras, yo permaneceré
aquí, en tranquila seguridad, para entrenar a vuestros reemplazos.
El tubo de
llegada hizo un sonido apagado y, mientras abría la cápsula del mensaje y leía
su contenido, su sonrisa se hizo lentamente pedazos.
- Me embarcan
también a mí - dijo con voz hueca.
TRES
86.672.890
reclutas habían sido ya embarcados para el espacio desde el Campo León Trotsky,
así que el proceso era automático y funcionaba perfectamente, aunque esta vez
se estaba devorando a sí mismo, como una serpiente que se traga su propia cola.
Bill y sus compañeros fueron el último grupo de reclutas enviado, y la
serpiente comenzó a digerirse a sí misma justo tras ellos. Apenas se les hubo
arrebatado su naciente barba y los hubieron despiojado en el despiojador
ultrasónico, los barberos se lanzaron unos contra otros y en un amasijo de
brazos, rizos de pelo, trozos de bigote, pedazos de carne y gotas de sangre, se
afeitaron y cortaron el pelo unos a otros, y luego arrastraron al operador tras
ellos en la cámara ultrasónica. Los enfermeros se inocularon a sí mismos
inyecciones contra la fiebre de los cohetes y los constipados espaciales, los
oficinistas se hicieron a sí mismos libretas de paga y los cargadores se
empujaron a patadas unos a otros por las rampas que subían hasta los
transbordadores. Los cohetes ardían, dejando columnas de fuego como lenguas
escarlatas que lamieran las torres de lanzamiento, quemando las rampas en un
bello espectáculo pirotécnico ya que los operadores de las rampas también
estaban a bordo. Las naves rugieron y produjeron ecos en el cielo de la noche,
dejando al Campo León Trotsky convertido en una silenciosa ciudad fantasma en
la que pedazos de órdenes del día y listas de castigo se agitaban y volaban
desde los tablones de anuncios, bailando a través de las abandonadas calles
para chocar finalmente contra las ruidosas y encendidas ventanas del Club de
Oficiales, en el que se estaba desarrollando una fenomenal borrachera, aunque
hubiera muchas quejas puesto que los oficiales tenían que servirse a sí mismos.
Arriba y arriba
subieron los transbordadores, hacia la gran flota de naves del espacio profundo
que oscurecía las estrellas de encima, una nueva flota, la más poderosa que la
galaxia hubiera visto jamás, de hecho tan nueva que las naves estaban aún
siendo construidas. Los sopletes brillaban en cegadores puntos de luz, mientras
los ribetes al rojo describían sus trayectorias planas por el espacio hasta los
cestos que los esperaban. Los puntos de luz morían a medida que los monstruos
de los mares espaciales eran completados, y se oían apagados chillidos en la
longitud de onda de las radios de los trajes espaciales cuando los obreros, en
lugar de ser devueltos a los astilleros, eran forzosamente reclutados al
servicio de la nave que acababan de construir. Esto era una guerra total. Bill
se tambaleó a lo largo del cimbreante tubo de plástico que conectaba el
transbordador a un acorazado espacial, y dejó caer sus macutos frente a un
suboficial que se sentaba tras un escritorio en la compuerta, del tamaño de un
hangar. O trató de dejarlos caer, puesto que al no haber gravedad los macutos
se quedaron en medio del aire, y cuando los empujó fue él quien se elevó.
(Puesto que un cuerpo, cuando está cayendo libremente, se dice que está en
caída libre, y cualquier cosa con peso no tiene peso, y por cada acción hay una
igual pero opuesta reacción, o algo así) El suboficial miró hacia arriba,
farfulló, y tiró de Bill, bajándolo a cubierta.
- No toleraré
ninguno de esos trucos de novato espacial, soldado. ¿Nombre?
- Bill, con
elle.
- Bil - murmuró
el suboficial, chupando el plumín de su estilográfica. Y luego escribió el
nombre en la lista de embarque con grandes letras de analfabeto -. La elle es
tan solo para los oficiales, chalado... a ver si lo aprendes. ¿Cuál es tu
clasificación?
- Recluta, sin
cualificar, sin entrenar, con mareo espacial.
- Bueno, no
vomites aquí. Para eso tienes tu recinto. Ahora eres un especialista en
fusibles de sexta clase, sin cualificar. Quedas asignado al compartimiento 34
J-89T-001. Muévete, y mantén ese saco de patatas sobre tu cabeza
No bien hubo
encontrado Bill su compartimiento y lanzado los macutos sobre una litera, en
donde flotaron a quince centímetros por encima de la colchoneta rellena de
rocas, cuando Ansioso Beager entró, seguido de Caliente Brown y una multitud de
extraños, algunos de los cuales llevaban sopletes y expresiones de irritación.
- ¿Dónde está
Horroroso y el resto del pelotón? - preguntó Bill.
Caliente se
alzó de hombros y se ató a una litera para echar un sueñecito. Ansioso abrió
una de las seis bolsas que siempre llevaba encima y sacó algunas botas para
limpiar.
- ¿Estáis
salvados? - una voz profunda, vibrante de emoción, sonó en el otro extremo del
compartimiento. Bill miró hacia allí, asombrado, y el enorme soldado que se
encontraba allí apercibió el movimiento y apuntó hacia él un inmenso dedo -.
Tú, hermano, ¿estás salvado?
- Eso es
bastante difícil de decir - murmuró Bill, inclinándose y rebuscando en su
macuto, esperando a que el hombre se largase. Pero no lo hizo. En realidad, se
acercó y se sentó en la litera de Bill. Bill trató de ignorarlo, pero esto era
difícil, porque el soldado tenía más de un metro ochenta de altura, era
musculoso y tenía una mandíbula de acero. Gozaba de una negra piel purpúrea que
le hizo sentir un poco de envidia a Bill, ya que la suya tan solo era de un
gris rosáceo. Como el uniforme de a bordo del soldado tenía casi la misma
tonalidad de negro, parecía de una sola pieza, lo cual era muy efectivo con su
abierta sonrisa y su aguda mirada. - Bienvenido a bordo del Fanny Girl - dijo, y
con un amistoso apretón de manos desencajó la mayor parte de los huesos de los
nudillos de Bill -, esta vieja nave de la flota comisionada hace casi una
semana. Yo soy el reverendo especialista en fusibles de sexta clase Tembo, y
veo por el grabado de tu macuto que te llamas Bill, y como somos compañeros,
por favor, Bill, llámame Tembo. Y, ¿cuál es la condición de tu alma?
- No he tenido
muchas oportunidades de pensar en eso últimamente...
- Pienso que
no, puesto que vienes del entrenamiento de reclutas, y el atender a una capilla
durante ese entrenamiento se castiga con una corte marcial. Pero todo eso ya
pasó, y ahora puedes ser salvado. ¿Puedo preguntarte si eres de la fe...?
- Mi familia
eran Zoroastrianos Fundamentalistas, así que supongo que...
- Supersticiones,
muchacho. Vulgares supersticiones. Ha sido la mano del destino la que nos ha
reunido en esta nave, para que tu alma tenga esta oportunidad de ser salvada
del oscuro abismo. ¿Has oído hablar de la Tierra?
- Me gustan las
comidas sencillas...
- Es un
planeta, muchacho: la cuna de la raza humana. El hogar del que todos venimos,
¿comprendes? Un mundo verde y hermoso, una joya en el espacio.
Tembo había sacado un pequeño proyector de su
bolsillo mientras hablaba, y una imagen multicolor apareció en la mampara, un
planeta flotando artísticamente en el vacío, rodeado de blancas nubes.
Repentinamente, fieros rayos surgieron de las nubes, y todo esto hirió e hirvió
mientras grandes cicatrices aparecían el en el planeta de abajo. Del
microscópico altavoz surgió débil sonido de los truenos -. Pero las guerras
estallaron entre los hijos del hombre, y se golpearon unos a otros con las
energías atómicas hasta que la misma Tierra gimió, y cuando los relámpagos
finales enorme fue el holocausto se apagaron la muerte reinaba en el norte, la
muerte reinaba en el oeste, la muerte reinaba en el este, muerte, muerte,
muerte.
- ¿Te das
cuenta de lo que eso significa? - la voz de Tembo era elocuente en su
sentimiento, y quedó suspendida por un instante a medio vuelo, esperando la
respuesta a su pregunta catequista.
- No estoy
seguro - dijo Bill, rebuscando sin objetivo en su macuto -. Yo vengo de
Phigerinadon II, es un sitio tranquilo...
- ¡La muerte no
reinaba en el Sur! Y ¿por qué fue salvado el Sur?, te preguntarás. Y la
respuesta es: porque fue deseo de Samedi que todos los falsos profetas y las
falsas religiones y los falsos dioses fueran borrados del rostro de la Tierra
de forma que tan solo quedase la verdadera fe. La Primera Iglesia Reformada
Vudú...
Sonó el cráneo
humano de tal generala, una aullante alarma calculada para producir una
frecuencia resonante en se hallara en forma que el hueso vibrase como si la
cabeza el interior de una tremenda campana, y los ojos se desenfocasen con cada
sonido. Hubo un correteo hacia el corredor, en donde el horrible sonido no era
tan intenso y en donde los suboficiales estaban esperando para llevarlos a sus
puestos. Bill siguió a Ansioso Beager, subiendo por una aceitosa escalera hasta
llegar a la compuerta en el piso de la sala de fusibles. Grandes hileras de
fusibles se extendían por todos lados, mientras de la parte superior de las
hileras surgían cables del grosor de un brazo que subían hasta el techo y
desaparecían en él. Frente a las hileras, regularmente espaciados, se veían
unos agujeros redondos de más de un palmo de diámetro.
- Mis frases
iniciales serán breves: si alguno de vosotros me crea problemas, yo
personalmente lo tiraré de cabeza por el más cercano conducto de fusibles - un
grasiento índice apuntó a uno de los agujeros del piso, y reconocieron la voz
de su nuevo dueño. Era más bajo y más ancho y más grueso de tripa que
Deseomortal, pero existía una semejanza genérica que era inconfundible -. Soy
el especialista en fusibles de primera clase Bilis. Os cogeré a vosotros,
repugnantes y los echaré por el conducto de fusibles más cercano. Esta es una
especialidad altamente especializada y eficientemente técnica, que usualmente
se tarda un año en enseñar a un hombre inteligente, pero esto es la guerra, así
que vais a aprenderlo a hacerlo ahora, o de lo contrario... Os haré una
demostración. Tembo, al frente y al centro. Toma el tablero 19J-9, está fuera
de circuito ahora.
Tembo golpeó
los tacones y se colocó en rígido firmes frente al tablero. Extendiéndose a
ambos lados de él, se hallaban los fusibles, cilindros de cerámica blanca
recubiertos en ambas extremidades por metal. Cada uno de un palmo de diámetro,
un metro y medio de alto, y pesando treinta y cinco kilos. Había una banda roja
rodeando el centro de cada fusible. El primera clase Bilis golpeó una de esas
bandas.
- Cada fusible
tiene una de estas bandas rojas que se llama una banda de fusibles y es de
color rojo. Cuando el fusible se quema, esta banda se vuelve negra. No espero
que os acordéis de todo eso ahora, pero está en vuestro manual, y os lo vais a
saber al pie de la letra antes de que haya acabado con vosotros, o de lo
contrario... Ahora os demostraré lo que pasará cuando se queme un fusible.
Tembo: ¡ese es un fusible fundido! ¡Ar!
- ¡Uggg! -
chilló Tembo, y saltó sobre el fusible y lo cogió con ambas manos -. ¡Uggg! -
dijo de nuevo, y lo arrancó de los bornes. Y de nuevo -: ¡Uggg! - cuando lo
dejó caer por el conducto de fusibles. Entonces, aún ugggeando, sacó un fusible
nuevo de las hileras de almacenamiento y lo colocó en su lugar, y con un uggg
final se puso de nuevo firmes.
- Y así es como
se hace: por tiempos, en la forma militar. Y lo vais a aprender, o de lo
contrario... - sonó un apagado zumbido, atravesando el aire como un eructo mal
contenido -. Eso es la llamada a rancho, así que os dejaré que vayáis, y
mientras estéis comiendo pensad en todo lo que vais a tener que aprender.
¡Rompan filas!
Otros soldados
iban ya por el corredor, y los siguieron a las entrañas de la nave.
- Je, je...
¿Creéis que la comida será algo mejor que la del campamento? - preguntó
Ansioso, lamiéndose excitadamente los labios.
- Es
completamente imposible que sea peor - dijo Bill, cuando se unieron a una cola
que llegaba hasta una puerta marcada Comedor Consolidado Nº 2 -. Cualquier
cambio será para mejorar. Después de todo... ¿no somos ahora soldados en
campaña? Tenemos que estar bien alimentados para el combate, según dice el
manual.
La cola se
movió hacia adelante con una dolorosa lentitud, pero en menos de una hora se
hallaron en la puerta. Tras ella, un cansado soldado de cocina vestido con un
mono grasiento y manchado de jabón le entregó a Bill una jarra de plástico
amarillo de un cajón situado frente a él. Bill siguió hacia adelante, y cuando
el soldado frente a él se apartó se encontró con una pared desnuda de la que
emergía un único grifo sin llave. Un grueso cocinero que se hallaba junto a él,
vistiendo un enorme gorro blanco de cocinero y una camiseta sucia, le indicó
que se adelantase con la cuchara sopera que llevaba en la mano.
- Vamo', vamo',
¿no ha com'ío nunca? 'A jarra bajo e' grifo, 'a chapa en e' bujero, ¡venga ya!
Bill puso la
jarra tal y como se lo había ordenado, y se fijó en una delgada ranura en la
pared metálica, justamente a la altura de la vista. Su placa de identificación
le colgaba del cuello, y la introdujo en la ranura. Algo hizo bzzz, y un
delgado chorro de fluido amarillento salió a borbotones, llenando a medias el
recipiente.
- ¡El
siguiente! - chilló el cocinero. Y empujó a Bill, para que Ansioso pudiera
tomar su lugar.
- ¿Qué es esto?
- preguntó Bill, contemplando la jarra.
- ¿Qué é' é'to?
- se irritó el cocinero, poniéndose de un brillante color rojo ¡E'to é' tu
com'ía, so idiota! E'to é' un agua absolutamente químicamente pura, en la que
é'tan disue'to 18 aminoácido', 16 vitamina', 11 sale' minerale', u' ester ácido
y glucosa, ¿Qué otra cosa e'peraba'?
- ¿Comida...? -
dijo esperanzado Bill; y entonces lo vio todo rojo, cuando la cuchara sopera le
golpeó la cabeza -. ¿Podrían dármela sin el ester ácido? - preguntó
confiadamente, pero lo empujaron de vuelta al corredor, en donde se le unió
Ansioso.
- Je, je - dijo
Ansioso -, esto tiene todos los elementos nutritivos necesarios para mantener
indefinidamente la vida. ¿No es maravilloso?
Bill sorbió su
jarra y luego suspiró trémulamente.
- Mira esto -
le dijo Tembo; y cuando Bill se dio la vuelta una imagen proyectada apareció en
la pared del corredor. Mostraba un firmamento con nubes sobre las que parecían
flotar pequeñas figuras -. El infierno te espera, muchacho, a menos que seas
salvado. Da la espalda a tus creencias supersticiosas y acógete en la Primera
Iglesia Vudú Reformada, que te abre los brazos; entra en su seno, y hallarás tu
lugar en el cielo a la diestra de Samedi. Estarás allí sentado con Mondongué y
Bakalú y Zandor, que saldrán a recibirte.
La escena
proyectada cambió, las nubes se acercaron, mientras del pequeño altavoz surgía
el débil sonido de un coro celestial con acompañamiento de tambores. Ahora las
figuras podían ser vistas claramente, todas ellas de piel muy negra y túnicas
blancas, de cuya espalda surgían grandes alas negras. Se sonreían y saludaban
unas a otras cuando se cruzaban sus nubes, mientras cantaban entusiásticamente
y golpeaban los pequeños tam-tams que llevaba cada una. Era una hermosa escena,
y los ojos de Bill se nublaron un tanto.
- ¡Atención!
La aullante
tonalidad produjo ecos en las paredes, y los soldados echaron atrás los
hombros, juntaron los tacones y miraron al frente. El coro celestial se
desvaneció cuando Tembo volvió a meterse el proyector en el bolsillo.
- Descansen -
ordenó el primera clase Bilis, y al girarse lo vieron guiando a dos PM con
pistolas empuñadas que actuaban como guardaespaldas de un oficial. Bill sabía
que era un oficial porque habían tenido un curso de Identificación de
Oficiales, además de porque en la parel de la letrina había un cartel titulado
CONOCE A TUS OFICIALES, y había tenido larga oportunidad de estudiarlo durante
un inicio de epidemia de amebiasis. Su mandíbula cayó cuando el oficial se
acercó lo bastante como para poderlo tocar, y se detuvo frente a Tembo.
- Especialista
en fusibles de sexta clase Tembo, tengo buenas noticias para usted. En dos
semanas se termina su período de siete años de alistamiento y, dado su
excelente comportamiento, el capitán Zekial ha autorizado que le doblemos la
paga de despedida, un licenciamiento honorable con banda de música, y el
transporte gratuito de regreso a la Tierra.
Tembo, relajado
y firme, miró hacia abajo, al diminuto teniente del bigotito rubio que se
encontraba frente a él.
- Eso será
imposible, señor.
- ¡Imposible! -
chirrió el teniente, balanceándose sobre sus botas de tacón alto -. ¡¿Quién es
usted para decirme a mí lo que es imposible...?!
- No soy yo,
señor - le respondió Tembo con la mayor calma -. La regla 13-9A, párrafo 45,
página 8923, volumen 43, de las Reglas, Regulaciones y Artículos de Guerra.
Ningún soldado u oficial será licenciado, a menos que lo sea con deshonor,
comportando sentencia de muerte, de una nave, puesto, base, campo, buque,
avanzadilla o campo de trabajo, en tiempo de emergencia...
- ¿Es usted un
leguleyo, Tembo?
- No, señor.
Soy un leal soldado, señor. Tan solo quiero cumplir con mi deber, señor.
- Hay algo muy
raro en usted, Tembo. Vi en su ficha que se alistó voluntariamente, sin
necesidad de que usaran drogas y/o hipnotismo. Ahora, rehúsa ser licenciado.
Eso es malo, Tembo, muy malo. Le da a usted un mal nombre. Le hace aparecer
como sospechoso. Le hace aparecer como espía o algo similar.
- Soy un leal
soldado del Emperador, señor, y no un espía.
- No es ningún
espía, Tembo, ya hemos estudiado eso concienzudamente. Pero ¿por qué está en el
ejército, Tembo?
- Para ser un
leal soldado del Emperador, señor, y para hacer todo lo que pueda en la
difusión de la fe. ¿Está usted salvado, señor?
- ¡Vigile su
lengua, soldado, o se meterá en líos! Sí, conocemos esta historia, reverendo.
Pero no nos la creemos. Es usted muy astuto, pero ya lo averiguaremos... - se
marchó, murmurando para sí mismo, y todos se pusieron firmes hasta que hubo
desaparecido. Los otros soldados miraron a Tembo en forma extraña, y no se
sintieron confortables hasta que también se hubo ido. Bill y Ansioso regresaron
lentamente a su camarote.
- ¡Se negó a
aceptar que lo licenciaran...! - murmuró asombrado Bill.
- Je, je - dijo
Ansioso -. Tal vez esté loco. No se me ocurre otra explicación.
- Nadie puede
estar tan loco - y luego -: Me pregunto que habrá aquí dentro - señalando una
puerta con un gran cartel que decía PROHIBIDA LA ENTRADA AL PERSONAL NO AUTORIZADO.
- Je, je... No
sé... ¿No será comida?
Se introdujeron
inmediatamente y cerraron la puerta tras ellos. Pero no había comida allí. En
lugar de ello, se hallaron en una amplia cámara con una pared curvada, mientras
que, pegados a esta pared, se veían complicados aparatos con medidores,
esferas, controles, palancas, conmutadores, una pantalla visora y un tubo de
escape. Bill se inclinó y leyó la placa del aparato más cercano:
- Cañón atómico
tipo IV. ¡Y fíjate que tamaño tienen! Esta debe ser la batería principal de la
nave. - Se dio la vuelta y vio que Ansioso estaba con el brazo levantado, de
forma que su reloj de muñeca apuntaba a los cañones, y estaba apretando la
corona con el dedo índice de la otra mano.
- ¿Qué es lo
que estás haciendo? - le preguntó Bill.
- Je, je...
miraba qué hora era.
- ¿Cómo puedes
saber qué hora es si tienes la correa hacia la vista y el reloj en el otro
lado?
Se oyeron
pisadas a lo lejos en la larga sala de cañones, y recordaron el letrero de la
puerta. En un instante la habían atravesado de nuevo, y Bill la cerró
silenciosamente. Cuando se giró, Ansioso Beager había desaparecido, así que
tuvo que regresar solo al camarote. Ansioso había regresado antes y estaba
atareado limpiando las botas de sus compañeros, y no levantó la vista cuando
entró Bill.
Pero, ¿qué era
lo que había estado haciendo con su reloj?
CUATRO
Esta pregunta
estuvo molestando a Bill durante todo el tiempo de los días de su
entrenamiento, en los que dolorosamente aprendían su tarea como especialistas
en fusibles. Era un trabajo agotador y técnico que necesitaba de toda su
atención, pero en los momentos libres Bill se preocupaba. Se preocupaba cuando
hacían cola para el rancho, y se preocupaba durante los pocos momentos, cada
noche, entre el instante en el que se apagaban las luces y el pesado descender
del sueño sobre su fatigado cuerpo. Se preocupaba a cada momento que tenía, y
perdía peso.
Perdía peso no
porque se estuviera preocupando, sino por la misma razón por la que todos
estaban perdiendo peso: la comida de la nave. Estaba estudiada para mantener la
vida, y esto lo hacía. Pero nunca se había dicho qué tipo de vida iba a ser.
Era una vida aburrida, hambrienta, de adelgazamiento. Y, sin embargo, Bill no
se preocupaba por esto. Tenía un problema mayor y necesitaba ayuda. Tras el
entrenamiento del domingo, a finales de su segunda semana, se quedó para hablar
con el primera clase Bilis en vez de unirse a los demás en su trastabillante
carrera hacia el comedor.
- Tengo un
problema, señor...
- No eres el
único, pero una sola inyección te lo curará, y nadie puede decir que es un
hombre hasta que no lo ha pasado.
- No es ese
tipo de problema. Me gustaría... ver... al capellán...
Bilis se quedó
pálido y se derrumbó contra la pared.
- Ahora ya lo
he oído todo - dijo débilmente -. Vete a comer y, si tú no lo cuentas, yo
tampoco diré nada.
- Lamento esto,
primera clase Bilis - dijo Bill enrojeciendo -, pero no puedo evitarlo. No es
culpa mía el tener que verlo. Le podría haber pasado a cualquiera... - su voz
murió, y se quedó mirando a sus pies, mientras frotaba una bota contra la otra.
El silencio prosiguió hasta que finalmente habló Bilis, pero toda la
camaradería había desaparecido de su voz.
- De acuerdo,
soldado... Si es así como lo quiere. Pero espero que el resto de los muchachos
no se enteren. No vaya a rancho y hágalo ahora: aquí tiene un pase - garabateó
algo en un trozo de papel, y luego lo tiró con repugnancia al suelo, dándose la
vuelta y marchándose mientras Bill se inclinaba humildemente para recogerlo.
Bill pasó a lo
largo de compuertas de salto, de corredores, a lo largo de pasarelas, y subió
escaleras. En el directorio de la nave, el capellán estaba marcado con el
compartimiento 362-B de la cubierta 89, y finalmente Bill la encontró: una
puerta metálica vulgar, ribeteada. Alzó la mano para golpear, mientras el sudor
manaba en grandes gotas de su rostro y su garganta estaba seca. Sus nudillos
sonaron huecos en el panel, y tras un período interminable se oyó una voz
apagada del otro lado:
- Vale, vale...
Tira adentro... Está abierto.
Bill entró, y
se puso firme de un salto cuando vio al oficial que se hallaba tras el
solitario escritorio que casi llenaba la pequeña habitación. El oficial, un
cuarto teniente, aunque era joven, estaba quedándose rápidamente calvo. Se
veían ojeras bajo sus ojos, y necesitaba afeitarse. Su corbata estaba mal
anudada y muy arrugada. Continuó rebuscando entre los montones de papeles que
llenaban el escritorio, tomándolos, cambiándolos de montón, apuntando cosas en
algunos y echando otros a una atiborrada cubeta. Cuando movió uno de los
montones, Bill vio un rótulo sobre la mesa que decía OFICIAL DE LAVANDERÍA.
- Excúseme,
señor - dijo -, pero me he equivocado de oficina. Estoy buscando al capellán.
- Esta es la
oficina del capellán, pero no entra de guardia hasta las 1300 horas, que es,
como cualquiera puede saber, aún tan estúpido como parece ser usted, dentro de
quince minutos.
- Gracias,
señor. Volveré... - Bill se deslizó hacia la puerta.
- Se quedará y
trabajará - el oficial alzó unos ojos sanguinolentos y cloqueó malévolamente -.
Lo he cogido. Puede separar los informes sobre los pañuelos. He perdido
seiscientos y tal vez estén por ahí. ¿Se cree que es fácil ser un oficial de
lavandería? - lloriqueo autocompasivamente, y empujó un tambaleante montón de
papeles hacia Bill, que comenzó a separarlos. Mucho antes de que hubiera
terminado, resonó un zumbador que indicaba el cambio de guardia.
- ¡Lo sabía! -
sollozó desesperado el oficial -. Este trabajo no se acaba nunca, se hace peor
y peor. ¡Y usted se cree que tiene problemas! - Extendió una temblorosa mano y
dio la vuelta al rótulo de la mesa. Por el otro lado decía CAPELLÁN. Entonces
agarró la corbata y dio un tirón de ella, llevándola sobre su hombro derecho.
La corbata estaba unida al cuello, y el cuello estaba colocado sobre
rodamientos a bolas que corrían suavemente por un carril fijado a su camisa. Se
oyó un suave chirrido mientras el cuello giraba, y entonces la corbata colgó
fuera de la vista a su espalda y su cuello estaba ahora al revés, viéndose
blanco y liso y frío al frente.
El capellán
juntó sus dedos frente a él, bajó la vista y sonrió dulcemente.
- ¿Cómo puedo
ayudarte, hijo?
- Pensé que
usted era el oficial de lavandería - dijo Bill pasmado.
- Lo soy, hijo
mío, pero esa es tan solo una de las cargas que caen sobre estos hombros. Hay
muy poca necesidad de un capellán en estos tiempos perturbados, pero mucha de
un oficial de lavandería. Hago lo que puedo por ser útil - inclinó humildemente
la cabeza.
- Pero... ¿qué es
lo que es usted? ¿Un capellán que pasa parte de su tiempo como oficial de
lavandería o un oficial de lavandería que a ratos es capellán?
- Eso es un
misterio, hijo mío. Hay algunas cosas que es mejor no conocer. Pero te veo
turbado. ¿Puedo preguntarte si sigues la fe?
- ¿Qué fe?
- ¡Eso es lo
que yo te pregunto a ti! - saltó el capellán, y por un momento se transformó en
el oficial de lavandería -. ¿Cómo puedo ayudarte si no sé de qué religión eres?
- Zoroastriano
Fundamentalista.
El capellán
tomó una hoja plastificada de un cajón y pasó el dedo sobre ella.
- Z... z... zen... zodomita... zoroastriano fundamentalista reformado. ¿Es esto?
- Sí señor.
- Bien, no
tendremos problemas con esto - dijo -. 21 52 25... - marcó rápidamente el
número en un disco colocado en su escritorio y luego, con un gesto grandioso y
un brillo evangélico en la mirada, barrió todos los papeles al suelo. Una
maquinaria oculta zumbó por un momento, una parte del tablero del escritorio se
hundió, y reapareció un momento más tarde portando una caja de plástico negro
decorada con toros dorados, rampantes -. Excúsame un momento - dijo el
capellán, abriendo la caja.
Primero
desenrolló un largo trozo de tela blanca en la que estaban bordados los mismos
tonos dorados, colocándosela al cuello, luego puso un grueso libro forrado en
piel al lado de la caja, y más tarde dispuso sobre esta dos toros metálicos con
los lomos ahuecados. En uno de ellos vertió agua destilada de un botellón de
plástico, y en el otro aceite aromático, que encendió. Bill contempló aquel
ritual familiar con creciente felicidad.
- Es realmente
afortunado - dijo Bill - que también usted sea zoroastriano. Me hace más fácil
el hablar con usted.
- No hay nada
de afortunado en ello, hijo mío, tan solo una planificación inteligente - el
capellán lanzó haoma en polvo sobre la llama, y la nariz de Bill se estremeció
cuando el incienso drogado llenó con su olor la habitación -. Por la gracia de
Ahura Mazdah soy un sacerdote ungido de zoroastro. Por el deseo de Alá un fiel
mohecín del Islam, gracias a la intervención de Yavhé un rabí circunciso, etc.,
etc. - su benigno rostro se transformó con una mueca salvaje -. Y también, dado
que hay déficit de oficiales, soy el maldito oficial de lavandería - su rostro
se aclaró de nuevo -. Pero ahora tienes que contarme tu problema...
- Bien, no es
fácil. Tal vez sea una estúpida sospecha por mi parte, pero me preocupa uno de
mis compañeros. Hay algo extraño en él. No estoy seguro de saberme explicar...
- Ten
confianza, hijo mío, y revélame tus más profundos sentimientos sin temor. Lo
que oiga jamás saldrá de esta habitación, pues he jurado guardar el secreto en
sagrada promesa de mi vocación. Descarga tu conciencia.
- Muy amable
por su parte. Realmente, ya me siento mejor. Verá, este amigo mío siempre ha
sido bastante raro: nos limpia las botas a todos, y se presenta voluntario para
encargarse de las letrinas, y no le gustan las chicas.
El capellán
asintió beatíficamente y se abanicó algo del incienso hacia su nariz.
- No veo nada
en eso que deba preocuparse, parece ser un chico decente. ¿Pues no está escrito
en el Vendidad que debemos ayudar a nuestros semejantes y tratar de compartir
sus penas y no seguir a las prostitutas por las calles?
Bill hizo una
mueca.
- Todo esto
está muy bien para la escuela parroquias, pero no es la forma en que
comportarse en el ejército. De cualquier forma, pensábamos que estaba loco y
quizá fuera así... pero eso no es todo. Estuve con él en la cubierta de los
cañones, y apuntó su reloj a estos y apretó la coronilla y escuché un click.
Podría ser una cámara... Creo... ¡creo que es un espía chinger! - Bill se
recostó en la silla respirando fuertemente y sudando. Había dicho las palabras
fatales.
El capellán
continuó cabeceando, sonriente, medio inconsciente por los vapores del haoma.
Finalmente, surgió de su ensueño, se sonó, y abrió el grueso ejemplar del
Avesta. Canturreó en persa antiguo un rato, lo cual pareció animarlo, y lo
cerró de un golpe.
- ¡No
levantarás falsos testimonios! - retumbó, clavando a Bill con una penetrante
mirada y un índice acusador.
- No me
comprende - sollozó Bill, agitándose en la silla -. Ha hecho todas esas cosas,
lo vi usar el reloj. ¿Cómo puede llamar a esto ayuda espiritual?
- Tan solo fue
un toque de atención, muchacho, un toque de la antigua religión para renovar tu
sentido de culpa y volver a hacerte pensar en ir de nuevo regularmente a los
servicios. ¡No has estado asistiendo a ellos!
- ¿Qué otra
cosa podía hacer? Se nos prohíbe ir a la capilla durante el entrenamiento de
reclutas.
- Las circunstancias
no sirven de excusa, pero esta vez serás perdonado porque Ahura Mazdah es todo
misericordioso.
- ¿Pero qué hay
de mi compañero, el espía?
- Debes
olvidarte de tus sospechas, no son dignas de un seguidor de Zoroastro. Este
muchacho no debe sufrir por culpa de su natural inclinación a ser amistoso, a
ayudar a sus camaradas, a mantenerse puro, a poseer un reloj defectuoso que
hace click. Y además, si no te importa que introduzca un razonamiento lógico,
¿cómo podría ser un espía? Para ser un espía tendría que ser un chinger, y los
chinger tienen dos metros diez de alto y cola. ¿Lo entiendes?
- Sí, sí -
murmuró desolado Bill -. Ya pude imaginar esto por mí mismo... pero sigue sin
explicarse todo...
- Me satisface
a mí, y debe satisfacerte a ti. Creo que Arimán te ha poseído para hacerte
pensar mal de tu camarada, y mejor será que hagas algo de penitencia y te unas
a mí en una rápida oración antes de que el oficial de lavandería vuelva a estar
de servicio.
Este ritual fue
terminado rápidamente, y Bill ayudó a meter de nuevo las cosas en la caja, y la
contempló desvanecerse en el interior del escritorio. Se despidió, y dio la
vuelta para irse.
- Tan solo un
momento, hijo - dijo el capellán con su más cálida sonrisa, extendiendo al
mismo tiempo el brazo sobre su hombro para agarrar la corbata. Tiró de ella y
el cuello giró, y mientras lo hacía la expresión beatifica desapareció de su
rostro para ser reemplazada por un gruñido.
- ¿Dónde
infiernos creía que se iba a ir, gusano? Vuelva a poner el culo sobre esta
silla.
- Pe... pero...
- tartamudeó Bill -, me dijo que podía irme.
- Eso es lo que
dijo el capellán, y como oficial de lavandería no tengo nada que ver con él.
Ahora, rápido: ¿cuál es el nombre de ese espía chinger que está escondiendo?
- Le hablé de
eso bajo juramento...
- Se lo contó
al capellán, y ese mantiene su palabra y no me lo ha dicho, pero tuve la suerte
de oírlo - apretó un botón rojo en el panel de control -. Los PM ya vienen
hacia aquí. Vale más que hable antes de que lleguen, gusano, o haré que lo aten
al casco sin traje espacial, y que además no le dejen acercarse a la cantina en
un año. ¿El nombre?
- Ansioso
Beager - sollozó Bill, mientras afuera se oían pesados pasos y dos cascos rojos
lograban introducirse en la pequeña habitación.
- Tengo un
espía para vosotros, chicos - anunció el oficial de lavandería triunfalmente; y
los PM rechinaron los dientes, aullaron en lo profundo de sus gargantas, y se
lanzaron contra Bill. Este se desplomó bajo el asalto de puños y porras, y
estaba cubierto de sangre antes de que el oficial de lavandería pudiera apartar
a aquellos supermusculosos retardados mentales, aunque no logró evitar que se
quedaran mirándolo con los ojos a no más de tres centímetros de él.
- No es este...
- jadeó, y le tiró a Bill una toalla para que se secase parte de la sangre -.
Este es nuestro informador, el leal y patriota héroe que delató a su compañero,
de nombre Ansioso Beager, al que ahora atraparemos y encadenaremos para que
pueda ser interrogado. Vamos.
Los PM llevaron
a Bill entre ellos, y para cuando estuvieron en los alojamientos de los
especialistas en fusibles el aire producido por su rápido paso le había hecho
recuperarse un tanto. El oficial de lavandería abrió la puerta tan solo lo
bastante como para introducir la cabeza.
- ¡Hola,
chavales! - dijo alegremente -. ¿Está aquí Ansioso Beager?
Ansioso levantó
la vista de la bota que estaba limpiando, saludando con la mano y sonriendo.
- Ese soy yo...
je, je...
- ¡A por él! -
explotó el oficial de lavandería, saltando a un lado y señalando
acusadoramente. Bill se echó al suelo cuando los PM lo soltaron y entraron
atronando en el compartimiento. Para cuando logró volver a ponerse en pie,
Beager estaba en el suelo, esposado y encadenado de pies y manos, pero aún
sonriendo.
- Je, je...
¿También queréis que os limpie las botas?
- No consentiré
insolencias de un sucio espía - raspó el oficial de lavandería, abofeteando la
ofensiva sonrisa. O al menos trató de abofetear la ofensiva sonrisa, pero
Beager abrió su boca y mordió la mano que lo golpeaba, apretando con tal fuerza
que el oficial no pudo apartarla -. ¡Me ha mordido! - aulló el hombre, y trató
desesperadamente de liberarse. Ambos PM, cada uno de ellos esposado a un brazo
del prisionero, alzaron sus porras y le dieron una soberana paliza.
En aquel
momento, la tapa de los sesos de Ansioso Beager saltó.
Si esto hubiera
ocurrido en cualquier otro momento, se hubiera considerado el hecho como poco
usual, pero, al suceder en aquel instante, fue espectacularmente poco usual, y
todos ellos, Bill incluido, se quedaron con la boca abierta cuando un lagarto
de quince centímetros de alto saltó del abierto cráneo hasta el suelo, donde
hizo una abolladura bastante grande al golpearlo. Tenía cuatro pequeños brazos,
una larga cola, una cabeza similar a la de un pequeño cocodrilo, y era de un
brillante color verde. Parecía ser exactamente igual a un chinger, solo que
tenía menos de un palmo de alto en vez de tener más de dos metros.
- Todos los
guarros humanos oléis mal - dijo en una débil imitación de la voz de Ansioso
Beager - Los chingers no sudamos. ¡Vivan los chingers! - cargó a través del
compartimiento hacia la litera de Beager.
La parálisis
prevaleció. Todos los especialistas en fusibles que habían sido testigos de los
imposibles acontecimientos se quedaron en pie o sentados tal y como estaban
antes, congelados por el asombro y con los ojos salidos como si fueran huevos
duros. El oficial de lavandería estaba atrapado por los dientes que le mordían
la mano, mientras que los dos PM trasteaban con las esposas que los sujetaban
al cuerpo inmóvil. Tan solo Bill podía moverse y, aún atontado por la paliza,
se inclinó para atrapar a la pequeña criatura. Unas garras diminutas pero
poderosas se cerraron sobre su carne, y se sintió alzado por el aire y lanzado
violentamente contra una mampara.
- Je, je... Eso
es para ti, soplón - chilló la diminuta voz.
Antes de que
nadie más pudiera interferir, el lagartoide corrió hasta el montón de sacos de
Beager, abrió el de encima de todos ellos y se sumergió en el interior. Un
instante más tarde se oyó un zumbido que creció en volumen, y del saco emergió
la aguzada nariz de un brillante proyectil. Fue saliendo hasta que una pequeña
espacionave de no más de sesenta centímetros de largo flotó en el compartimiento.
Entonces giró sobre su eje vertical, deteniéndose cuando apuntaba al casco. El
zumbido aumentó de tono, y la nave salió repentinamente disparada y atravesó el
metal de la pared como si no fuera más duro que el cartón mojado. Se oyeron
otros sonidos distantes de rotura a medida que atravesaba plancha tras plancha,
hasta que con un clang final atravesó el casco exterior de la nave y escapó al
espacio. Se oyó un rugido de aire escapando al vacío, y el clamor de las
sirenas de alarma.
- Maldita
sea... - dijo el oficial de lavandería, luego cerró su asombrada boca y chilló
-: ¡Sáquenme esta cosa de la mano... me está mordiendo hasta matarme!
Los dos PM
seguían agitándose hacia delante y hacia atrás, espesados a la inmóvil figura
del que fue Ansioso Beager. Beager seguía sonriendo alrededor del bocado que
daba a la mano del oficial, y no fue hasta que Bill buscó su rifle atómico y
metió el cañón en la boca de Beager, haciendo palanca hasta abrir la mandíbula,
que el oficial de lavandería logró retirar la mano. Mientras hacía esto, Bill
vio que la parte superior de la cabeza de Ansioso se había abierto justamente
por encima de las orejas, y estaba sujeta en la parte trasera por una brillante
bisagra de bronce. En el interior del bostezante cráneo, en lugar de cerebro y
huesos y otras cosas, había una pequeña habitación de control con una diminuta
silla, minúsculos mandos, pantallas de televisión, y un refrigerador de agua.
Ansioso era tan solo un robot manejado por la pequeña criatura que había huido
en la espacionave: una criatura que parecía un chinger, pero que tan solo tenía
quince centímetros de alto.
- ¡Hey! - dijo
Bill -, Ansioso es tan solo un robot manejado por la pequeña criatura que ha
escapado en la espacionave. Parecía un chinger, pero tan solo tenía quince
centímetros de alto...
- Quince
centímetros o dos metros diez, ¿qué diferencia hay en eso? - gruñó petulante el
oficial de lavandería, mientras se anudaba un pañuelo alrededor de su mano
herida -. No esperará que les digamos a los reclutas lo pequeños que son en
realidad nuestros enemigos, o explicarles que proceden de un planeta de diez g.
Tenemos que mantener alta la moral.
CINCO
Ahora que
Ansioso Beager había resultado ser un espía chinger, Bill se sentía muy
solitario. Caliente Brown, que casi nunca hablaba, ahora hablaba aún menos, lo
cual significaba nunca, así que no había nadie con quien Bill pudiera charlar.
Caliente era el único otro especialista en fusibles en el compartimiento que
hubiera estado en el pelotón de Bill en el Campo León Trotsky, y todos los
demás hombres estaban muy agrupados y acostumbraban a reunirse y murmurar si
alguien se les acercaba. Su única diversión era el soldar, y cada vez que no
estaban de servicio sacaban los soldadores y soldaban cosas al suelo, y al
siguiente descanso las arrancaban de nuevo, lo cual es una forma tan tonta de
perder el tiempo como cualquier otra, aunque parecía divertirles. Así que Bill
estaba algo fuera de sí y trataba de charlar con Ansioso Beager.
- ¡Mira los
problemas en que me has metido! - gimoteaba.
Beager
simplemente sonreía, sin conmoverse por la queja.
- Al menos
cierra tu cabeza cuando te hablo - gruñó Bill, y se la cerró de un golpe. Pero
no servía de nada. Ansioso ya no podía hacer otra cosa que sonreír. Había
limpiado su última bota. Ahora estaba allí de pie, realmente era muy pesado y
además estaba magnetizado al suelo, y los técnicos en fusibles colgaban sus
camisas sucias y sus soldaduras de él. Se quedó allí durante tres guardias
antes de que alguien pensase que había que hacer algo acerca de él, y
finalmente llegó un pelotón de PM con palancas, lo inclinó, colocándolo sobre
una carretilla, y se lo llevó.
- Hasta la
vista - le despidió Bill, agitando su pañuelo.
Luego volvió a
limpiarse las botas. Era un buen compañero, aunque fuera un espía chinger.
Caliente no le
respondió, y los soldadores no hablaban con él, y pasaba la mayor parte de su
tiempo evitando al reverendo Tembo. La gran dama de la flota, Fanny Girl,
estaba aún en órbita mientras se le instalaban los motores. Había muy poco que
hacer puesto que, a pesar de lo que dijera el primera clase Bilis, todos ellos
habían aprendido las tareas del cuidado de los fusibles en algo menos del año
previsto, en realidad les llevó algo así como quizá quince minutos. En su
tiempo libre, Bill correteaba por la nave, yendo tan lejos como le permitían
los PM que guardaban las compuertas, y hasta llegó a pensar en volver a ver al
capellán para tener a alguien con quien charlar. Pero, si calculaba mal la
hora, se encontraría de nuevo con el oficial de lavandería, y esto era más de
lo que podía soportar. Así que caminó a través de la nave, muy solitario, y
miró por la puerta de un compartimiento y vio una bota sobre una cama.
Bill se detuvo,
helado, inmóvil, anonadado, rígido, horrorizado, desmayado, y tuvo que luchar
para controlar su vejiga súbitamente contraída.
Conocía aquella
bota. Nunca olvidaría aquella bota hasta el día en que muriese, tal y como
nunca podría olvidar su número de serie, pudiéndole decir del derecho, del
revés o desde el centro. Cada detalle de aquella terrible bota aparecía claro
en su memoria, desde los cordones similares a serpientes en la repulsiva piel
de la parte superior, que se decía era piel humana, hasta las rugosas suelas de
patear manchadas con algo rojo que tan solo podía ser sangre humana. Aquella
bota pertenecía a Deseomortal Drang.
La bota estaba
unida a una pierna y, paralizado por el terror, tan incapaz de controlarse como
un pájaro frente a una serpiente, se halló inclinándose más y más hacia el
interior del compartimiento, mientras sus ojos recorrían la pierna hasta llegar
al cinturón, a la camisa, al cuello, sobre el que se hallaba un rostro que
había tenido un papel estelar en todas sus pesadillas desde que se había
alistado. Los labios se movieron...
- ¿Eres tú, Bill? Entra y siéntate.
Bill entró
tambaleándose.
- Toma un
caramelo - le dijo Deseomortal, y sonrió.
Los reflejos
empujaron a los dedos de Bill hasta la caja ofrecida, e hicieron que sus
mandíbulas comenzaran a masticar la primera comida sólida que había atravesado
sus labios desde hacía semanas. La saliva surgió de los polvorientos orificios,
y su estómago inició un rugido preliminar, mientras sus pensamientos giraban
locamente en círculos mientras trataba de imaginarse cual era la expresión del
rostro de Deseomortal. Los labios curvados en las comisuras, más allá de los
colmillos, y arruguitas en las mejillas. No había forma. No podía reconocerla.
- He oído que
Ansioso Beager resultó ser un espía chinger - dijo Deseomortal, cerrando la
caja de caramelos y metiéndola bajo su almohada -. Debía de haberme dado cuenta
de eso antes. Sabía que había algo muy raro en él, limpiando las botas de sus
compañeros y todas esas tonterías. Pero pensé que se trataba simplemente de un
loco. Debía de habérmelo imaginado...
- Deseomortal -
dijo roncamente Bill -; no puede ser, lo sé... ¡Pero se está comportando usted
como un ser humano!
Deseomortal se
rió, no con su risa de un cuchillo desgarrando huesos humanos sino con una casi
normal.
Bill
tartamudeó:
- Pero si usted
es un sádico, un pervertido, una bestia, un monstruo, una cosa, un asesino...
- Vaya,
gracias, Bill. Eres muy amable. Trato de cumplir con mi trabajo lo mejor que
sé. Pero soy lo bastante humano como para agradecer unas palabras de alabanza
de vez en cuando. El ser un asesino es difícil de proyectar, pero me alegra que
lograse daros esa impresión, hasta a unos reclutas tan estúpidos como érais
vosotros.
- Pe... pero...
¿no es usted realmente un...?
- ¡Ojo ahora! -
cortó Deseomortal, y había en estas palabras lo bastante del antiguo veneno y
ruindad como para hacer bajar en seis grados la temperatura del cuerpo de Bill.
Entonces Deseomortal sonrió de nuevo -. No puedo echarte la culpa, hijo, porque
te comportes de esa manera, ya que eres bastante estúpido y de un planeta
atrasado, y por haber sido retardada tu educación por los soldados y todo eso.
¡Pero despierta, chico! La educación militar es algo demasiado importante como
para arriesgarse a que unos aficionados intervengan en ella. Si hubieras leído algunas
de las cosas que ponen nuestros libros de estudio, tu sangre se congelaría. ¿Te
das cuenta de que en los tiempos prehistóricos los sargentos, o como quiera que
se les llamase, eran verdaderos sádicos? Las fuerzas armadas dejaban que esa
gente, que realmente no sabían nada, destruyeran a los reclutas. Dejaban que
estos aprendiesen a odiar al ejército antes de aprender a temerlo, lo cual
destruye la disciplina. ¡Y no hablemos de cómo se malgastaban! Siempre estaban
haciendo que la gente caminase hasta morir por accidente, o ahogaban a un
pelotón, o tonterías así. Tan solo esas pérdidas le harían llorar a uno.
- ¿Me permite
preguntarle de qué se graduó en la universidad? - preguntó Bill en una voz
débil y humilde.
- Disciplina
Militar, Rotura de la Moral e Interpretación de Personajes. Un curso duro, de
cuatro años, pero me gradué con una Sigma Cum, lo que no está mal para un chico
que venía de una familia de trabajadores. He hecho una carrera del ejército, y
es por esto por lo que no puedo comprender el porqué esos bastardos
desagradecidos me han metido en esta podrida lata - alzó sus gafas de montura
de oro para enjuagar una lágrima que se formaba.
- ¿Espera
gratitud del ejército? - preguntó humildemente Bill.
- No, claro que
no, qué tonto he sido. Gracias por traerme de nuevo a la realidad, Bill;
llegarás a ser un buen soldado. Pero lo que espero es una indiferencia criminal
de la que pueda tomar ventajas a través de los métodos bien probados: soborno,
redacción de órdenes falsas, mercado negro y demás cosas usuales. Es
simplemente que había estado realizando un buen trabajo con vosotros, los
desgraciados del Campo León Trotsky, y lo menos que esperaba era que me
mantuviesen en ello, lo cual fue bastante estúpido por mi parte. Lo mejor será
que comience a preocuparme de mi traslado ahora mismo - se puso en pie, y
guardó los caramelos y las gafas de montura de oro en una taquilla con llave.
Bill, que en
los momentos de asombro no lograba ajustarse instantáneamente, estaba aún
agitando la cabeza y golpeándola de vez en cuando con la palma de la mano.
- Tuvo suerte -
dijo - al haber nacido así, eso le ayuda en su carrera... Me refiero al hecho
de que tenga unos colmillos tan bonitos.
- Nada de
suerte - dijo Deseomortal, haciendo sonar uno de sus largos colmillos -.
Tremendamente caro. ¿Sabes lo que cuestan un par de colmillos mutantes, hechos
crecer en una probeta, e injertados quirúrgicamente? ¡Es imposible
que lo sepas! Trabajé durante las vacaciones de verano de tres años para ganar
lo bastante como para comprarme estos; pero te aseguro que valía la pena. La
imagen es lo más importante. Estudié las viejas grabaciones de los destructores
de moral prehistóricos, y a su manera, cruda, eran buenos. Naturalmente, eran
seleccionados por su tipo físico y su bajo índice de inteligencia, pero sabían
ponerse en su papel. Tenían cabezas en forma de bala, se afeitaban
completamente el cráneo y mostraban sus cicatrices, tenían mandíbulas gruesas,
modales repulsivos, todo. Me imaginé que una pequeña inversión al principio pagaría
buenos dividendos al final. Y créeme que fue un sacrificio, no verás muchos
colmillos injertados por ahí. Por un montón de razones. Oh, tal vez sean buenos
para comer carne dura, pero ¿para qué otra cosa sirven? Espera hasta que beses
a tu primera chica... Ahora piérdete, Bill. Tengo cosas que hacer. Ya nos
veremos...
Sus últimas
palabras se perdieron en la distancia, ya que los bien condicionados reflejos
de Bill lo habían llevado a lo largo del corredor en el mismo instante en que
había sido despedido. Cuando el terror espontáneo desapareció, comenzó a
caminar con cuidadosos pasos, como un pato que tuviera una articulación rota,
pensando que así se le vería como un espacionauta veterano. Estaba comenzando a
sentirse como un viejo soldado, y momentáneamente se hallaba bajo la falsa
creencia de que sabía más acerca del ejército de lo que este sabía de él. Esta
falsa concepción tan patética fue instantáneamente disipada por los altavoces
del techo, que eructaron y luego lanzaron sus voces nasales a través de la
nave:
- Atención,
órdenes directas del mismo Viejo, el capitán Zekial, que tanto habéis estado
esperando oír. Vamos a entrar en acción, así que tendremos que arreglarlo todo
a proa y a popa, amarrando todo el equipo suelto.
Un bajo gruñido
de dolor, que surgía de los corazones, resonó en cada compartimiento de la
inmensa nave.
SEIS
Se oía hablar
mucho a radio macuto, y los rumores de las letrinas proliferaban, acerca del
primer vuelo de la Fanny Girl. Pero nada de todo ello era cierto. Los rumores
eran iniciados por PM infiltrados, y por lo tanto no tenían valor alguno. Casi
la única cosa de que podían estar seguros era de que quizá fueran a algún
lugar, porque parecían estarse preparando para ir a algún lugar. Hasta Tembo
admitió esto mientras ataban los fusiles en el almacén.
- Aunque quizá
- añadió - estemos haciendo todo esto para engañar a posibles espías y hacerles
creer que vamos a algún lugar cuando en realidad son otras naves las que van
allí.
- ¿Dónde? -
preguntó irritablemente Bill, atando su índice en un nudo y dejando parte de la
uña cuando logró sacarlo.
- Bueno, a
cualquier parte. Eso no importa. - A Tembo no le preocupaba ninguna cosa que no
hiciera referencia a su fe -. Pero yo sé a dónde vas a ir tú, Bill.
- ¿A dónde? -
preguntó ansiosamente, ya que era un perenne creyente en toda clase de rumores.
- Directamente
al infierno, a menos que seas salvado.
- No empieces
de nuevo... - rogó Bill.
- Mira - le
dijo tentadoramente Tembo, y proyectó una celestial escena con puertas de oro,
nubes y el suave latir de un tam-tam como música de fondo.
- ¡Apaga esas
tonterías del cielo! - chilló el primera clase Bilis, y la escena se
desvaneció.
Algo tiró
ligeramente del estómago de Bill, pero él lo ignoró, creyendo que se trataba
simplemente de otro de los síntomas continuamente sentidos por sus
aterrorizadas tripas que, a pesar de que se estaban atrofiando hasta la muerte,
aún no se daban cuenta de que su maravillosa maquinaria triturante y disolvente
había sido condenada a una dieta líquida. Pero Tembo dejó de trabajar e inclinó
la cabeza hacia un lado, y luego se golpeó experimentalmente el estómago.
- Nos estamos
moviendo - dijo, afirmativo -. Y además vamos a las estrellas. Han conectado
los motores interestelares.
- ¿Te refieres
a que estamos atravesando el subespacio, y que pronto experimentaremos el
terrible tirón en cada fibra de nuestro cuerpo?
- No, ya no
usan los antiguos motores subespaciales porque, aunque un montón de naves
entraban en el subespacio con un tirón que descoyuntaba todas las fibras,
ninguna de ellas logró salir jamás. Leí en la Gaceta del Soldado que un
matemático había dicho que se había producido un ligero error en las
ecuaciones, y que el tiempo era distinto en el subespacio, pero que era
diferente en más rápido en vez de diferente en más lento, así que tal vez pase
toda la eternidad antes de que esas naves salgan.
- Entonces,
¿vamos al hiperespacio?
- Nada de eso.
- ¿O estamos
siendo disueltos en nuestros átomos componentes y grabados en la memoria de un
gigantesco computador que piensa que estamos en otra parte y así resulta que
estamos allí?
- ¡Caramba! -
dijo Tembo, mientras sus cejas subían hasta su cabello -. Para ser un muchacho
campesino zoroastriano tienes ideas bastante raras. ¿Has estado fumando o
bebiendo algo que no me hayas contado?
- ¡Dímelo! -
rogó Bill -. Si no es nada de eso... ¿qué es? Tenemos que cruzar el espacio
interestelar para luchar con los chingers... ¿Cómo vamos a hacerlo?
- Es así -
Tembo miró a su alrededor para asegurarse de que el primera clase Bilis no se
hallaba por allí, y luego juntó las manos ahuecadas, formando una esfera -.
Imagínate que mis manos son la nave, flotando en el espacio. Entonces se
conecta el Dispositivo Hinchador...
- ¿El qué?
- El
Dispositivo Hinchador, que se llama así porque hincha las cosas. ¿Sabes?, todo
está hecho a base de cosas pequeñitas llamadas electrones, protones, neutrones,
trontones y cosas así, que en alguna manera están unidas por una especie de
energía ligadora. Pero, si uno debilita la energía que mantiene a las cosas
juntas (me olvidaba decirte que además esas cositas están girando todo el rato
como si estuvieran locas, aunque quizá ya lo supieras...) bueno, se debilita la
energía y, como están corriendo tan deprisa, las cositas comienzan a separarse
unas de otras, y cuanto más débil es la energía más lejos se separan. ¿Me
sigues?
- Creo que sí,
aunque no estoy seguro de que me guste lo que cuentas.
- Tranquilo.
Ahora... ¿ves mis manos? A medida que la energía se debilita, la nave se hace
más grande - separó las manos -, se hace más grande, hasta que lo es tanto como
un planeta, luego como un sol, y por fin como todo un sistema estelar. El
Dispositivo Hinchador nos puede hacer tan grandes como queramos. Entonces se
invierte el proceso, nos encogemos hasta nuestro tamaño real, y allí estamos.
- ¿Dónde
estamos?
- Donde
queramos estar - respondió pacientemente Tembo.
Bill se giró y
dio industriosamente abrillantador a un fusible, mientras el primera clase
Bilis pasaba, con un brillo de sospecha en sus ojos. Tan pronto como hubo
girado una esquina, Bill se inclinó y le silbó a Tembo:
- ¿Cómo podemos
estar en otra parte distinta a donde nos encontrábamos al empezar? El hacerse
mayores y luego más pequeños no lleva a nadie a ningún sitio.
- Bueno, son
bastante astutos con eso del Dispositivo Hinchador. La forma de operar que me
han contado es similar a cuando uno toma una goma elástica cogiéndola de un
extremo con cada mano. Uno no mueve la mano izquierda, pero estira la goma tan
lejos como puede con la derecha. Cuando uno deja que la goma vuelva a su tamaño
normal, mantiene la mano derecha quieta y suelta la izquierda. ¿Te das cuenta? No has movido la goma, sino que la has estirado y la
has dejado ir, pero se ha movido. Como nuestra nave está haciendo ahora. Se está
haciendo mayor, pero en una dirección. Cuando la proa alcance el lugar a donde
estamos yendo, la popa estará donde estábamos. Entonces encogemos y, ¡bang!,
allí estamos. Y tú podrías llegar al cielo con la misma facilidad, hijo mío, si
tan solo...
- ¡Predicando
en horas de servicio, Tembo! - aulló el primera clase Bilis desde el otro lado
de la plataforma de fusibles, sobre la que estaba mirándolos con un espejo
atado al extremo de un palo -. Te tendré puliendo bornes de fusible durante un
año. Ya se te ha advertido antes.
Ataron y
pulieron en silencio después de esto, hasta que el pequeño planeta tan grande
como una pelota de tenis atravesó la pared. Un perfecto planetita con diminutas
zonas polares, frentes helados, cubierto de nubes, con océanos y todo eso.
- ¿Qué es eso?
- exclamó Bill.
- Mala
navegación - gruñó Tembo -. Un poco de retroceso. La nave está yendo algo hacia
atrás en lugar de ir solo en la otra dirección. ¡No, no, no lo toques, a veces
puede causar accidentes! Es el planeta que acabamos de dejar, Phigerinadon Il.
- Mi hogar -
sollozó Bill, notando como las lágrimas le corrían mientras el planeta se
empequeñecía hasta tener el tamaño de una canica -. Adiós, mamá - saludó con la
mano mientras la canica disminuía hasta ser una mota y luego se desvanecía.
Después de eso
el viaje pasó sin más acontecimientos, particularmente ya que no podían notar
cuando se estaban moviendo, no sabían cuando se detenían, y no tenían ni idea
de donde estaban. Aunque estuvieron seguros de que habían llegado a algún lugar
cuando se les ordenó retirar los atalajes de los fusibles. La tranquilidad duró
tres guardias, y entonces sonó generala. Bill corrió con los demás, contento
por primera vez desde que se había alistado. Todos los sacrificios, los duros
momentos pasados, no serían en vano. Al fin iba a entrar en acción contra los
sucios chingers.
Se colocaron en
Primer Tiempo frente a las bancadas de fusibles, con los ojos clavados en las
rojas banda de los fusibles, que se llamaban bandas de fusible. A través de las
suelas de sus botas, Bill podía notar un débil y lejano temblor en la cubierta.
- ¿Qué es eso?
- le preguntó a Tembo por la comisura de los labios.
- Los motores,
no el Dispositivo Hinchador. Motores atómicos. Significa que debemos estar
maniobrando, haciendo algo.
- ¿Pero qué?
- ¡Vigilen las
bandas de fusibles! - aulló el primera clase Bilis.
Bill estaba
comenzando a sudar, y repentinamente se dio cuenta de que el calor estaba
aumentando en forma molesta.
Tembo, sin
apartar la vista de los fusibles, se desnudó, plegando cuidadosamente la ropa
tras de sí.
- ¿Podemos
hacer eso? - preguntó Bill, desabrochándose el cuello -. ¿Qué es lo que pasa?
- Va contra las
normas, pero uno tiene que desnudarse o cocerse. Desnúdate, hijo, o morirás sin
haberte salvado. Debemos de estar a punto de entrar en acción, ya que han
puesto los escudos. Diecisiete escudos de fuerza, un escudo electromagnético,
un casco blindado doble y una delgada capa de gelatina pseudoviviente que fluye
y cierra cualquier abertura. Con todo eso no hay la más mínima pérdida de
energía desde la nave, ni forma alguna en que librarse de ella. Ni del calor.
Con los motores en marcha y todo el mundo sudando, el calor puede llegar a ser
bastante fuerte. Sobre todo cuando disparen los cañones.
La temperatura
siguió alta, justo en la frontera de lo tolerable durante horas, mientras
contemplaban las bandas de fusibles. En un momento, se oyó un débil sonido
metálico que Bill notó más que oyó a través de sus pies desnudos sobre el
caliente metal.
- ¿Y qué fue eso?
- Disparo de
torpedos.
- ¿Contra qué?
Tembo se alzó
simplemente de hombros como toda respuesta, y no apartó su vigilante mirada de
las bandas de los fusibles. Bill se agitó en una mezcla de frustración,
aburrimiento, agotamiento por el calor y fatiga durante otra hora, hasta que
sonó el fin de la alarma y un hálito de aire fresco llegó por los ventiladores.
Para cuando se hubo revestido de nuevo en su uniforme, Tembo había
desaparecido, y él se arrastró cansinamente hasta su camarote. En el tablero de
anuncios del corredor había un nuevo anuncio multicopiado, y se inclinó para
leer su mensaje.
DE: Capitán
Zekial
A: Todo el
personal
ASUNTO:
Reciente encuentro
El 23-11-8956
esta nave ha participado en la destrucción mediante torpedos atómicos de la
instalación enemiga 17KL-345, y junto con las otras naves de la flotilla
llamada Muleta Roja ha cumplido su misión, por lo que se autoriza
consecuentemente a que el personal de esta nave adhiera un Núcleo Atómico al
pasador de la Medalla de Unidad de Combate en Servicio Activo, o bien, si esta
es su primera misión de este tipo, se les autoriza para usar la Medalla de
Servicio Activo.
NOTA: Se ha
observado a ciertos miembros del personal con sus Núcleos Atómicos invertidos,
y esto está mal, y es un crimen merecedor de consejo de guerra, punible con la
muerte.
SIETE
Tras la heroica
destrucción de 17KL-345, pasaron semanas de entrenamientos y pruebas para
restaurar a los cansados veteranos del combate a su habitual condición física.
Pero en el transcurso de estos deprimentes meses sonó una llamada por los
altavoces, una que Bill jamás había oído antes, un sonido metálico como el de
barras de acero golpeadas unas contra otras en el interior de un tambor
metálico lleno de canicas. No significaba nada para él o para los otros nuevos
soldados, pero hizo que Tembo saltase de su litera para iniciar una rápida
Danza de la Maldición Mortal con un raudo acompañamiento de tam-tam efectuado
sobre la tapa de su taquilla.
- ¿Ya te has
vuelto loco? - preguntó apagadamente Bill desde donde estaba despatarrado,
leyendo un desvencijado ejemplar de un libro de historietas denominado
Asombrosas y realmente repugnantes aventuras sexuales (con efectos sonoros
incorporados). Un desgarrador aullido estaba surgiendo de la página que contemplaba.
- ¿No lo
conoces? - preguntó Tembo -. ¡No lo conoces! Ese es el toque de correo,
muchacho, el más grato de los sonidos escuchados en el espacio.
El resto de la
guardia lo pasaron corriendo y esperando, haciendo cola y todo lo demás. La
entrega del correo se efectuaba con la máxima ineficiencia posible, pero
finalmente, a pesar de todas las barreras, se distribuyó el correo, y Bill
recibió una preciosa postal espacial de su madre. En un lado de la postal se
veía una fotografía de la refinería Estrépito, S. A., situada justo al lado de
su pueblo, y esto solo ya fue bastante como para producirle un nudo en la
garganta.
Luego, en el
pequeño cuadrado en el que se permitía inscribir el mensaje, los patéticos
trazos de su madre habían escrito: «Mala cosecha, adeudados, la robomula tiene
las glándulas sobrecargadas, espero que tú estés igual - Cariños, mamá.» No
obstante, era un mensaje de casa, y lo leyó y lo volvió a leer mientras hacían
cola para la comida. Tembo, delante suyo, también tenía una postal, llena de
ángeles e iglesias, que es lo que uno podía esperar, y Bill se quedó anonadado
cuando vio que Tembo leía la postal por última vez y luego la sumergía en su
jarra de la comida.
- ¿Por qué
haces eso? - le preguntó asombrado.
- ¿Para qué
otra cosa sirve el correo? - zumbó Tembo, metiendo aún más la postal -. Mira
ahora.
Ante la
asombrada mirada de Bill, la postal estaba comenzando a hincharse. La
superficie blanca se rompió y se desprendió en pequeñas motas, mientras el
marrón interior crecía y crecía hasta llenar la jarra y hacerse de un par de
centímetros de grueso. Tembo sacó la goteante tablilla y le dio un gran bocado
en un extremo.
- Chocolate
deshidratado - dijo con la boca llena ¡Bueno! Prueba el tuyo.
Antes de que
acabase de hablar, Bill ya había metido su postal en el líquido, y estaba
contemplando arrobado como crecía. El mensaje se disolvió, pero en lugar de una
masa marrón la suya era blanca.
- Dulce... o
quizá pan - dijo, tratando de no babear.
La masa blanca
se estaba hinchando, apretándose contra los lados de la jarra, saliendo por la
parte superior. Bill tomó el extremo y lo alzó con una mano mientras crecía.
Subió y subió hasta que hubo absorbido hasta la última gota de líquido, y Bill
tuvo entre sus manos extendidas una hilera de gruesas letras unidas de cerca de
dos metros de largo: VOTAD POR HONESTO GEEK EL AMIGO DE LOS SOLDADOS, decían.
Bill se inclinó y le dio un tremendo bocado a la T. Se atraganto y escupió los
húmedos trozos al suelo.
- Cartón - dijo
huecamente -. Madre siempre compra saldos. Hasta cuando se trata de chocolate
deshidratado... - buscó en su jarra algo con lo que sacarse el sabor a
periódico viejo de la boca, pero estaba vacía.
En algún lugar,
muy arriba en el escalafón del poder, se tomó una decisión, se resolvió un problema,
y se dio una orden. De las pequeñas cosas nacen las grandes: La cagada de un
pajarilla cae sobre la ladera cubierta de nieve de una montaña, rueda, recoge
nieve, se hace más y más grande, gigante y más gigante, hasta que es una
atronadora masa de nieve y hielo, una avalancha, una aterradora masa de muerte
rodante que arrasa todo un poblado. De pequeños comienzos... ¿quién sabe qué
comienzo tuvo esto? Tal vez los dioses lo sepan, pero se están riendo. Tal vez
la altiva y emperingotada esposa de algún Alto Ministro vio una alhaja que
deseaba y con astuta y cortante lengua exacerbó al calzonazos de su marido
hasta que, para tener algo de paz, le prometió regalársela, y entonces buscó el
dinero para comprarla. Tal vez fuera así como llegase a oídos del Emperador la
insinuación sobre una nueva campaña en el 77sub7avo sector, tranquilo desde
hacía años, pues una victoria allí, o hasta un empate, si es que producía las
suficientes muertes, significaría una medalla, una recompensa, algo de dinero.
Y así la avaricia de una mujer, como la cagada de un pajarilla, puso en marcha
la bola de nieve de la guerra, reuniendo poderosas flotas, nave a nave, como
una roca en un estanque que produce ondas hasta que la más apartada de las
gotas es alcanzada por su movimiento...
- Vamos a
entrar en acción - dijo Tembo mientras olisqueaba su jarra de comida -. Están
cargando el rancho con estimulantes, reductores del dolor, salitre y
antibióticos.
- ¿Es por eso
por lo que están siempre tocando música patriótica? - gritó Bill, para poderse
hacer oír entre el constante rugido de los pífanos y tambores que surgía de los
altavoces. Tembo asintió.
- Queda poco
tiempo para que seas salvado, para que asegures tu lugar en las legiones de
Samedi...
- ¿Por qué no
hablas con Caliente Brown? - aulló Bill ¡Ya me salen los tam-tams por los
oídos! Cada vez que miro a una pared veo ángeles flotando en nubes. ¡Deja de
molestarme! Dedícate a Caliente... cualquiera que haga lo que él hace con los
thoats probablemente se unirá a tu manada de vudú en un segundo.
- He hablado
con Brown acerca de su alma, pero ese tema aún está dudoso. Nunca me contesta,
así que no estoy seguro de si me escucha o no. Pero tú eres diferente, hijo
mío. Tu demuestras irritación, lo cual indica que sientes dudas. Y la duda es
el primer paso hacia la fe...
La música se
cortó en medio de un compás, y durante tres segundos hubo un estallido de
silencio que terminó abruptamente.
- Atención.
Atención todos... Estén atentos... En unos momentos conectaremos con la nave
almirante para escuchar un informe del almirante... Atentos todos. - la voz fue
cortada por el toque de generala, pero siguió de nuevo cuando hubo terminado el
repugnante sonido - ¡...y ahora nos encontramos en el puente de ese gigantesco
conquistador de las rutas espaciales, el superacorazado de treinta kilómetros
de largo, poderosamente blindado, mayestáticamente armado, denominado La reina
de las hadas...! Los hombres de guardia se están haciendo ahora a un lado, y
acercándose a mí en un simple uniforme de platino trenzado llega el Gran
Almirante de la Flota, el Muy Honorable Lord Arqueóptero. ¡Admirable! ¿Podría
dedicarnos un momento, Su Excelencia?
- La siguiente
voz que oirán será...
La siguiente
voz fue un estallido de música mientras los técnicos en fusibles vigilaban sus
bandas de fusible, pero la siguiente voz después de esto tuvo todas las ricas
tonalidades adenoidales que siempre se asociaban con los Pares del Imperio.
- Chicos...
¡vamos a entrar en acción! Esta, la más poderosa flota que jamás haya visto la galaxia,
se está dirigiendo en línea recta hacia el enemigo para dar el golpe devastador
que puede decidir esta guerra. En mi tanque de operaciones situado frente a mí
veo una miríada de puntitos de luz, extendiéndose tan lejos como abarca la
vista, y cada punto de luz ¡y os digo que son como agujeros en una manta!, no
es una nave, ni un escuadrón... ¡sino una flota entera! Estamos barriéndolo
todo, acercándonos...
El sonido de un
tam-tam llenó el aire, y en la banda del fusible que Bill estaba vigilando aparecieron
un par de puertas doradas abriéndose.
- ¡Tembo! -
chilló -. ¡¿Quieres apagar eso?! ¡Quiero oír lo de la batalla!
- Memeces
grabadas - sorbió Tembo -. Mejor será que gastes los pocos momentos de tu vida
que quizá te queden en buscar la salvación. Esto que oyes no es ningún
almirante, sino una grabación. Ya la he oído cinco veces antes; y tan solo la
ponen para dar moral antes de lo que están seguros que va a ser una batalla con
elevadas pérdidas. Esto nunca fue un almirante, sino que lo sacaron de un viejo
programa de televisión...
- ¡Yuppiii! -
aulló Bill, saltando hacia adelante. El fusible que estaba contemplando se
había cuarteado con una brillante descarga en los bornes, y en el mismo
instante la banda del fusible se había quemado y pasado del rojo al negro -.
¡Uggg! - gruñó, y luego, ¡Uggg!, ¡Uggg!, ¡Uggg! - en rápida sucesión,
quemándose las palmas con el fusible aún caliente, dejándolo caer sobre su pie,
y finalmente logrando meterlo por el conducto de fusibles. Cuando se dio la
vuelta, Tembo ya había colocado un fusible nuevo en los bornes vacíos.
- Ese era mi
fusible... No tenías que haber... - había lágrimas en sus ojos.
- Lo siento.
Pero según las reglas tengo que ayudar si estoy libre.
- Bueno, al
menos hemos entrado en acción - dijo Bill, de vuelta a su posición, y tratando
de darse masajes a su dolido pie.
- No, aún no,
aún hace demasiado frío. Eso fue tan solo una avería en los fusibles, uno puede
distinguirlo por la descarga en los bornes. Ocurre a veces cuando los fusibles
son viejos.
- ...armadas
masivas tripuladas por heroicos soldados...
- Podríamos
haber estado en combate - bufó Bill.
- ...el atronar
de las descargas atómicas y las brillantes estelas de los torpedos al ataque...
- Creo que ya
estamos ahora. Parece que hace más calor, ¿no, Bill? Mejor será que nos
desnudemos; si realmente hay una batalla, quizá luego no nos sea posible.
- ¡Vamos,
vamos, en pelotas! - aulló el primera clase Bilis, saltando como una gacela por
entre las hileras de fusibles, vestido tan solo con un par de sucios calcetines
y con sus galones y la insignia de su especialidad tatuados. Se oyó un súbito
chisporroteo en el aire, y Bill notó como los muñones de su rapado cabello se
le ponían de punta.
- ¿Qué es eso?
- gimoteó.
- Una descarga
secundaria de la bancada de fusibles - señaló Tembo -. Lo que sucede es
secreto, pero he oído decir que significa que uno de los escudos defensivos
está siendo atacado con radiaciones, y que al irse sobrecargando sube a lo
largo del espectro hasta el verde, hasta el azul, hasta el ultravioleta, para
pasar finalmente al negro y desmoronarse el escudo.
- Eso suena
bastante raro.
- Ya te he
dicho que es tan solo un rumor. Todo eso es secreto...
- ¡¡Ya está!!
Un tremendo
bang hendió el húmedo aire de la sala de fusibles, y una bancada de estos se
arqueó, humeó y se ennegreció. Uno de ellos se partió en dos, desparramando en
todas direcciones pequeños fragmentos como metralla. Los especialistas en
fusibles saltaron, aferraron los fusibles, deslizaron repuestos con manos
sudorosas, apenas si viéndose por entre las nauseabundas humaredas. Los
fusibles fueron conectados, y hubo un momento de silencio, interrumpido tan
solo por el dolorido sonar de una pantalla de comunicaciones.
- ¡Hijo de
padre! - murmuró el primera clase Bilis, dándole una patada a un fusible que se
interponía en su camino y zambulléndose hacia la pantalla. Su chaqueta de
uniforme colgaba de un gancho junto a esta, y se la colocó antes de darle un
puñetazo al botón de encendido. Acabó de abrocharse el último botón justamente
cuando se iluminó la pantalla. Bilis saludó, así que debía hallarse frente a un
oficial. La pantalla estaba de lado, de modo que Bill no podía asegurarlo, y la
voz tenía el tartamudeante gimoteo de los sinbarbilla-y-con-muchos-dientes que
estaba comenzando a asociar con la oficialidad.
- Ha tardado en
contestar, primera clase Bilis... ¿Quizá el segunda clase Bilis podría
contestar más rápido?
- Tenga piedad,
señor... Soy un hombre viejo - cayó al suelo de rodillas, en una actitud de
súplica que lo hizo desaparecer de la pantalla.
- ¡Póngase en
pie, idiota! ¿Han reparado los fusibles después de la última sobrecarga?
- Reemplazamos,
señor, no reparamos...
- ¡Nada de
tecnicismos, so cerdo! ¡Una respuesta clara!
- Todo está en
orden, señor. Operando en el verde. No hay quejas de nadie, su excelencia.
- ¿Por qué no
va usted de uniforme?
- Estoy de
uniforme, señor - gimoteó Bilis, acercándose más a la pantalla para que no se
pudieran ver sus desnudas caderas ni sus temblorosas piernas.
- ¡No me
mienta! Hay sudor en su frente. No se le permite sudar de uniforme. ¿Me ve
sudar a mí? Y yo además llevo puesta una gorra... en su ángulo correcto. Me
olvidaré de ello, por esta vez, porque tengo un corazón de oro. Puede
retirarse.
- ¡Sucio
cabrón! - maldijo Bilis con toda la fuerza de sus pulmones, arrancándose la
chaqueta de su envarado cuerpo. La temperatura sobrepasaba los cincuenta
grados, y seguía subiendo -. ¡Sudor! Tienen aire acondicionado en el puente...
¿Y dónde os creéis que va a parar su calor? ¡Aquí! ¡¡ayyyyyyl!
Dos bancadas
completas de fusibles estallaron simultáneamente y tres de estos explotaron
como bombas. Al mismo tiempo, el suelo se agitó lo bastante bajo sus pies como
para notarlo.
- ¡Problemas gordos! - chilló Tembo -. Cualquier cosa que sea lo
bastante fuerte como para hacerse notar a través del campo estático debe ser lo
bastante potente como para aplastar la nave como si fuera una galleta. ¡Ahí hay
más! - saltó a la bancada y pateó un fusible quemado, metiendo otro nuevo.
Era un
infierno. Los fusibles estaban estallando como bombas, enviando silbantes
partículas de mortífera cerámica a través del aire. Se oyó el restallido de un
rayo cuando una plancha cortocircuito con el suelo metálico, y un horrible
aullido, por suerte de corta duración, sonó mientras la descarga atravesaba el
cuerpo de un técnico en fusibles. Un humo grasiento hervía y colgaba en
cortinas que casi hacían imposible el ver. Bill raspó los restos de un fusible
roto de los oscurecidos bornes, saltó hacia el depósito de repuestos, tomó el
fusible de treinta y cinco kilos de peso en sus doloridos brazos, y acababa de
girarse hacia las bancadas cuando estalló el universo...
Todos los
fusibles que quedaban parecieron haber cortocircuitado al mismo tiempo, y el
chirriante restallido de la electricidad atravesó toda la habitación. En su
cegadora luz, y en un único momento eterno, Bill vio como la llama atravesaba
las hileras de técnicos en fusibles, desparramándolos e incinerándolos como
partículas de polvo caídas en las llamas. Tembo se derrumbó y se arrugó, una
masa de carne asada; un trozo de plancha al rojo abrió al primera clase Bilis
de arriba abajo en una única y horrible herida.
- ¡Mira qué
grieta tiene Bilis! - gritó Caliente, y luego chilló cuando una bola de
electricidad rodó sobre él y lo convirtió en un humeante amasijo en una
fracción de segundo.
Por casualidad,
por simple accidente, Bill mantenía la sólida masa del fusible frente a él
cuando le golpeó la llama. Esta lamió su brazo izquierdo, que estaba en la
parte exterior del fusible, y lanzó su llameante peso contra el grueso
cilindro. La fuerza golpeó a Bill, lo derribó hacia atrás, contra las hileras
de fusibles de reserva, y lo hizo rodar por el suelo mientras la destructora
llamarada chisporroteaba a unos centímetros de su cabeza. Murió, tan
repentinamente como había nacido, dejando tras ella únicamente humo, calor, el
acre olor de la carne asada, la destrucción, y la muerte, muerte, muerte. Bill
se arrastró dolorido hasta la compuerta, sin que nada más se moviera en toda la
quemada y retorcida longitud de la sala de fusibles.
El
compartimiento de abajo parecía igual de caliente, y el aire tan desprovisto de
alimento para los pulmones como el que acababa de abandonar. Siguió
arrastrándose, apenas consciente del hecho de que se deslizaba sobre dos
rodillas llagadas y una mano ensangrentada. Su otro brazo simplemente colgaba y
se arrastraba, un trozo retorcido y quemado de escoria, y tan solo la bendición
de un profundo shock le evitaba el estar aullando por un dolor insoportable.
Siguió
arrastrándose, sobre el umbral de una puerta, a lo largo de un pasadizo. El
aire era aquí más limpio y mucho más frío: se sentó e inhaló su bendita
frescura. El compartimiento le era familiar, y sin embargo no conocido.
Parpadeó, tratando de comprender el porqué. Largo y estrecho, con una pared
curvada de la que surgían las partes traseras de inmensos cañones. Claro, se
trataba de la batería principal, los cañones que el espía chinger Ansioso
Beager había fotografiado. Aunque ahora era diferente, con el techo más cercano
al suelo, hundido y abollado, como si un gigantesco martillo lo hubiera
golpeado desde el exterior. Había un hombre derrumbado en el asiento del
artillero del arma más cercana.
- ¿Qué pasa? -
preguntó Bill, arrastrándose hacia el hombre y asiéndolo por el hombro.
Sorprendentemente, el artillero tan solo pesaba algunos gramos, y cayó del
asiento ligero como una pluma, y con un rostro de pergamino viejo, tal y como
si no le quedase una gota de líquido en su cuerpo.
- Rayo deshidratante
- gruñó Bill -. Creí que tan solo existía en la televisión.
El asiento del
artillero estaba acolchado, y parecía muy confortable, mucho más que el
deformado suelo de acero; Bill se dejó caer en la recién abandonada posición y
miró con ojos que no veían a la pantalla situada frente a él. Pequeños puntos
móviles de luz.
En grandes
letras, encima mismo de la pantalla, se leía:
LAS LUCES
VERDES SON NUESTRAS NAVES, LAS LUCES ROJAS EL ENEMIGO. EL OLVIDAR ESTO ES UN
CRIMEN QUE MERECERÁ UNA CORTE MARCIAL.
- No lo
olvidaré - murmuró Bill, mientras comenzaba a resbalar de la silla. Para
detenerse, se agarró a una enorme palanca que se alzaba frente a él, y cuando
lo hizo un círculo de luz con una x en su interior se movió en la pantalla. Era
muy interesante. Puso el círculo alrededor de una de las luces verdes, y
entonces recordó algo acerca de una corte marcial. Se rió un poco y lo movió
hasta una luz roja, con la x justo encima de la luz. Había un botón rojo en la
parte superior de la palanca, y lo apretó porque parecía del tipo de los
botones hechos para ser apretados. El cañón junto a él hizo uuffle... en una
forma muy tranquila, y la luz roja desapareció. No muy interesado, soltó la
palanca.
- ¡Oh, eres un
luchador nato! - dijo una voz, y con algún esfuerzo Bill giró su cabeza. Había
un hombre con restos de galones dorados. Se adelantó -. Lo vi - exhaló -. No lo
olvidaré nunca mientras viva. ¡Eres un luchador nato! ¡Qué estómago! ¡Sin
miedo! ¡Adelante contra el enemigo, sin cuartel, no abandonéis la nave...!
- ¿Qué
idioteces está diciendo? - preguntó pastosamente Bill.
- ¡Un héroe! -
dijo el oficial, dando palmadas en la espalda de Bill, lo cual le produjo un
agudo dolor, y fue la última gota para su mente consciente, que abandonó las
riendas del mando y se retiró a descansar. Bill se desmayó.
OCHO
- Y ahora serás
un soldadito bueno y te beberás tu comida...
Las cálidas
notas de la voz se insinuaron en un sueño especialmente repugnante que Bill se
complació en abandonar y, con un tremendo esfuerzo, logró forzar sus ojos a que
se abriesen. Un rápido parpadeo los puso en foco, y vio ante él una jarra sobre
una bandeja sostenida por una blanca mano unida a un blanco brazo que estaba
conectado a un blanco uniforme relleno de pechos femeninos. Con un gutural gruñido
animal, Bill apartó de un manotazo la bandeja y se lanzó sobre el traje. No
logró alcanzarlo porque su brazo izquierdo estaba vendado en algo y colgaba de
cables, así que giró alrededor de su cama como un escarabajo pinchado, lanzando
gritos inarticulados. La enfermera chilló y escapó.
- Me alegra ver
que se siente mejor - dijo el doctor arrojándolo contra la cama con un bien
entrenado gesto e inmovilizando el aún ansioso brazo de Bill con un limpio
golpe de judo -. Le serviré algo más de cena y se la beberá ahora mismo, y
entonces dejaremos que entren sus compañeros para el descubrimiento. Están
todos esperando afuera.
El dolor ya
abandonaba su brazo, y pudo rodear con sus dedos la jarra. Dio un sorbo.
- ¿Qué
compañeros? ¿Qué descubrimiento? ¿Qué pasa aquí? - preguntó suspicaz.
Entonces se
abrió la puerta y entraron los soldados. Bill contempló sus rostros, buscando
compañeros, pero todo lo que vio fueron ex-soldadores y extraños. Entonces
recordó.
- ¡Caliente
Brown asado! - aulló -. ¡Tembo achicharrado! ¡El primera
clase Bilis destripado! ¡Están todos muertos! - se ocultó bajo las sábanas y
gimió terriblemente.
- Esa no es la
forma de comportarse de un héroe - le dijo el doctor, arrastrándolo hasta la
almohada y arreglando las sábanas bajo sus brazos -. Eres un héroe, soldado, un
hombre cuyo valor, ingenio, integridad, estricto cumplimiento de su deber,
espíritu de lucha y mortífera puntería salvó la nave. Todos los escudos estaban
inutilizados, la sala de máquinas destruida, los artilleros muertos, el control
perdido, y el acorazado enemigo se acercaba para acabarnos cuando tú apareciste
como un ángel vengador, herido y casi muerto, y con tu último esfuerzo
consciente disparaste el cañonazo que escuchó toda la flota, el solitario
disparo que destruyó al enemigo y salvó a nuestra nave, la vieja gran dama de
la flota Fanny Girl - le pasó una hoja de papel a Bill -. Naturalmente, estoy
leyéndose el informe oficial. Por mi parte, creo que fue pura suerte.
- Me tiene
celos - gruñó Bill, ya enamorado de su nueva imagen.
- ¡No se haga
el freudiano conmigo! - aulló el doctor; y luego lloriqueo, desconsolado -:
Siempre quise ser un héroe, pero lo único que hago es cuidar a los héroes. Voy
a sacarte esas vendas.
Descolgó los
cables que mantenía en alto el brazo de Bill, y comenzó a desenrollar las
vendas, mientras los soldados se apelotonaban para contemplar.
- ¿Cómo está mi
brazo, doctor? - Bill se sintió repentinamente preocupado.
- Asado como un
filete. Tuve que amputarlo.
- Entonces,
¿qué es eso? - ululó Bill, horrorizado.
- Otro brazo
que te injerté. Había muchos sueltos después de la batalla. La nave tuvo un
cuarenta y dos por ciento de bajas, y realmente me pude dedicar a cortar, picar
y coser. Te lo aseguro.
Cayó el último
vendaje, y los soldados dijeron ah con satisfacción.
- Vaya, es un
brazo magnífico.
- Prueba a
hacer algo.
- Y tiene un
cosido estupendo cerca del hombro: ¡Fijáos que bien le han quedado los puntos!
- Y además
tiene buenos músculos, y es largo, no como la mierda que lleva al otro lado.
- Más largo y
más oscuro... ¡tiene un maravilloso color!
- ¡Es el brazo
de Tembo! - bramó Bill -. ¡Sáquenmelo! - se arrastró por la cama, pero el brazo
lo siguió. Lo aplastaron de nuevo contra las almohadas.
- Eres un tipo
de suerte, Bill, al tener un buen brazo como este. Y además es el brazo de un
amigo.
- Sabemos que
le hubiera gustado que tú lo heredases.
- Siempre
tendrás algo que te lo recuerde.
Realmente, no
era un mal brazo. Bill lo dobló y flexionó los dedos de la mano, mirándolo aún
con sospecha. Se lo notaba bien. Lo extendió y agarró el brazo de un soldado,
apretando. Podía notar como los huesos del hombre se comprimían, mientras este
chillaba y se estremecía. Entonces Bill miró con más detenimiento la mano, y
comenzó a escupir blasfemias contra el doctor.
- ¡Estúpido
cortahuesos! ¡Doctor de thoat! Menudo trabajo ha hecho... ¡este es un brazo
derecho!
- Así que es un
brazo derecho... ¿y qué?
- Pero usted
cortó mi brazo izquierdo. Ahora tengo dos brazos derechos...
- Escuche,
había un déficit de brazos izquierdos. No soy ningún milagrero. Lo hago lo
mejor que sé, y solo tengo quejas. Puede estar contento de que no le injertara
una pierna - Sonrió diabólicamente -, y puede aún estar más contento de que no
le injertase...
- Es un buen
brazo, Bill - dijo el soldado al que le había aplastado el brazo, mientras se
lo friccionaba -. Y además tienes suerte: ahora podrás saludar con ambos
brazos, y nadie más puede hacerlo.
- Tienes razón
- dijo humildemente Bill -. No había pensado en ello. Realmente, soy un hombre
afortunado - intentó un saludo con su brazo izquierdo-derecho, y el codo se
dobló perfectamente sobre su pecho, y las yemas de los dedos se agitaron sobre
su ceja. Todos los soldados se pusieron firmes y devolvieron el saludo. La
puerta se abrió de un empujón y un oficial metió la cabeza por ella.
- Descansen,
muchachos, esto es tan solo una visita informal del Viejo.
- ¡El Capitán
Zekial viene aquí!
- Nunca he
visto al Viejo... - los soldados piaban como pajarillos, y estaban tan
nerviosos como vírgenes en una ceremonia de desfloración. Otros tres oficiales
atravesaron la puerta, y finalmente entró un enfermero que llevaba de la mano a
un retardado mental de diez años de edad con un chupete y uniforme de capitán.
- Ehhh... hola,
chicos... - dijo el capitán.
- El capitán
desea saludamos a todos - dijo eficientemente un primer teniente.
- ¿E-e-te e-de
la-ama?
- Y
especialmente desea dar su enhorabuena personal al héroe del momento.
- ...ha-ía a-go
má-pe-o lo-e olvi-ado...
- Y
adicionalmente desea informar al valiente luchador que salvó nuestra nave que
está siendo promocionado hasta el grado de técnico en fusibles de primera
clase, cuya antedicha promoción incluye un realistamiento automático por siete
años, que le serán añadidos a los de su alistamiento original; y que cuando sea
dado de alta del hospital irá con el primer medio de transporte disponible
hasta el Planeta Imperial de Helior, para recibir allí la recompensa a su
heroicidad en forma del Dardo Púrpura con la Nebulosa del Saco de Carbón, de la
propia mano del Emperador.
- ...ero ir a mear...
- Pero ahora
las exigencias de su mando lo obligan a regresar al puente, y quiere daros a
todos una afectuosa despedida.
- ¿No es el
Viejo algo joven para su grado? - preguntó Bill.
- No más que
muchos otros - el doctor rebuscó entre sus agujas hipodérmicas, buscando alguna
lo bastante despuntada como para dar una inyección -. Tienes que recordar que
todos los capitanes tienen que pertenecer a la nobleza, y aún una nobleza tan
numerosa como la nuestra está muy solicitada para todas las tareas de un
imperio galáctico. Tomamos lo que podemos - encontró una aguja torcida y la
colocó en la jeringuilla.
- De acuerdo,
es joven, pero ¿no es también algo estúpido para su puesto?
- Cuidado con
eso, muchacho, que es lesa majestad. Si tienes un imperio de un par de millares
de años de antigüedad, y una nobleza que va apareándose consigo misma, tendrás
todos los genes defectuosos y recesivos apareciendo, y acabarás con un grupo de
gentes que serán algo más exóticos que lo que pueda ofrecer un manicomio
normal. No hay nada malo en el Viejo que un nuevo cociente de inteligencia no
pudiera curar. Deberías de haber visto al capitán de la última nave en que
serví... - se estremeció, y clavó maliciosamente la aguja en la carne de Bill.
Este aulló y luego, dolorido, contempló como la sangre surgía del orificio
abierto por la hipodérmica al ser retirada esta.
Se cerró la
puerta, y Bill se quedó solo, contemplando la desnuda pared y su futuro. Era un
especialista en fusibles de primera clase, y esto era bueno. Pero el
alistamiento obligatorio por siete años más ya no era tan bueno. Su buen ánimo
decayó. Deseó poder hablar con alguno de sus viejos compañeros, y entonces
recordó que todos estaban muertos, y su ánimo decayó aún más. Trató de animarse
a sí mismo, pero no pudo pensar en nada que lo alegrase hasta que descubrió que
podía estrecharse a sí mismo la mano. Esto le hizo sentirse algo mejor.
Se arrellanó en
las almohadas y se estrechó la mano hasta que se quedó dormido.
LIBRO SEGUNDO -
UN BAÑO EN EL REACTOR DE PISCINA
UNO
Ante ellos, el
frente del cilíndrico transbordador era una única y gigantesca ventana, un
grueso escudo de cristal blindado repleto ahora por las ensortijadas volutas de
nubes a través de las que caían. Bill se recostó confortablemente en la silla
de desaceleración, contemplando la escena con ansiedad. En la gruesa nave había
asientos para veinte personas, pero solo estaban ocupados tres, incluyendo el
de Bill. Sentado junto a él, y trataba de no mirarlo demasiado, había un
artillero de primera clase que parecía haber sido disparado por uno de sus
cañones. Su rostro era casi todo de plástico, y contenía un único y
sanguinolento ojo. Era un cesto ambulante, ya que sus cuatro amputados miembros
habían sido reemplazados por brillantes artilugios, repletos de
resplandecientes pistones, controles electrónicos y bobinas. Su insignia de
artillero estaba soldada al chasis metálico que hacía las veces de su
antebrazo. El tercer hombre, una bestia de sargento de infantería, se había
quedado dormido en el mismo momento en que habían subido a bordo tras llegar
del transporte interestelar.
- ¡Por mil
ranchos podridos! ¡Mira eso! - se asombró Bill, cuando la nave atravesó las
nubes y allí, extendiéndose ante ellos, vio la brillante esfera dorada de
Helior, el Planeta Imperial, la capital de diez mil soles.
- ¡Qué albedo!
- gruñó el artillero, desde algún punto del interior de su rostro de plástico
-. Hace daño a la vista.
-
¡Naturalmente! Es oro sólido... ¿Te imaginas un planeta recubierto de oro
sólido?
- No, no puedo
imaginármelo. Ni tampoco me lo creo. Costaría demasiado. Pero me puedo imaginar
uno recubierto de aluminio anodizado. Como este.
Mirándolo
mejor, Bill se pudo dar cuenta de que realmente no brillaba como oro, y comenzó
a sentirse de nuevo deprimido. ¡No! Se obligó a mirar de nuevo. ¡Uno podía
arrancar el oro, pero no podía arrancar la gloria! Helior seguía siendo el
Mundo Imperial, el ojo que nunca dormía y lo veía todo colocado en el corazón
de la galaxia. Todo lo que pasaba en cualquier planeta, en cualquier nave del
espacio, llegaba hasta aquí, era codificado, archivado, clasificado, anotado,
juzgado, perdido, encontrado, y resuelto. Desde Helior llegaban las órdenes que
gobernaban los mundos del hombre, que mantenían lejos la noche del dominio
alienígena. Helior, un mundo transformado por el hombre, cuyos mares, montañas
y continentes habían sido recubiertos por una coraza de metal, de varios
kilómetros de espesor, piso tras piso de niveles con una población global
dedicada a un único ideal: gobernar. El brillante nivel superior estaba moteado
de espacionaves de todo tamaño, mientras el oscuro cielo parpadeaba con otras
que llegaban y partían. La escena se aproximó más y más, y luego hubo un
repentino estallido de luz y la ventana se oscureció.
- ¡Nos hemos
estrellado! - jadeó Bill -. ¡Ya podemos darnos por muertos...!
- Cierra el
buzón. Eso ha sido simplemente que se ha roto la película. Como no va ningún
oficial en este viaje, no se preocuparán de arreglarla.
- ¿Película?
- ¿Qué otra
cosa te esperabas? ¿Estás tan mochales que te creías que iban a construir
transbordadores con grandes ventanales en la proa, justo donde se produce la
máxima fricción en la reentrada, para que el calor hiciese bonitos agujeros?
Una película. Igual es de noche ahora.
El piloto los
hizo puré con quince g cuando aterrizaron. (El también sabía que no llevaba
oficiales en este viaje) y mientras estaban haciendo chasquear sus vértebras de
nuevo a sus posiciones y tratando de introducir sus ojos otra vez en su órbitas
para tratar de ver algo, se abrió la compuerta. No solo era de noche, sino que
además llovía. Un Descargador de Pasajeros de Segunda Clase introdujo adentro
su cabeza y los barrió con una sonrisa profesionalmente amistosa.
- Bienvenidos a
Helios, Planeta Imperial de las mil delicias... - su rostro cambió a su
habitual mueca de repugnancia -. ¿No hay ningún oficial con vosotros,
desgraciados? Vamos, fuera de ahí, salid a escape, tenemos trabajo que hacer.
Lo ignoraron
mientras pasaba a su lado y se dirigía a despertar al sargento de infantería,
que aún roncaba como una hélice rota, sin que su sueño hubiera sido perturbado
por una nimiedad tal como quince g. El ronquido cambió a un oscuro gruñido,
cortado por el agudo chillido del Descargador de Pasajeros de Segunda Clase
cuando recibió una patada en los testículos. Aún murmurando, el sargento se
unió a ellos mientras abandonaba la nave, y ayudó a mantener firmes las
entrechocantes piernas metálicas del artillero en la resbaladiza y húmeda rampa
metálica de descenso. Contemplaron con pétrea resignación como sus macutos eran
lanzados desde el compartimiento de equipajes a un profundo charco de agua. Y
como un último y débil intento de venganza, el Descargador de Pasajeros de
Segunda Clase desconectó el campo repulsor que había estado protegiéndolos de
la lluvia, e inmediatamente se quedaron calados y congelados por el gélido
viento. Se echaron los macutos al hombro, exceptuando el artillero, que
arrastraba el suyo sobre pequeñas ruedecitas, y comenzaron a caminar hacia las
luces más cercanas, situadas al menos a un par de kilómetros de distancia y
apenas visibles entre la cortina de agua. A mitad de camino, el artillero se
quedó rígido cuando se cortocircuitaron sus relés, así que le colocaron las
ruedecillas bajo los pies, cargaron los macutos sobre sus piernas, y les sirvió
como una estupenda carretilla el resto del camino.
- Soy una
estupenda carretilla - se quejó el artillero.
- No te quejes
- le dijo el sargento -. Al menos ya tienes un trabajo civil.
Dio una patada
a la puerta para abrirla, y caminaron y rodaron al deseado calor de la oficina
de operaciones.
- ¿Tienen una
lata de disolvente? - le preguntó Bill al hombre situado tras el mostrador.
- ¿Tienen
órdenes de viaje? - les preguntó el hombre, ignorando sus palabras.
- Tengo una
lata en mi macuto - dijo el artillero, abriéndolo y trasteando en su interior.
Entregaron sus
órdenes, la del artillero estaba abotonada en el bolsillo del pecho, y el
oficinista las metió por la rendija de una gigantesca máquina situada tras él.
La máquina zumbó y encendió las luces, y Bill goteó disolvente en todas las
conexiones eléctricas del artillero hasta que logró sacar el agua. Sonó una
bocina, las órdenes fueron regurgitadas, y por otro orificio comenzó a salir
una cinta grabada. El oficinista la arrancó y la leyó rápidamente.
- Están en
problemas - dijo con sádica alegría -. Se supone que los tres van a recibir el
Dardo Púrpura en una ceremonia con el Emperador, que van a filmar dentro de
tres horas. No lograrán llegar a tiempo.
- Eso no es de
su cochina incumbencia - graznó el sargento -. Acabamos de salir de la nave.
¿Adónde vamos?
- Área 1457-D,
Nivel K-9, Bloque 823-7, Corredor 492, Cámara 34, Habitación 62. Pidan por el
productor Ratt.
- ¿Y cómo vamos
hasta allí? - preguntó Bill.
- No me lo
pregunten, yo tan solo trabajo aquí - tiró tres gruesos volúmenes sobre el
mostrador, cada uno de ellos de unos treinta centímetros cuadrados y casi del
mismo grosor, con una cadena soldada al lomo -. Busquen su propio camino, aquí
tienen su plano. Pero tendrán que firmarme un recibo. El perderlo es una ofensa
merecedora de corte marcial y castigada con...
El oficinista
se dio repentinamente cuenta de que estaba solo en la habitación con los tres
veteranos, y mientras se ponía mortalmente pálido extendió la mano hacia un
botón rojo. Pero antes de que su dedo pudiera tocarlo, el brazo metálico del
artillero, escupiendo chispas y humeando, lo clavó contra el mostrador. El
sargento se inclinó hasta que su rostro estuvo a un centímetro del oficinista,
y luego habló con una voz baja y fría que rizaba la sangre.
- Nunca
encontraremos nuestro propio camino. Usted lo encontrará por nosotros. Nos
proveerá de un Guía.
- Los Guías son
tan solo para los oficiales - protestó débilmente el oficinista, y luego exhaló
todo el aire de sus pulmones cuando un dedo duro como el acero se le clavó en
el estómago.
- Trátenos como
a oficiales - espetó el sargento -. No nos molesta.
Castañeándole
los dientes, el oficinista ordenó un Guía, y se abrió una pequeña puertecilla
metálica en la pared más lejana. El Guía tenía un cuerpo metálico tubular que
corría sobre seis ruedas neumáticas, con una cabeza construida para que
pareciese un perro de caza y una vibrante cola metálica.
- Chucho, aquí
- ordenó el sargento, y el Guía corrió hacia él y sacó una lengua de plástico
roja y con un débil chirrido de engranajes comenzó a emitir el sonido de un
jadeo metálico. El sargento tomó el trozo de cinta grabada y rápidamente marcó
el código 1457-D K-9 823-7 492 Flm-34 62 en los botones que decoraban la cabeza
del Guía. Se oyeron dos alegres ladridos, desapareció la lengua roja, vibró la
cola, y el Guía rodó por el corredor. Los veteranos lo siguieron
Les llevó una
hora, por tobogán, escalera mecánica, as. censor, neumocar, mula, monorraíl,
acera rodante y barra deslizante, el alcanzar la habitación 62. Mientras
estaban sentados en el tobogán, habían asegurado las cadenas de sus planos a
sus cinturones, pues hasta Bill empezaba a darse cuenta del valor de una guía
en esta ciudad del tamaño de un mundo. En la puerta de la habitación 62, el
Guía aulló tres veces, y luego rodó alejándose antes de que pudieran atraparlo.
- Debíamos
habernos dado mejor maña - dijo el sargento -. Esas cosas valen su peso en
diamantes.
Abrió una
puerta, para descubrir a un tipo obeso sentado frente a un escritorio y
gritándole a un visiofono:
- ¡No me
importa un pimiento cual sea su excusa, tengo excusas a millares! Todo lo que
sé es que tengo un programa y las cámaras están dispuestas a rodar, y ¿dónde
están los actores? Se lo pregunto, ¿y qué es lo que me contesta? - los miró, y
comenzó a chillar -: ¡Fuera! ¡Fuera! ¡¿No pueden ver que estoy ocupado?!
El sargento se
adelantó y lanzó el visiofono contra el suelo, y luego lo pateó hasta reducirlo
a humeantes restos.
- Tienes una
forma muy directa de conseguir que te atiendan - le dijo Bill.
- Dos años de
combate le hacen a uno ser muy directo en todo - dijo el sargento, rechinando
los dientes en una forma molesta y ruidosa. Luego -: Aquí estamos, Ratt. ¿Qué
es lo que hacemos?
El productor
Ratt se hizo camino a puntapiés por entre los restos, y abrió una puerta
situada tras el escritorio.
- ¡A sus
puestos! ¡Luces! - gritó.
Y hubo un inmenso correteo y una repentina
luz deslumbrante. Los veteranos que iban a ser honrados lo siguieron a través
de la puerta hasta un inmenso estudio que resonaba con un caos organizado.
Cámaras sobre plataformas motorizadas rodaban alrededor del plató, en el que
decorados y utilería simulaban el extremo de una sala real del trono. Las
ventanas de celosías brillaban por una imaginaria luz solar, y un rayo de sol
dorado de un reflector iluminaba el trono. Guiados por las instrucciones
gritadas del director, una manada de nobles y de funcionarios de alto rango
tomaron posiciones frente al trono.
- ¡Los ha
llamado desgraciados! - se atraganto Bill. - ¡Lo fusilarán!
- Mira que eres
estúpido. Esos son actores. ¿Crees acaso que pueden conseguir nobles para algo
como eso? - dijo el artillero, desenrollando un cable de su pierna derecha y
enchufándolo para recargar sus baterías.
- Tan solo
tenemos tiempo para ensayar esto una vez antes de que llegue el Emperador, así
que nada de errores. - El director Ratt subió los peldaños y se arrellanó en el
trono - Haré el papel del Emp. Vosotros, los principales, tenéis los papeles
más fáciles, y no quiero que la pifiéis. No tenemos tiempo para repeticiones.
Os pondréis ahí, en línea, y cuando diga «se rueda» os ponéis firmes, como os
han enseñado, a menos que los contribuyentes hayan estado malgastando su
dinero. Usted, el tipo de la izquierda metido en una pajarera, apague los
motores, está estropeando la banda sonora. Si hace rechinar las marchas otra
vez más, le arrancaré todos los fusibles. Afirmativo. Estén firmes hasta que
digan sus nombres, den un paso al frente y saluden. El Emperador les clavará la
medalla; saluden, pónganse firmes otra vez y den un paso atrás. ¿Me entienden,
o es demasiado complicado para sus pequeñas mentes indoctrinadas?
- ¡Váyase a
reventar por ahí! - rugió el sargento.
- Muy listo. De
acuerdo... ¡Hagamos un intento!
Ensayaron la
ceremonia dos veces antes de que se oyera un tremendo resoplar de cornetas y
seis generales con pistolas de rayos mortíferos firmemente empuñadas corrieran
a paso ligero hasta el plató y se detuvieran de espaldas al trono. Todos los
extras, cámaras y técnicos y hasta el director Ratt, hicieron una profunda
reverencia mientras los veteranos se ponían firmes. El Emperador entró, subió
los peldaños y se desplomó en el trono.
- Continúe... -
dijo con una voz aburrida, y eructó tras su mano.
- ¡Se rueda! -
aulló con todos sus pulmones el director, y se tambaleó fuera del radio de
acción de las cámaras.
La música se
alzó en una tremenda oleada, y comenzó la ceremonia. Mientras el Ministro de
Condecoraciones y Protocolo leía la naturaleza de las heroicas acciones que los
nobles héroes habían realizado para merecer la más noble de todas las medallas:
el Dardo Púrpura con la Nebulosa del Saco de Carbón, el Emperador se alzó del
trono y caminó mayestáticamente hacia adelante. El sargento de infantería era
el primero, y Bill lo contempló con el rabillo del ojo mientras el Emperador
tomaba una medalla de platino adornada con oro, plata y rubíes, de una caja que
le ofrecían, y la clavaba en el pecho del hombre. Entonces el sargento dio un
paso atrás hacia su posición, y fue el tumo de Bill. Como desde una inmensa
distancia, oyó pronunciar su nombre con ruidosas tonalidades de trueno, y se
adelantó con cada gramo de precisión que se le había enseñado en el Campo León
Trotsky. ¡Allí, frente a él, se hallaba el hombre más amado de la galaxia! La
larga e hinchada nariz que adornaba un billón de billetes de banco estaba
apuntada hacia él. La prominente mandíbula y los salidos dientes que llenaban
un billón de pantallas de televisión estaban pronunciando su nombre. ¡Uno de
los imperiales ojos estrábicos le estaba mirando a él! La pasión saltó en las
entrañas de Bill como grandes olas rompiéndose contra los acantilados. Hizo el
mejor de sus saludos.
En realidad
hizo el mejor de los saludos posibles, ya que no había mucha gente con dos
brazos derechos. Ambos brazos giraron en precisos círculos, ambos codos se
doblaron en perfectos ángulos, ambas palmas quedaron vibrando netamente junto a
ambas cejas. Estaba bien hecho, y tomó al Emperador por sorpresa, y por un
vibrante momento logró apuntar ambos ojos hacia Bill, antes de que volvieran a
separarse de nuevo al azar. El Emperador, todavía algo confuso por el poco
usual saludo, tomó la medalla y clavó la aguja a través de la túnica de Bill,
perforando netamente su estremecida carne.
Bill no sintió
ningún dolor, pero el repentino pinchazo descargó la creciente emoción que
había estado corriendo por él. Abandonando el saludo, cayó de rodillas en el
buen viejo estilo de los siervos campesinos tal y como se veía en la televisión
histórica, que de hecho era de donde su servil subconsciente había sacado la
idea, y tomó la enfermiza y deformada mano del Emperador.
- ¡Padre
nuestro! - exultó Bill, besando la mano.
Con ojos de
odio, la guardia personal de generales saltó hacia adelante, y la muerte batió
sus negras alas sobre Bill; pero el Emperador sonrió y separó gentilmente su
mano, limpiando la saliva en la túnica de Bill. Un signo casual de su dedo
devolvió a la guardia a su posición, y se movió hacia el artillero, le clavó la
medalla que quedaba y se echó hacia atrás.
- ¡Corten! -
gritó el director Ratt - Procesen esto, es un hallazgo con ese imbécil
campesino lloriqueando.
Cuando Bill se
puso en pie, vio que el Emperador no había regresado al trono, sino que se
hallaba entre la multitud de actores. La guardia personal había desaparecido.
Bill parpadeó, asombrado, cuando un hombre le arrebató la corona de la cabeza,
la metió en una caja y se marchó con ella.
- Tengo el
freno atascado - dijo el artillero, saludando aún con un vibrante brazo -.
Bájame esta maldita cosa, por favor. Nunca funciona bien por encima del nivel
del hombro.
- Pero... el
Emperador... - dijo Bill, tirando del brazo atascado hasta que los frenos
chirriaron y se soltaron.
- Un actor...
¿Qué otra cosa te imaginabas? ¿Creías que iban a hacer que el verdadero
Emperador les diese medallas a los soldados? Apuesto a que solo se las da a los
mariscales. Pero hacen ver como si lo fuera de verdad, y así algún estúpido,
como tú, se emociona. Estuviste magnífico.
- Aquí tienen -
dijo un hombre, entregándoles copias de metal estampado de las medallas que
llevaban y arrebatándoles los originales.
- ¡A sus
puestos! - la amplificada voz del director retumbó -. Tenemos tan solo diez
minutos para ensayar lo de la Emperatriz besando a los sextillizos aldebarianos
para el Programa de la Fertilidad. Traed a esos niños de plástico aquí, y echad
a esos malditos espectadores.
Se empujó a los
héroes al corredor, y la puerta se cerró tras ellos con un seco golpe.
DOS
- Estoy cansado
- dijo el artillero y además me duele la quemadura.
Había tenido un
cortocircuito durante una acción en la Vieja Taberna de los Soldados,
prendiéndose fuego.
- Venga, vamos
- insistió Bill -. Tenemos pases por tres días antes de que salga nuestra nave,
y estamos en Helior, el Planeta Imperial. Hay maravillas que ver: los Jardines
Colgantes, las Fuentes del Arco Iris, los Palacios Enjoyados. No puedes
perdértelo.
- Ya verás si
no. Tan pronto como haya recuperado algo del sueño que llevo atrasado,
regresaré a la Vieja Taberna. Si tienes tanta necesidad de llevar a alguien de
la mano mientras haces el turista, coge al sargento.
- Aún está
borracho.
El sargento de
infantería era un bebedor solitario que no creía en los ritos sociales. Ni
tampoco se preocupaba por las disoluciones o por gastar dinero en bellos
envoltorios. Había gastado todo su dinero en sobornar a un enfermero, y había
obtenido dos bidones de alcohol puro de noventa y nueve grados, un barril de
glucosa y una solución salina, una aguja hipodérmico y un trozo de tubo de
goma. La mezcla de todo ello en los bidones había sido colocada sobre una
repisa encima de su litera, con el tubo conectado a la aguja y ésta clavada en
una inyección intravenosa. Ahora estaba quieto, bien alimentado y completa y
absolutamente borracho todo el tiempo, y, si no le cortaban el fluido, podría
permanecer borracho durante dos años y medio.
Bill dio un
retoque al brillo de sus botas y cerró el cepillo en su taquilla con el resto
de sus cosas. Tal vez regresase tarde: era fácil perderse aquí en Helior sin un
Guía. Les había llevado casi todo un día el encontrar el camino desde el
estudio hasta su alojamiento, aun cuando llevaban al sargento, un hombre experto
en mapas, dirigiéndoles. Mientras permanecían cerca de su propia área, no había
problema; pero Bill ya estaba harto de los placeres previstos para los
guerreros. Quería ver Helior, el verdadero Helior, la primera ciudad de la
galaxia. Si nadie quería ir con él, iría solo.
A pesar del
Plano, era realmente difícil el decir exactamente a qué distancia estaba
cualquier cosa en Helior, ya que los planos eran todos diagramáticos y no
tenían escala. Pero el viaje que planeaba parecía ser largo, ya que uno de los
trozos más largos en que tendría que tomar un medio de transporte: un coche
magnético evacuado túnelinear, atravesaba al menos ochenta y cuatro submapas.
¡Su destino podía muy bien hallarse en el otro lado del planeta! ¡Una ciudad
tan grande como un planeta! ¡El concepto era casi demasiado amplio como para
poderlo abarcar! De hecho, cuando pensó en ello, el concepto le resultó
demasiado amplio como para abarcarlo.
Los bocadillos
que había comprado en el automático del cuartel se le acabaron antes de llegar
a medio camino, y su estómago, ajustándose ansiosamente a la comida sólida de
nuevo, rugió protestas hasta que abandonó el tobogán en el Area 9266-L, Nivel
algo u otro, o dondequiera diablos que se hallase, y buscó una cantina.
Evidentemente estaba en un Area de mecanografiado, porque las multitudes
estaban compuestas casi totalmente por mujeres de hombros redondeados y largos
dedos. La única cantina que pudo hallar estaba repleta de ellas, y se sentó en
medio de la charloteante y chillona multitud, y se obligó a comer un menú
compuesto de la única comida que se podía obtener allí: sándwich de queso
pasado con pasta de anchoa en pan dulce, puré de patatas con uvas y salsa de
cebolla, pasados con té de hierbas servido tibio en tazas del tamaño de un
pulgar. No le habría sabido tan mal si el automático no hubiera cubierto
inevitablemente todo con salsa de manteca amarga. Ninguna de las chicas pareció
fijarse en él, ya que todas estaban bajo suave hipnosis durante las horas de
trabajo para disminuir sus porcentajes de error. Trabajó con la comida,
sintiéndose como un fantasma mientras charlaban y chillaban a su alrededor, con
sus dedos, si no los empleaban en comer, golpeando compulsivamente lo que
decían en los bordes de las mesas mientras hablaban. Finalmente logró escapar,
pero la comida le produjo un efecto deprimente, y fue probablemente por ello
por lo que cometió un error, abordando un vehículo equivocado.
Como los mismos
número de Nivel y Bloque se repetían en cada Area, era posible llegar a un Area
equivocada y pasar una buena cantidad de tiempo acabando de perderse antes de
darse finalmente cuenta del error. Bill lo hizo, y tras el usual astronómico
número de cambios y variedades de transporte, abordó un ascensor que terminaba,
o así pensó, en los renombrados en toda la galaxia Jardines de Palacio. Todos
los demás pasajeros salieron a niveles inferiores, y el robo-ascensor tomó
velocidad mientras se abalanzaba hacia el piso superior. Bill se alzó en el
aire mientras frenaba, deteniéndose, y sus oídos restallaron con el cambio de
presión, y cuando las puertas se abrieron salió a un viento cargado de nieve.
Boqueó incrédulo y, tras él, las puertas se cerraron y el ascensor se
desvaneció.
Las puertas se
habían abierto directamente a una llanura metálica que constituía el nivel más
exterior de la ciudad, ahora oscurecido por los torbellinos de nieve. Bill
tanteó buscando el botón para llamar de nuevo al ascensor, cuando una oleada de
aire apartó la nieve y un cálido sol cayó sobre él desde un cielo sin nubes. Era
imposible.
- Esto es
imposible - dijo Bill, con genuina indignación.
- Nada es
imposible si yo lo deseo - dijo una voz rasposa por encima del hombro de Bill
-. Pues yo soy el Espíritu de la Vida.
Bill resbaló
hacia un lado como un robocaballo homeostático, llevando sus ojos hasta el
pequeño hombre de patillas blancas con nariz respingona y ojos enrojecidos que
había aparecido silenciosamente tras él.
- Tiene una
pérdida en su tanque de pensamiento - saltó Bill, irritado consigo mismo por
ser tan asustadizo.
- Uno tiene que
estar loco para seguir en este trabajo - sollozó el hombrecillo, y apartó un
carámbano que le colgaba de la nariz -. Medio helado, medio asado, y medio
borracho la mitad del tiempo. El Espíritu de la Vida - dijo con voz temblorosa
-. Mío es el poder...
- Ahora que lo
menciona - las palabras de Bill fueron ahogadas por un súbito torbellino de
nieve -, yo también me siento algo borracho. ¡Uau...!
El viento
cambió de dirección y se llevó las nubes de nieve que cubrían la vista, y Bill
se asombró ante el repentinamente surgido paisaje.
Nieve y charcos
de agua constelaban el suelo hasta el mismo horizonte. La capa dorada se había
desgastado, y el metal era gris y carcomido bajo ella, recorrido por pequeños
arroyuelos de óxido. Hileras de grandes tuberías, cada una de ellas del grosor
de la altura de un hombre, se aproximaban hacia él desde más allá del
horizonte, terminando en bocas similares a chimeneas. Las chimeneas estaban
oscurecidas por torbellinos de vapor y nieve que saltaban por el aire en un
rugido apagado, aunque una de las columnas de vapor se desplomó y la nube se
dispersó mientras Bill la contemplaba.
- ¡Terminaron
con la número dieciocho! - gritó ante un micrófono el viejo, asiendo un bloc de
notas y corriendo por entre la humedad hacia una herrumbrosa y descuidada acera
rodante que gruñía y gemía a lo largo de las cañerías. Bill lo siguió,
chillándole al hombre, que lo ignoraba completamente. Mientras la acera,
traqueteando y estremeciéndose, se los llevaba, Bill comenzó a preguntarse
adónde se dirigían las cañerías, y al cabo de un minuto, cuando se le aclaró lo
bastante la cabeza, la curiosidad lo dominó y se tendió para ver qué eran las
misteriosas protuberancias que se apreciaban a lo lejos. Lentamente, pudo
observar que eran una hilera de gigantescas espacionaves, cada una de las
cuales estaba conectada a una de las cañerías. Con inesperada agilidad, el
viejo saltó de la acera y corrió hacia la nave situada en el punto dieciocho,
en el que las diminutas figuras de los trabajadores, muy en lo alto, estaban
desconectando las uniones de la cañería a la nave. El viejo copió los números
de un contador colocado en la tubería mientras Bill observaba como una grúa
giraba llevando el final de un grueso tubo flexible que emergía desde la porción
de la superficie en donde se hallaban. Estaba unido a la válvula de la parte
superior de la espacionave. Una vibración agitaba el tubo, y de alrededor de la
unión con la nave emergían nubecillas de humo negro que flotaban sobre la sucia
llanura metálica.
- ¿Podría
decirme qué infiernos está pasando aquí? - preguntó suplicante Bill.
- ¡La vida! ¡La
vida imperecedera! - graznó el viejo, surgiendo desde las profundidades de su
depresión hasta llegar a las alturas de la alegría maníaca.
- ¿Podría ser
algo más específico?
- Aquí tenemos
un mundo forrado en metal - golpeó con su pie, y se oyó un bump apagado -. ¿Qué
es lo que esto significa?
- Significa que
el mundo está forrado de metal.
- Correcto.
Para ser un soldado, tiene usted una inteligencia bastante notable. Así que uno
toma un planeta y lo forra con metal, y consigue un planeta en el que las
únicas cosas verdes que crecen son los Jardines Imperiales y un par de macetas
de ventana. ¿Qué es lo que pasa entonces?
- Que se muere
todo el mundo - dijo Bill, pues después de todo era un muchacho campesino, y se
creía todas aquellas estupideces de la fotosíntesis y la clorofila.
- Correcto de
nuevo. Usted y yo y el Emperador y un par de billones de otros imbéciles
estamos ocupados en transformar todo el oxígeno en bióxido de carbono, y sin
plantas que lo transformen de nuevo en oxígeno tan solo sería cuestión de
tiempo el que respirásemos hasta matarnos.
- ¿Entonces
esas naves traen oxígeno líquido?
El viejo afirmó
con la cabeza y saltó de nuevo sobre la acera rodante. Bill lo siguió.
- Afirmativo.
Lo consiguen gratis en los planetas agrícolas. Después de que lo dejan aquí,
son cargadas con el carbón extraído a elevado costo del bióxido de carbono, y
se remontan con él hasta los mundos industriales, en donde es usado como
combustible, como fertilizante, o para sacar de él innumerables plásticos y
otros productos...
Bill descendió
de la acera rodante en el ascensor más cercano, mientras el viejo y su voz se
desvanecían entre el vapor. Y acurrucándose, con la cabeza martilleándole por
la excesiva proporción de oxígeno, comenzó a hojear furiosamente su Plano.
Mientras estaba esperando el ascensor, encontró donde estaba mediante el número
de código de la puerta, y comenzó a planear un nuevo camino hacia los jardines
de Palacio.
Esta vez no
permitió que se le distrajese. Comiendo tan solo barras de caramelo y sorbiendo
bebidas carbónicas de las máquinas tragaperras que encontró en su camino, evitó
los peligros y distracciones de los restaurantes; manteniéndose despierto,
logró no perderse ninguna conexión. Con ojeras y los dientes podridos, se
tambaleó saliendo de un pozo gravitatorio y, con el corazón palpitante, vio por
fin un signo iluminado, y oloroso, en forma de colores, que decía: JARDINES
COLGANTES. Había un torniquete de entrada y una taquilla.
- Uno, por
favor.
- Serán diez
pavos Imperiales.
- ¿No es un
tanto caro? - dijo Bill en tono de reproche, sacando los billetes uno a uno de
su delgado montón.
- Si es pobre,
no venga a Helior.
El robot cajero
tenía grabadas todo tipo de respuestas cortantes. Bill lo ignoró y se introdujo
en los jardines. Eran todo lo que siempre había soñado y más. Mientras caminaba
a lo largo del sendero de ceniza gris por el interior de la pared exterior,
podía ver los arbustos verdes y la hierba justo al otro lado de la reja de
titanio. A no más de cien metros de distancia, al otro lado de la hierba,
flotaban las más exóticas plantas y flores de todos los mundos del Imperio. ¡Y
allí, diminutas en la distancia, estaban las Fuentes del Arco Iris, casi
invisibles al ojo desnudo! Bill introdujo una moneda en uno de los telescopios
y observó cómo sus colores brillaban y desaparecían casi tan bien como si los
estuviera viendo en la televisión. Siguió circulando por el interior de la
pared, bañado por la luz del sol artificial situado en la parte superior del
gigantesco domo.
Pero hasta los
espirituales placeres de los jardines se desvanecían frente a la omnipresente
fatiga que lo asía con manos de hierro. Había unos bancos de acero y se desplomó
en uno para descansar un momento, y luego cerró los ojos para reposar la vista.
Le cayó la cabeza hacia adelante, y antes de que se pudiera dar cuenta ya
estaba totalmente dormido,
Otros
visitantes pasaron a lo largo de las cenizas sin molestarle, y tampoco se
enteró cuando uno de ellos se sentó en el extremo más alejado del banco.
Como Bill nunca
vio al hombre, no hay necesidad de describirlo. Baste decir que tenía una tez
cetrina, una nariz enrojecida y rota, ojos ferales que miraban por debajo de un
siniestro entrecejo, caderas amplias y hombros estrechos, pies desiguales,
delgado, huesudo, los dedos sucios, y con un tic.
Largos segundos
de eternidad tictaquearon mientras el hombre permaneció allí sentado. Luego,
durante unos momentos, no se vio a ningún otro visitante. Con un rápido
movimiento serpentina, el recién llegado sacó un soplete atómico de bolsillo.
La diminuta pero increíblemente caliente llama suspiró con brevedad, mientras
lo apretaba contra la cadena que aseguraba el plano de Bill a su cinturón,
justamente en el punto en que esta descansaba sobre el banco de metal. En un
instante, el metal de la cadena estaba soldado al del banco. Bill seguía
durmiendo.
Una sonrisa de
lobo parpadeó en el rostro del hombre como los repugnantes anillos formados en
el agua de una cloaca por una rata zambulléndose. Entonces, con un único y
rápido movimiento, la llama atómica cortó la cadena cerca del volumen.
Volviéndose a guardar el soplete de bolsillo, el ladrón se alzó, tomó el plano
de Bill de su regazo, y desapareció rápidamente.
TRES
Al principio,
Bill no se dio cuenta de la magnitud de su pérdida. Emergió lentamente de su
sueño, con la cabeza espesa y la sensación de que algo iba mal. Tan solo
después de repetidos tirones se dio cuenta de que la cadena estaba soldada al
asiento y de que el libro había desaparecido. La cadena no podía ser arrancada,
y al final tuvo que soltársela del cinturón y dejarla colgando. Regresando
hasta la entrada, llamó en la ventanilla de la taquilla.
- No se
devuelve el dinero - dijo el robot.
- Deseo
denunciar un crimen.
- La policía se
encarga de los crímenes. Usted quiere hablar con la policía por teléfono. Aquí
hay un teléfono. El número es 111-11-111. - Se abrió una portezuela y salió
despedido un teléfono que le dio a Bill en el pecho, echándolo hacia atrás.
Marcó el número.
- Policía -
dijo una voz, y un sargento con cara de bulldog, vistiendo un uniforme azul
prusia y un rictus, apareció en la pantalla.
- Deseo
denunciar un robo.
- ¿Grave o leve?
- No lo sé. Me
han robado mi Plano.
- Leve. Vaya a
la estación de policía más cercana. Este es el circuito de emergencia y lo está
ocupando ilegalmente. La pena por ocupar ilegalmente un circuito de emergencia
es... - Bill apretó con fuerza el botón y la pantalla se oscureció. Se volvió
al cajero robot.
- No se
devuelve el dinero - dijo este. Bill dio un bufido de impaciencia.
- Cállate. Todo
lo que quiero saber es dónde está la estación de policía más cercana.
- Soy un robot
cajero y no de información. No tengo ese dato en mi memoria. Le sugiero que
consulte su plano.
- ¡Pero si me
han robado mi plano!
- Le sugiero
que hable con la policía.
- Pero... -
Bill se puso rojo y pateó irritado la taquilla.
- No se
devuelve el dinero - dijo una voz desde su interior, mientras se alejaba.
- Traguitos,
traguitos para que se ponga mona - dijo un robot-bar, acercándose y
susurrándole al oído. Luego emitió el sonido de cubos de hielo sonando en un
vaso helado.
- Es una
estupenda idea. Una cerveza. Grande. - Metió unas monedas en la ranura, y
agarró la jarra que cayó por el dispensador, evitando apenas que cayese al
suelo. Lo refrescó y lo restauró, y le calmó la irritación. Contempló el
letrero que decía: «AL PALACIO ENJOYADO» -. Iré al Palacio. Le daré una mirada,
y buscaré a alguien allí que pueda guiarme hasta una estación de policía. ¡Ay!
El robot-bar le
había arrancado la jarra de la mano, casi llevándosela el dedo índice en el
proceso, y con una impecable precisión robótica la había arrojado a la abierta
boca de una rampa de desperdicios, situada a diez metros de distancia, que
salía de una pared.
El Palacio
Enjoyado parecía ser casi tan accesible como los Jardines Colgantes, y decidió
dar cuenta del robo antes de pagar la entrada al recinto verjado que circundaba
a una respetable distancia el palacio. Cerca de la entrada había un policía,
sacando tripa y haciendo girar su porra, que debía saber dónde se hallaba la
estación de policía.
- ¿Dónde está
la estación de policía? - preguntó Bill.
- No soy
ninguna central de información... Use su Plano.
- Pero - dijo a
través de apretados dientes -, no puedo. Me han robado el plano, y es por eso
por lo que deseo... ¡Auggh!
Bill había
dicho ¡auggh! porque el policía, con un movimiento bien aprendido, le había
clavado la porra en el sobaco y acorralado con ella contra un rincón.
- Yo fui
soldado antes de lograr pagar mi licencia - dijo el policía.
- Apreciaría
mejor sus reminiscencias si me sacara la porra del sobaco - gimió Bill, y luego
suspiró agradecido cuando esta desapareció.
- Como fui
soldado, no me gustaría ver a un compañero poseedor del Dardo Púrpura con la
Nebulosa del Saco de Carbón meterse en líos. Por otra parte, soy un policía
honesto y no acepto sobornos, pero si un compañero me prestase veinticinco
pavos hasta el día de cobro, le estaría muy agradecido.
Bill había
nacido estúpido, pero estaba aprendiendo. El dinero apareció y se desvaneció
rápidamente, y el policía se relajó, golpeando con la punta de su porra sus
amarillentos dientes.
- Muchacho,
déjame que te diga algo antes de hablarte oficialmente en virtud de mi cargo,
ya que ahora hemos estado hablando de compañero a compañero. Hay un montón de
formas en que meterse en líos aquí en Helior, pero la más fácil es perder el
Plano. En Helior eso se paga con la horca. Sé de un chico que fue a la estación
para informar que alguien le robó el Plano y lo espesaron antes de que hubieran
transcurrido diez segundos, tal vez cinco. Y ahora, ¿qué es lo que querías
decirme?
- ¿Tiene
lumbre?
- No fumo.
- Entonces,
adiós.
- Tómatelo con
calma, muchacho.
Bill dobló una
esquina y se aplastó contra la pared, respirando profundamente. ¿Y ahora qué?
Apenas si podía hallar su camino por aquellos lugares con el plano... ¿cómo iba
a hacerlo sin él? Tenía un peso en su interior que trataba de ignorar. Apartó
su sensación de terror y trató de pensar, pero pensar la causaba dolor de
cabeza. Parecía que hacía años desde su última buena comida, y al pensar en la
comida comenzó a segregar saliva a tal velocidad que casi se ahogó. Comida, eso
era lo que necesitaba, comida para poder pensar, tenía que relajarse sobre un
jugoso filete, y cuando el hombrecillo interior estuviera satisfecho podría
pensar claramente y hallar una forma en que salir de este lío. Tenía que haber
una forma de hacerlo. Le quedaba casi un día completo antes de tener que
regresar al cuartel, y eso era bastante. Dando la vuelta a una esquina, penetró
en un alto túnel deslumbrante de luz, y la más brillante de las luces era un
signo que decía: «EL TRAJE ESPACIAL DORADO».
- El Traje
Espacial Dorado - dijo Bill -. Eso es lo que necesito. Menudo restaurante,
famoso en toda la galaxia por los incontables programas de televisión en los
que ha aparecido. He ahí la forma en que volver a recuperar mi antigua moral.
Será caro, pero qué infiernos...
Apretándose el
cinturón y arreglándose el cuello, subió por las amplias escalinatas doradas y
atravesó la imitación de compuerta espacial. El maitre le hizo una seña y le
sonrió, la suave música le acarició en el camino, y el suelo se abrió bajo sus
pies. Arañando inerme las lisas paredes, cayó por un dorado tubo que se
inclinaba gradualmente, hasta que, cuando emergió de él, cruzó el aire y cayó,
de bruces, en un polvoriento callejón metálico. Frente a él, pintado en la
pared con letras de medio metro de alto, se leía el imperativo mensaje:
«LÁRGATE, DESGRACIADO». Se alzó y se quitó el polvo, y un robot se le aproximó
y le murmuró al oído con la voz de una joven y bella muchacha:
- Apuesto a que
estás hambriento, cariño. ¿Por qué no pruebas la pizza con curry al estilo
neoindio de Giuseppe Sing? Estás tan solo a unos pasos de su establecimiento,
tienes la dirección en la parte de atrás de la tarjeta.
El robot sacó
una tarjeta de una ranura en su pecho y la colocó cuidadosamente en la boca de
Bill. Era un robot barato y mal ajustado.
Bill escupió la
pastosa tarjeta y la limpió en su pañuelo.
- ¿Qué pasó? -
preguntó.
- Apuesto a que
estás hambriento, cariño... grrr-ark - el robot cambió de grabación al oír las
palabras de Bill -. Has sido expulsado de El Traje Espacial Dorado, famoso en
toda la galaxia por los incontables programas de televisión en los que ha
aparecido, porque eres un desgraciado sin dinero. Cuando entraste en el
establecimiento te miraron con rayos X y computaron automáticamente el
contenido de tus bolsillos. Como este contenido era obviamente inferior a la
consumición mínima de entrada, una bebida e impuestos, te expulsaron. Pero aún
estás hambriento, ¿no, cariño? - el robot lo miró de reojo y su almibarada y
sexy voz surgió por entre las rendijas de su altavoz bucal -. Ven a Sing, en
donde la comida es buena y barata. Prueba la fabulosa lasaña de Sing con dahl y
salsa de lima.
Bill fue allí,
no porque desease nada de esa repugnante concocción italobombayesa, sino porque
en la parte trasera de la tarjeta había un mapa de instrucciones. Notaba una
sensación de seguridad al saber de nuevo cómo ir de algún punto a otro,
siguiendo las direcciones, bajando por aquella escalera, cayendo por aquel tubo
gravitatorio, agarrándose como podía a las anillas deslizantes. Tras un último
giro, su nariz fue tomada al asalto por una oleada de aroma de grasa rancia,
ajo pasado y carne chamuscada, y supo que ya había llegado.
La comida era
increíblemente cara, y mucho peor de lo que jamás podría haber imaginado que
fuera, pero calmó el doloroso rugir de su estómago, por atontamiento ya que no
por placentera saciación. Con una uña trató de desprender horribles trozos de
ternilla de entre sus dientes, mientras miraba al hombre sentado frente a él en
la mesa, que estaba quejándose en voz baja mientras se obligaba a tragar
cucharadas de algo inmencionable. Su compañero de mesa estaba vestido con
brillantes ropas festivas, y parecía ser un tipo gordo, amable y amistoso.
- Hey... - dijo
Bill, sonriendo.
- Cáete muerto
- gruñó el hombre.
- Todo lo que
dije fue hey. - Petulantemente.
- Ya es
bastante. Todos los que se han molestado en hablarme en las dieciséis horas que
he pasado en este llamado planeta de placer, me han timado o estafado o robado
mi dinero en una forma u otra. Estoy casi arruinado, y aún me quedan seis días
de mi vacación. Ver Helior y Vivir.
- Tan solo
quería preguntarle si podría darle una ojeada a su plano mientras está
comiendo.
- Ya te he
dicho que todo el mundo quiere timarme. Cáete muerto.
- Por favor.
- De acuerdo...
Por veinticinco pavos, en contante y por anticipado. Y tan solo mientras esté
comiendo.
- ¡Vale! - Bill
puso el dinero sobre la mesa de un golpe, se zambulló bajo la mesa y, sentado
con las piernas cruzadas, comenzó a ojear furiosamente el volumen, apuntando
las instrucciones de viaje tan aprisa como podía encontrar su camino. Sobre él,
el gordo continuaba comiendo y gruñendo, y cuando tomaba un bocado
particularmente malo, la sacudida tiraba de la cadena y hacía perder el punto a
Bill. Este ya había casi logrado marcar una ruta hasta medio camino del refugio
en el Cuartel de Tránsito para Tropa antes de que el hombre tirase del libro y
se marchase.
Cuando Ulises
regresó de su terrorífico viaje, se guardó mucho de dañar los oídos de Penélope
con los increíbles detalles de su viaje. Cuando Ricardo Corazón de León,
finalmente liberado de su calabozo, volvió a casa tras los años repletos de
peligros de las Cruzadas, no asaltó la sensibilidad de la reina Berengaria con
anécdotas horripilantes, simplemente la saludó y le abrió el cinturón de
castidad. Ni yo tampoco, gentil lector, profanaré tu escucha con los peligros y
desesperaciones de los periplos de Bill, pues están fuera de todo lo
imaginable. Baste decir que lo logró: llegó al C.T.T.
A través de enrojecidos
ojos, contempló parpadeante el cartel CUARTEL DE TRÁNSITO PARA TROPA, y luego
tuvo que apoyarse contra la pared, pues la alegría lo dejaba sin fuerzas. ¡Lo
había logrado! Tan solo había sobrepasado en ocho días su permiso, y esto no
podía importar mucho. Pronto se hallaría de nuevo entre los amistosos brazos de
los soldados, apartado de los kilómetros sin fin de corredores metálicos, las
multitudes continuamente apresuradas, los toboganes, corredizos resbalantes,
tubos gravitatorios, elevadores, subidas de succión y demás. Podría
emborracharse con sus compañeros y dejar que el alcohol disolviese las memorias
de sus terribles viajes, tratando de olvidar el horror sin fin de aquellos días
errabundos, sin comida ni agua, ni el sonido de una voz humana, tambaleándose
sin fin a través de las profundidades estigias de los Niveles del Papel Carbón.
Todo esto había pasado. Se sacó el polvo de su arrugado uniforme, dándose
vergonzosa cuenta de los descosidos, arrugas y botones que le faltaban. Si
podía meterse en el cuartel sin ser detenido, se cambiaría de uniforme antes de
presentarse al oficial de guardia.
Algunas cabezas
se volvieron hacia él, pero logró pasar perfectamente por la sala de día hasta
llegar a los dormitorios. Solo que su colchón estaba enrollado, habían
desaparecido sus mantas y su taquilla estaba vacía. Comenzaba a creer que se
encontraba en un lío, y para los soldados un lío nunca es algo fácil.
Reprimiendo una gélida sensación de desesperación, se aseó como mejor pudo en
la letrina, dio un trago reparador del grifo de agua fría, y luego se arrastró
hasta la sala de día. El sargento primero estaba en su escritorio, un
gigantesco hombre, musculoso y de aspecto sádico, con una piel oscura del mismo
color que la de su viejo amigo Tembo. Tenía un muñeco de plástico ataviado con
uniforme de capitán en una mano, y le estaba clavando clips desdoblados con la
otra. Sin volver la cabeza, giró los ojos hacia Bill y dio un bufido.
- Estás en un
buen lío, soldado, al venir a la sala de día con un uniforme como ese.
- Estoy en un
lío más grande del que se imagina, sargento - dijo Bill, apoyándose débil en el
escritorio. El sargento contempló las asimétricas manos de Bill, mientras sus
ojos corrían rápidamente de una a otra.
- ¿De dónde has
sacado esa mano, soldado? ¡Habla! Conozco esa mano.
- Perteneció a
un amigo mío, y también tengo el brazo que iba con ella.
Ansioso por
pasar a cualquier tema que no fuera el de sus crímenes militares, Bill extendió
la mano para que el sargento la contemplara. Pero se horrorizó cuando los dedos
formaron un duro puño, los músculos se apretaron en su brazo, y el puño voló
hacia adelante para dar de lleno en la mandíbula del sargento primero,
echándolo hacia atrás con silla y todo.
- ¡Sargento! -
gritó Bill, y agarró su mano rebelde con la otra, llevándola, no sin luchar, de
nuevo a su costado.
El sargento se
alzó lentamente, y Bill se echó hacia atrás, temblando. No se lo podía creer
cuando vio que el sargento se sentaba de nuevo, sonriendo.
- Ya sabía yo
que conocía esa mano, es la de mi viejo amigo Tembo. Siempre bromeábamos así.
Ten buen cuidado con esa mano, ¿me escuchas? ¿Llevas algo más de Tembo por ahí?
- y cuando Bill le dijo que no, repicó un rápido toque de tam-tam en el borde
del escritorio -. Bueno, se ha ido al Gran Rito Jujú en el cielo. - La sonrisa
se desvaneció y volvió a aparecer el rictus -. Estás en un buen lío, soldado.
Déjame ver tu tarjeta de identificación.
La arrancó de
los inertes dedos de Bill y la introdujo en una rendija del escritorio.
Parpadearon luces, zumbó un mecanismo, vibró, y se encendió una pantalla. El
sargento primero leyó el mensaje que allí había y, mientras lo hacía, el rictus
desapareció de su rostro para ser reemplazado por una expresión de fría cólera.
Cuando volvió a llevar sus ojos a Bill, eran rendijas entrecerradas que lo
clavaron al suelo con una mirada que podría cortar la leche en un instante o
destruir formas de vida inferiores como roedores o cucarachas. Congeló la
sangre de Bill en sus venas y envió por su cuerpo un estremecimiento que lo
hizo agitarse como un arbusto al viento.
- ¿De dónde
robaste esta tarjeta de identificación? ¿Quién eres?
Al tercer
intento, Bill logró extraer algunas palabras de sus paralizados labios.
- Soy yo... Esa
es mi tarjeta... Soy yo, el técnico en fusibles de primera clase Bill...
- Eres un
mentiroso - una uña exclusivamente diseñada para seccionar venas yugulares
golpeó la tarjeta -. Esta tarjeta debe de haber sido robada, porque el técnico
en fusibles de primera clase Bill partió de aquí hace ocho días. Eso es lo que
dice el archivo, y los archivos no mienten. Te la has cargado, estúpido.
Apretó un botón
rojo marcado POLICÍA MILITAR, y a lo lejos se pudo oír un timbre de alarma
zumbando irritadamente. Bill agitó los pies y sus ojos rodaron, buscando una
forma en que escapar.
- Aguántalo
ahí, Tembo - saltó el sargento -. Quiero llegar al fondo de esto.
El brazo
izquierdo/derecho de Bill se agarró al borde del escritorio, y no pudo
arrancarlo de allí. Aún se estaba peleando con él cuando resonaron pesadas
botas a sus espaldas.
- ¿Qué pasa? -
gruñó una voz familiar.
- Usurpación de
la personalidad de un suboficial más otros cargos de menor importancia que no
importan, pues este solo ya implica una lobotomía con arco voltaico y treinta
latigazos.
- Oh, señor -
rió Bill, girando y alegrando sus ojos al ver una muy odiada figura -.
¡Deseomortal Drang! Dígales que me conoce.
Uno de los dos
hombres era el usual bruto de casco rojo, porra y pistola, con forma humana.
Pero el otro tan solo podía ser Deseomortal.
- ¿Conoce al
prisionero? - preguntó el sargento primero.
Deseomortal
bizqueó, recorriendo con sus ojos todo el cuerpo de Bill.
- Conocí a un
trasteafusibles de sexta clase llamado Bill, pero tenía dos manos que se
complementaban. Hay algo bastante extraño aquí. Le atizaremos un poco en el
cuerpo de guardia y ya le haremos saber lo que confiese.
- Afirmativo.
Pero cuidado con el brazo izquierdo. Es de un amigo mío.
- No lo
tocaremos.
- ¡Pero yo soy
Bill! - gritó Bill -. Ese soy yo, el que está en mi tarjeta. Puedo probarlo.
- Es un
impostor - dijo el sargento, y señaló a los controles de su escritorio -. Los
archivos dicen que el técnico en fusibles de primera clase Bill partió de aquí
hace ocho días, y los archivos no mienten.
- Los archivos
no pueden mentir, o no existiría el orden en el universo - dijo Deseomortal,
atornillando profundamente su porra en las tripas de Bill y empujándolo hacia
la puerta -. ¿Aún no han llegado esos aprietapulgares que reclamamos? - le
preguntó al otro PM.
Tan solo pudo ser
la fatiga lo que llevó a Bill a hacer lo que hizo. La fatiga, la desesperación,
y el miedo combinados que le dominaron, pues en lo más profundo de su corazón
era un buen soldado, y había aprendido a ser Bravo, y Limpio, y Reverente, y
Heterosexual, y todo lo demás. Pero cada hombre tiene su punto de rotura, y
Bill había llegado al suyo. Tenía fe en la imparcialidad de la justicia, pues
no le habían enseñado la verdad, pero en realidad era el pensamiento de la
tortura lo que le molestaba. Cuando sus ojos, enloquecidos por el miedo, vieron
el cartel que decía LAVANDERIA, una sinapsis se cerró, sin volición consciente
por su parte, y saltó hacia adelante, arrancándose con su repentina y
desesperada acción de la mano que lo aferraba por el brazo. ¡Huida! Tras la
portezuela basculante en la pared, debía de haber una caída hasta la lavandería
con un hermoso montón de suaves sábanas y toallas al fondo que amortiguarían su
caída. ¡Podría escapar! Ignorando los terribles y bestiales gritos de los PM,
se zambulló de cabeza por la abertura.
Cayó un metro y
medio, dio de cabeza, y casi se la abrió. No era una caída, sino una profunda
caja metálica de recogida.
Tras él, los PM
golpeaban la portezuela basculante, pero no podían moverla ya que las piernas
de Bill la habían bloqueado e impedían que se abriese.
- ¡Está
cerrada! - gritó Deseomortal -. ¡Nos la ha jugado! ¿Adónde va a parar esa caída
de lavandería? - cometiendo la misma equivocación de Bill.
- No lo sé, yo
también soy nuevo aquí - jadeó el otro hombre.
- ¡Serás nuevo
en la silla eléctrica si no encontramos a ese cerdo!
Las voces
disminuyeron mientras las pesadas botas corrían alejándose, y Bill se
estremeció. Su cuello estaba doblado en un ángulo raro y le dolía, sus rodillas
le apretaban el pecho, y estaba medio sofocado por la ropa contra la que se
aplastaba su rostro. Trató de extender las piernas y empujar la tapa de metal,
pero se oyó un click cuando algo se abrió y cayó hacia adelante, al abrirse la
caja de recogida al corredor de servicio al otro lado de la pared.
- ¡Ahí está! -
dijo una odiada voz familiar, y Bill se tambaleó alejándose. Las botas que
corrían estaban pisándole los talones cuando llegó a un tubo gravitatorio y de
nuevo se zambulló de cabeza, con bastante más éxito esta vez. Cuando los apoplécticos
PM saltaron tras él, el mecanismo automático los separó unos buenos cinco
metros unos de otros. Era una caída lenta y suave, y la visión de Bill se
aclaró finalmente. Miró hacia arriba, y se estremeció a la vista de la
fisonomía repleta de colmillos de Deseomortal flotando tras él.
- Viejo amigo -
sollozó Bill, juntando sus manos en una actitud de ruego -. ¿Por qué me
persigue?
- No me llames
amigo, espía chinger. Ni siquiera eres un buen espía: tus brazos no concuerdan
- mientras caía, Deseomortal sacó la pistola de la funda y la apuntó
directamente entre los ojos de Bill -. Muerto mientras tratabas de escapar.
- Tenga piedad
- rogó Bill.
- Muerte a los
chingers - apretó el gatillo.
CUATRO
La bala surgió
lentamente de entre la nube de gases en expansión, y planeó medio metro hacia
Bill antes de que el zumbante campo gravitatorio la detuviese. La simple mente
del mecanismo automático tradujo la velocidad de la bala como masa y asumió que
otro cuerpo había entrado en el tubo gravitatorio, y le dio una posición. La
caída de Deseomortal se detuvo hasta que se halló a cinco metros por detrás de
la bala, mientras que el otro PM también asumía la misma posición relativa tras
él. El vacío entre Bill y sus perseguidores era ahora el doble, y aprovechó esto,
saliendo por la abertura del siguiente nivel. Un elevador abierto lo atrajo
hacia sí, y se metió en su interior y cerró la puerta antes de que el
blasfemante Deseomortal pudiera surgir del tubo.
Tras esto, la
escapatoria fue simplemente cuestión de enmarañar su rastro. Utilizó diferentes
métodos de transporte, al azar, y durante todo el tiempo estuvo huyendo hacia
niveles inferiores como si buscase, cual un topo, escapar horadando un hueco.
Lo que finalmente lo detuvo fue el agotamiento, haciéndole caer al suelo,
apoyado contra una pared y jadeando como un triceratops en celo. Gradualmente,
tuvo conciencia de sus alrededores, dándose cuenta de que estaba a
profundidades mayores de las que jamás había alcanzado. Los corredores eran
tétricos y antiguos, manufacturados con planchas metálicas ribeteadas. Pilares
masivos, algunos de ellos de más de una treintena de metros de diámetro,
rompían la aridez de las paredes, grandes estructuras que soportaban la masa
del mundo-ciudad de encima. La mayor parte de las puertas que veía estaban
cerradas y atrancadas, con complejos candados colgando de ellas. También se dio
cuenta de que había menos luz, mientras arrastraba cansadamente sus pies
buscando algo que beber: su garganta ardía como fuego. Delante de él, en la pared,
se hallaba un dispensador de bebidas, diferenciándose de la mayor parte de los
que había visto porque el frontis del mecanismo estaba reforzado con gruesas
barras de acero, y adornado con un gran cartel que decía: Esta máquina está
protegida por alarmas tipo los-cuece-vivos. cualquier intento de abrir el
mecanismo hará pasar cien mil voltios por el culpable. halló las monedas
suficientes en su bolsillo para pagar una heroína-cola doble, y se echó
cuidadosamente hacia atrás, fuera del radio de acción de cualquier chispa,
mientras se llenaba el vaso.
Se sentía mucho
mejor tras bebérsela, hasta que miró su billetero y entonces se sintió mucho
peor. Tenía ocho pavos imperiales, y cuando se le acabasen: ¿entonces qué? La
piedad por sí mismo logró atravesar el bloque que el cansancio y las drogas
establecían sobre sus sentidos, y lloró. Se daba cuenta, en forma vaga, de que
ocasionalmente pasaba alguien, pero no prestaba atención. No, hasta que tres
hombres se detuvieron frente a él y dejaron que un cuarto cayera al suelo. Bill
los contempló, y luego apartó la mirada, mientras sus palabras llegaban
vagamente a sus oídos, sin que esto registrase significado, pues se lo estaba
pasando mucho mejor hundiéndose en su lacrimosa desesperación.
- Pobre viejo
Golph. Parece que está acabado.
- Seguro. Está
teniendo la agonía más bonita que jamás he oído. Dejadlo aquí para que lo
recojan los robots de limpieza.
- ¿Pero qué hay
del trabajo? Tenemos que ser cukoo para que salga bien.
- Demos una
mirada a este desplanado.
Una pesada bota
golpeando al costado de Bill lo hizo rodar y llamó su atención. Parpadeó,
contemplando el círculo de hombres, todos ellos similares en sus andrajosas
ropas, sucias pieles y barbudos rostros. Todos eran diferentes en su tamaño y
forma, aunque todo tenían algo en común: ninguno de ellos llevaba un Plano, y
todos ellos parecían extrañamente desnudos sin los pesados volúmenes colgantes.
- ¿Dónde está
tu plano? - preguntó el mayor y más peludo, dando otra patada a Bill.
- Robado... -
comenzó a llorar de nuevo.
- ¿Eres
soldado?
- Se me
quedaron mi tarjeta de identificación...
- ¿Tienes
pavos?
-
Desaparecidos. Todos han desaparecido... como los envases no canjeables de la
antigüedad.
- Entonces eres
uno de los desplanados - cantaron al unísono, ayudándole a ponerse en pie -. Y
ahora, únete a nosotros en la canción de los desplanados - y con trémulas voces
cantaron:
- Mantenéos
unidos todos y uno, pues los Hermanos Desplanados siempre deberán unirse y
luchar para conseguir el derecho de que el poder se desplome y la verdad
triunfe, y para que así nosotros, que otrora fuimos libres, podamos alguna vez
ser libres para ver los cielos del azul encima, y oír el gentil glop-glop de la
nieve.
- No rima
demasiado bien - dijo Bill.
- Ah, andamos
faltos de talentos por aquí abajo, andamos - dijo el más pequeño y viejo de los
desplanados, tosiendo con una tos entrecortado y raquítica.
- Cállate -
dijo el más grande, dándole un puñetazo en los riñones al viejo; y dirigiéndose
luego a Bill -: Soy Litvok, y esta es mi manada. Formas parte de mi manada
ahora, recién llegado, y tu nombre es Golph 28169 menos.
- No, no lo
soy. Mi nombre es Bill, y es más fácil de decir... - le dieron otra patada..
- ¡Cierra el
pico! Bill es un nombre difícil porque es un nombre nuevo, y nunca recuerdo
nombres nuevos. Yo siempre he tenido un Golph 28169 menos en mi manada. ¿Cuál
es tu nombre?
- Bi... ¡ay!
¡Quiero decir Golph!
- Así está
mejor... pero no olvides que también tienes un apellido.
- Yo estoy
hambriento - gimió el viejo -. ¿Cuándo vamos a hacer el asalto?
- Ahora.
Seguidme.
Pasaron por
encima del viejo Golph etc., que había expirado mientras se iniciaba el nuevo,
y se apresuraron a lo largo de un oscuro y húmedo pasadizo. Bill los siguió,
preguntándose en dónde se había metido ahora, pero demasiado cansado como para
preocuparse en este momento. Estaban hablando de comida; después de conseguirse
alguna comida podría pensar qué hacer a continuación, pero mientras tanto se
sentía contento porque alguien se ocupase de él y pensase por él. Era como
volver a estar de nuevo con el ejército, solo que mejor, pues uno no tenía que
afeitarse.
El pequeño
grupo de hombres emergió a una sala brillantemente iluminada, molestándoles
algo el repentino resplandor. Litvok les hizo una seña para que se detuvieran y
miró cuidadosamente en ambas direcciones, luego hizo pantalla con una mano
rebozada de suciedad detrás de su oreja en forma de coliflor y escuchó,
frunciendo el ceño por el esfuerzo.
- Parece que
todo está bien. Schmutzig, tú te quedas aquí y das la alarma si viene alguien;
Sporco, atraviesa la sala hasta el otro lado y haz lo mismo; tú, el nuevo
Golph, vienes conmigo.
Los dos
centinelas se dirigieron hacia sus puestos, mientras Bill seguía a Litvok hasta
una salita que contenía una puerta metálica cerrada que el fornido jefe abrió
con un simple golpe de martillo de metal que sacó de algún lugar oculto entre
sus mugrientas ropas. En el interior, había un cierto número de tubos de
diversas dimensiones que se alzaban del suelo y se desvanecían en el techo de
arriba. Cada tubo estaba marcado con un número, y Litvok lo señaló.
- Tenemos que
encontrar el kl-9256-B - dijo -. Vamos.
Bill encontró
rápidamente el tubo, tenía el grosor de su muñeca, y acababa de llamar al jefe
de la manada cuando sonó un agudo silbido en la sala.
- ¡Fuera! -
dijo Litvok, y empujó a Bill frente a él. Luego cerró la puerta y se puso
frente a ella, de tal forma que con su cuerpo cubría la cerradura rota. Se oyó
un siseo y un ronroneo crecientes que se acercaban desde la sala hacia ellos,
mientras esperaban en la salita. Litvok ocultaba su martillo tras de sí, y el
ruido creció hasta que apareció un robot de limpieza que giró hacia ellos sus
ojos binoculares montados sobre antenas.
- ¿Harán el
favor de echarse a un lado? Este robot desea limpiar el lugar en el que se
encuentran - dijo una voz grabada desde el interior del robot, con tono firme.
Hizo girar esperanzado sus cepillos en su dirección.
- Lárgate -
gruñó Litvok.
- La
interferencia con un robot de limpieza durante el desempeño de su deber es un
crimen castigable, al mismo tiempo que un acto antisocial. ¿Se han entretenido
en pensar cuál sería la situación si el Departamento de Limpieza no...?
- Bocazas -
rugió Litvok, y golpeó al robot en la parte alta de su caja craneana con el
martillo.
- ¡Uonkiti! -
aulló el robot, y escapó zigzagueando a lo largo de la sala, chorreando agua
por sus aspersores.
- Acabemos con
esto - dijo Litvok, abriendo de nuevo la puerta. Le entregó el martillo a Bill,
y sacando una sierra de metales de algún lugar de sus despedazadas ropas atacó
la tubería con frenéticos tirones. La tubería de metal era dura, y al cabo de
un minuto ya estaba empapado en sudor y comenzaba a cansarse.
- Sigue tú - le
chilló a Bill -, ve tan de prisa como puedas, y luego te sustituiré.
Turnándose, les
llevó menos de tres minutos el segar completamente el tubo. Litvok volvió a
meterse la sierra entre sus ropas y tomó el martillo.
- Prepárate -
dijo, escupiendo en sus manos y dando luego un tremendo martillazo a la
tubería.
Con dos golpes
logró que la parte superior del tubo cortado se doblase hasta desalinearse con
la parte inferior, y del orificio comenzó a manar un río sin fin de salchichas
tipo Frankfurt verdes enlazadas. Litvok tomó un extremo de la cadena y se lo
echó por sobre los hombros de Bill, luego comenzó a enrollar vueltas y más
vueltas de las cosas sobre sus hombros y brazos, cada vez más alto. Llegaron al
nivel de los ojos de Bill, y este pudo leer las blancas letras estampadas sobre
sus formas de color gris hierba: SUPERCLORAS, decía, y también: ¡REPLETAS DE
SOL! y: LA MARCA DE DISTINCIÓN, y: PRUEBE NUESTRAs TROTAMBURGUESAS LA PRÓXIMA
VEZ.
- Ya basta -
gruñó Bill, tambaleándose bajo el peso. Litvok cortó la cadena y comenzó a
enrollársela sobre sus propios hombros, cuando el fluir de cosas verdes cesó
repentinamente. Tiró de las últimas que quedaban en el tubo y corrió hacia la
puerta.
- Ha sonado la
alarma, nos persiguen. ¡Huyamos antes de que lleguen los polis! - Silbó
fuertemente, y los vigías llegaron corriendo para unírselas. Corrieron, con
Bill tambaleándose bajo el peso de las salchichas, en una carrera de pesadilla
a través de los túneles, bajando escaleras de mano y tubos aceitados, hasta que
alcanzaron una polvorienta área desierta en la que las débiles luces eran pocas
y muy espaciadas. Litvok abrió una trampilla del suelo y se dejaron caer uno a
uno, para arrastrarse por un túnel de cables y tubos entre dos niveles.
Schmutzig y Sporco iban detrás para recoger las salchichas que caían de la
dolorida espalda de Bill. Finalmente, a través de una rejilla cortada, llegaron
a su totalmente oscuro destino, y Bill se derrumbó en el suelo, que se hallaba
cubierto de despojos. Con gritos de ansia, los otros le arrebataron su carga, y
al cabo de un minuto ardía un fuego en una papelera de metal y las verdes
salchichas se estaban tostando en una parrilla.
El delicioso
olor de la clorofila asada animó a Bill, que miró a su alrededor con interés. A
la parpadeante luz de las llamas vio que se encontraba en una inmensa cámara
que se desvanecía por todos los lados en la oscuridad. Unos gruesos pilares
soportaban el techo y la ciudad de encima, y entre ellos se alzaban inmensas
pilas y montones de todos los tamaños. El viejo, Sporco, caminó hasta el montón
más cercano y arrancó algo. Cuando regresó, Bill pudo ver que llevaba hojas de
papel, que comenzó a echar una a una al fuego. Una de las hojas cayó cerca de
Bill, y este vio, antes de echarla a las llamas, que se trataba de un impreso
gubernamental de algún tipo, amarillento por la edad.
Aunque a Bill
nunca le habían gustado las supercloras, le encantaron ahora. El apetito servía
de salsa, y el papel ardiendo les daba un nuevo sabor. Ayudaron a pasar las
salchichas con herrumbrosa agua de un cubo colocado bajo una gotera de una
tubería, con lo que tuvieron un festín de reyes. Esta es la buena vida, pensó
Bill, sacando otra super del fuego y sorbiendo: buena comida, buena bebida,
buenos amigos. Un hombre libre.
Litvok y el
viejo ya estaban durmiendo sobre camas hechas con papel arrugado, cuando el
otro, Schmutzig, se acercó a Bill.
- ¿Has
encontrado mi tarjeta de identidad? - preguntó con un hueco suspiro, y Bill se
dio cuenta de que el hombre estaba loco. Las llamas se reflejaban en forma
extraña en los astillados cristales de sus gafas, y Bill pudo ver que tenían
montura de plata, y que en otro tiempo debieron de ser muy caras. Alrededor del
cuello de Schmutzig, medio ocultos por su descuidada barba, se encontraban los
restos de un cuello de camisa, y jirones de lo que en otro tiempo fue una
elegante corbata.
- No, no he
visto tu tarjeta de identidad - dijo Bill En realidad, no he visto la mía desde
que el sargento primero se la llevó y se olvidó de devolvérmela. - Bill comenzó
a sentirse compasivo hacia sí mismo de nuevo, y las asquerosas salchichas
estaban pesando como plomo en su estómago. Schmutzig ignoró su respuesta,
inmerso como estaba en su mucho más interesante monomanía.
- Soy un hombre
importante, ¿sabes?: Schmutzig von Drek es un nombre que cuenta, ya se
enterarán. Creen que pueden salirse con la suya, pero no podrán. Dijeron que
era un error, un simple error, que la grabación en los archivos se rompió, y
cuando la repararon tuvieron que cortar un trocito chiquito, y que allí era
donde estaba la información acerca de mí. La primera noticia que tuve de ello
fue cuando a final de mes no llegó mi paga, y fui a verlos y pareció que nunca
habían oído hablar de mí. Pero todo el mundo ha oído hablar de mí, von Drek es
un apellido muy antiguo. Ya era jefe intermedio antes de cumplir los veintidós,
y tenía trescientos cincuenta y seis operarios bajo mis órdenes en la División
de Grapas y Clips para Papel de la 89.11 Ala de Abastecimiento para Oficinas.
Así que no podían hacerme creer que jamás habían oído hablar de mí, aunque hubiera
olvidado mi tarjeta de identificación en casa, en otro traje. Ni tenían razón
para llevarse todo lo que había en mi departamento mientras yo estaba fuera de
él tan solo porque estaba arrendado a lo que ellos llamaban una persona
imaginaria. Podría haber probado que era quien decía si hubiera tenido mi
tarjeta de identidad... ¿Has visto mi tarjeta de identidad?
Ahora me toca a
mí, pensó Bill. Y dijo en voz alta:
- Eso suena a
mala pasada. Te diré lo que haré: te ayudaré a buscarla. Me iré por ahí a ver
si la encuentro.
Antes de que la
confusa cabeza de Schmutzig pudiera pensar una respuesta, Bill ya se había
escabullido por entre los montañosos montones de viejos archivos, muy contento
consigo mismo por haber logrado ser más listo que un loco de mediana edad. Se
sentía placenteramente repleto, y cansado, y no quería ser molestado de nuevo.
Lo que necesitaba ahora era una buena noche de descanso, y luego, por la
mañana, ya pensaría en todo este lío, y hasta quizá encontrase cómo salir de
él. Tanteando su camino por entre los atiborrados pasadizos, recorrió una larga
distancia, separándose de los otros desplanados, antes de subir a un
tambaleante montón de papel y, de ahí, subir a otro aún más alto. Suspiró
aliviado y arregló un mantoncito de papel para que le sirviera de almohada, y
cerró después los ojos.
Entonces las
luces se encendieron en hileras en el techo del almacén, y agudos silbatos de
la policía sonaron por todas partes, así como gritos guturales que lo llenaron
de terror.
- ¡Agarra a
ese! ¡No lo dejes escapar!
- ¡Ya tengo a
este ladrón!
- Vosotros,
malditos desplanados, habéis robado vuestra última superclora. Os mandarán a
las minas de sales de uranio de Zana-21
Y luego:
- ¿Los tenemos
a todos...? - y mientras Bill seguía recostado, agarrándose desesperadamente a
los impresos, y con el corazón palpitando aterrorizado, llegó por fin la
respuesta:
- Sí, cuatro.
Los hemos estado vigilando durante mucho tiempo, esperando agarrarlos si
intentaban algo como esto.
- Pero aquí
solo hay tres.
- Vi al cuarto
antes: se lo llevaba un robot de limpieza, y estaba tan tieso como un palo.
- Afirmativo.
Entonces vámonos.
El miedo corrió
de nuevo a través de Bill. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que alguno del grupo
hablase y lo delatase para mejorar su situación, diciéndole a los polis que
acababan de conseguir un nuevo recluta? Tenía que irse de allí. Toda la policía
parecía estar ahora reunida alrededor de donde habían asado las salchichas, y
tenía que correr el riesgo. Deslizándose de la pila tan silenciosamente como
pudo, comenzó a reptar en dirección opuesta. Si no había salida en aquella
dirección, estaba atrapado... ¡No tenía que pensar así! Tras él sonaron
silbatos, y supo que ya habían comenzado a perseguirlo. La adrenalina fluyó a
raudales en su riego sanguíneo, y salió corriendo hacia adelante, mientras las
ricas proteínas equinas de las salchichas añadían fuerza a sus piernas y le
imprimían una carrera que era un verdadero trote. Delante de él vio una puerta,
y se echó con todo su peso contra ella. Por un instante permaneció inmóvil, y
luego se abrió rechinando sobre sus oxidadas bisagras. Sin reparar en el
peligro, se abalanzó por una escalera en espiral, bajando y bajando, hasta
llegar a otra puerta, huyendo locamente, pensando únicamente en el escape.
De nuevo, con
el instinto de un animal perseguido, huyó hacia abajo. No se fijó en que las
paredes estaban ahora remachadas y en algunos sitios recubiertas de óxido, ni
pensó que era poco usual el que tuviera que abrir una atrancada puerta de
madera: ¡madera en un planeta que no había visto un árbol en un centenar de
milenios! El aire era más húmedo y a veces maloliente, y su empavorecida
carrera lo llevó a través de un túnel de piedra en el que bestias innominadas
huyeron frente a él con el tamborileo de malignas garras. Había largos espacios
condenados a la oscuridad eterna, en donde tenía que hallar su camino a
tientas, corriendo sus dedos a lo largo del repugnante y viscoso moho que
cubría las paredes. Donde había luces, brillaban débilmente tras sus cargas de
telarañas y cadáveres de insectos. Chapoteó a través de charcos de agua
estancada, hasta que, lentamente, la extrañeza de lo que lo rodeaba le penetró
y le hizo mirar a su alrededor. En el suelo, bajo sus pies, había otra puerta,
y aún impelido por el reflejo de la huida la abrió, pero no llevaba a ninguna
parte. En lugar de esto daba acceso a un depósito de alguna clase de metal
granuloso, no muy diferente al azúcar en bruto. Aunque quizá fuese un
aislamiento. Tal vez fuera comestible. Se inclinó y cogió un poco entre sus
dedos, y lo aplastó con los dientes. No, no era comestible. Lo escupió, aunque
había algo realmente familiar en él. Entonces recordó.
Era polvo.
Tierra. Suelo. Arena. La cosa esa de que están hechos los planetas, de que este
planeta estaba hecho. ¡Era la superficie de Helior, sobre la que descansaba el
increíble peso de aquella ciudad que circundaba el mundo! Miró hacia arriba, y
por un inenarrable momento se dio cuenta repentinamente de aquel peso, de todo
aquel peso, sobre su cabeza, apretando y tratando de aplastarlo. Ahora estaba
en el fondo, en el verdadero fondo, y obsesionado por una claustrofobia
galopante. Dando un débil gemido, corrió por el pasillo hasta que llegó a una
inmensa puerta sellada y atrancada. No había salida por allí. Y cuando miró al
oscuro grosor de la puerta, decidió que realmente no deseaba continuar por
aquel camino. ¿Qué innombrables horrores podían acechar tras una puerta como
aquella, situada en el fondo del mundo?
Entonces,
mientras la contemplaba, paralizado y con los ojos muy abiertos, la puerta
chirrió y comenzó a abrirse. Dio la vuelta para echar a correr, y gritó muy
alto su terror cuando algo lo aferró en un apretón irresistible...
CINCO
No es que Bill
no tratara de resistirse, pero era imposible. Se agitó entre las garras de
esquelético blancura que lo aferraban, y trató fútilmente de arrancárselas de
sus brazos, mientras todo el rato daba débiles gemidos de desesperación, como
un borrego apresado por las garras de un águila. Agitándose sin efectividad,
fue arrastrado hacia atrás a través del tremendo pórtico que se abrió sin
intervención de mano humana.
- Bienvenido...
- dijo una voz sepulcral, y Bill se tambaleó cuando el apretón inmovilizador
fue soltado, y luego se giró para enfrentarse con el gran robot blanco, ahora
inmóvil. Al lado del robot se alzaba un hombrecillo de chaqueta blanca, que
llevaba puesta una enorme cabeza monda y una sena expresión.
- No tiene por
qué decirme su nombre - dijo el hombrecillo -, a menos que lo desee. Pero yo soy
el Inspector Jeyes. ¿Ha venido en busca de asilo?
- ¿Acaso lo
ofrece? - preguntó Bill, dubitativo.
- Es un punto
interesante, muy interesante - Jeyes se frotó sus arrugadas manos con un sonido
seco y áspero -. Pero no debemos meternos ahora en argumentos teológicos, a
pesar de lo tentadores que puedan ser, se lo aseguro. Así que creo que lo mejor
será que haga una declaración de hecho, sí, realmente. Encontrará asilo aquí...
¿Ha venido para obtenerlo?
Bill, ahora que
se había recobrado de su primitiva emoción, estaba comportándose
cautelosamente, recordando todos los follones en que se había visto envuelto
por abrir su boca.
- Escuche, no
sé ni quien es usted ni donde estoy, ni qué me pedirá a cambio de eso del
asilo.
- Muy correcto,
aunque le aseguro que el error fue mío, ya que le tomé por uno de los
desplanados de la ciudad, a pesar de que me doy cuenta de que los harapos que
lleva puestos fueron en otro tiempo el uniforme de paseo de un soldado, y que
el trozo de latón oxidado en su pecho es lo que resta de una noble
condecoración. Bienvenido a Helior, el Planeta Imperial. Y ¿qué tal va la
guerra?
- Bien,
gracias... Pero ¿a qué viene todo esto?
- Soy el
inspector Jeyes, del Departamento Municipal de Limpieza. Puedo ver, y
sinceramente espero que perdonará mi indiscreción, que se halla usted en
dificultades, mal uniformado, sin Plano, y tal vez hasta le habrá desaparecido
su tarjeta de identidad. - Contempló el inquieto agitarse de Bill con ojos
astutos, de pájaro -. Pero no tiene por qué ser así. Acepte el asilo.
Proveeremos por ustedes, le daremos un buen trabajo, un nuevo uniforme, y hasta
una nueva tarjeta de identidad.
- ¡Todo lo que
tengo que hacer es convertirme en un barrendero! - resopló Bill.
- Preferimos la
apelación de Agentes de Saneamiento - contestó humildemente el inspector Jeyes.
- Ya me lo
pensaré - dijo fríamente Bill.
- ¿Puedo
ayudarle a llegar a una decisión? - preguntó el inspector, apretando un botón
en la pared. El pórtico a la oscuridad total se abrió de nuevo, chirriante, y
el robot agarró a Bill y comenzó a empujarle.
- ¡Asilo! -
chilló Bill, y luego resopló cuando el robot lo soltó y la puerta se cerró de
nuevo -. Iba a pedirlo de todas maneras, no tenía por qué empujarme.
- Un millar de
excusas, deseamos que se sienta feliz aquí. Bienvenido al DM de L. Aún
corriendo el riesgo de embarazarle, ¿podría preguntarle si necesitará una nueva
tarjeta de identidad? Muchos de nuestros reclutas prefieren iniciar una nueva
vida aquí en el departamento, y tenemos una vasta selección de tarjetas entre
las que pueden escoger. Tiene que recordar que eventualmente acabamos
recogiéndolo todo, incluyendo los cadáveres y las papeleras vaciadas, y le
sorprendería el número de tarjetas que recogemos de esta forma. Si me hace el
favor de entrar en este ascensor...
El DM de L
tenía un montón de tarjetas, cajones y cajones de ellas, limpiamente archivadas
por orden alfabético. En poco tiempo, Bill encontró una con una descripción que
se aproximaba bastante a la suya, emitida a nombre de un tal Wilhelm Stuzzicadenti,
y se la enseñó al inspector.
- Muy bien, me
alegra contar con usted, Villy...
- Prefiero que
me llame Bill.
- ...y
bienvenido al servicio, Bill. Siempre estamos faltos de personal aquí abajo, y
podrá escoger las tareas que desee, sí, realmente, dependiendo naturalmente de
su talento y de sus intereses. Cuando piensa en limpieza, ¿qué es lo que le
viene a la mente?
- Basura.
El inspector
suspiró.
- Esa es la
reacción usual, pero había esperado algo mejor de usted. La Basura es una de
las cosas con la que nuestra División de Recogida tiene que enfrentarse.
También hay Restos, Desperdicios y Porquería. Además, hay los otros
departamentos independientes: Limpieza de los Departamentos, Reparación de
Cañerías, Investigación, Eliminación de Aguas Residuales...
- Este último
suena realmente interesante. Antes de que fuera alistado a la fuerza estaba
cursando por correspondencia la carrera de Operador Técnico en Fertilizantes.
- ¡Pero si esto
es maravilloso! Tiene que contarme más de eso. Pero antes siéntese, póngase
confortable - llevó a Bill hasta un enorme sillón tapizado, y luego se giró
para sacar dos recipientes de plástico de un dispensador -, y tómese una
refrescante Alco-Sacudida mientras habla.
- No hay mucho
que decir, nunca pude terminar mi carrera, y parece que jamás lograré
satisfacer mi ambición de toda la vida de trabajar con fertilizantes. Tal vez
su Departamento de Eliminación de Aguas Residuales...
- Lo siento, es
algo que me destroza el corazón, visto que casi coincide con su especialidad por
así decirlo, pero esa es una tarea que no nos da ningún problema, ya que está
casi totalmente automatizada. Estamos muy satisfechos de nuestro récord con las
aguas residuales porque es realmente grande: debe de haber ciento cincuenta mil
millones de personas en Helior...
- ¡Huau!
- ...tiene
razón, puedo verlo en el brillo de su ojos. Sí, ese es un montón de aguas
residuales, y espero en algún momento tener el honor de mostrarle nuestra
factoría. Pero recuerde, donde hay aguas residuales tiene que haber comida, y
con Helior importando toda su comida tenemos una operación en círculo cerrado
que es el sueño de un ingeniero de Saneamiento. Las naves de los planetas
agrícolas traen la comida procesada que va a la población, donde sufre lo que
podríamos llamar la Cadena de Mando. Nosotros recogemos los efluvios y los
procesamos, con los tratamientos usuales, físicos y químicos, bacterias
anaerobias y similares... ¿No le estoy aburriendo con todo esto?
- No, por
favor... - dijo Bill, sonriendo y secándose una lágrima con el puño -. Es
simplemente que me siento tan feliz. Hacía tanto que no tenía una conversación
inteligente...
- Ya me lo
puedo imaginar; tiene que ser brutal en el servicio. - Le dio una palmada a
Bill en el hombro, en un amistoso gesto de bienvenida -. Olvídese de todo eso:
ahora está entre amigos. ¿Dónde estábamos? Oh, sí, las bacterias. Entonces hay
la deshidratación y la compresión. Producimos uno de los mejores ladrillos de
fertilizante condensado de toda la galaxia civilizada, y me enfrentaría con
cualquiera que tratase de negarlo...
- ¡Y seguro que
ganaría! - afirmó fervientemente Bill.
- Las cadenas
automáticas y los ascensores se llevan los ladrillos a los espaciopuertos,
donde son cargados en las astronaves en cuanto son vaciadas, una carga completa
por cada carga completa, ese es nuestro lema. Y he oído que en algunos de los
planetas de suelo pobre dan vivas cuando las naves aterrizan. No, no podemos
protestar de nuestro tratamiento de las aguas residuales, son los otros
departamentos los que nos crean problemas - el inspector Jeyes vació su
recipiente y se quedó sentado con cara huraña, habiendo desaparecido su placer
tan repentinamente como había aparecido.
- ¡No, no haga
eso! - le chilló a Bill, cuando este terminó su bebida e inició el gesto de
tirar el recipiente vacío al receptor de desperdicios de la pared -. No quería
gritar en esa forma - se disculpó -, pero ese es nuestro gran, gran problema.
Los desechos. ¿Ha pensado alguna vez en cuantos periódicos tiran cada día
ciento cincuenta mil millones de personas? ¿O cuantos recipientes no
recuperables? ¿O platos de un solo uso? Estamos trabajando en Investigación
acerca de este problema, día y noche, pero no logramos solucionarlo. Es una
pesadilla. Ese recipiente de Alco-Sacudida que tiene en la mano es una de
nuestras respuestas, pero tan solo es una gota de agua en el océano.
Cuando las
últimas gotas de líquido se evaporaron del recipiente, este comenzó a agitarse
obscenamente en la mano de Bill y, horrorizado, lo dejó caer al suelo, donde
continuó agitándose y cambiando de forma, desmoronándose y aplanándose ante sus
ojos.
- Tenemos que
agradecerle a los matemáticos esta solución - dijo el inspector -. Para un
topólogo, un disco o una taza o un recipiente de líquido tienen todos la misma
forma: un sólido con un agujero, y cualquiera de ellos puede ser convertido en
cualquiera de los otros por una continua transformación uno-a-uno. Así que
hicimos los recipientes con un plástico con memoria que regresaba a su forma
original una vez seco... mírelo ahí.
El recipiente
había cesado de agitarse, y ahora yacía tranquilo en el suelo, un disco plano y
finamente grabado con un agujero en el centro. El inspector Jeyes lo recogió y
le arrancó la etiqueta de Alco-Sacudida, y Bill pudo entonces leer la otra
etiqueta que había estado oculta debajo: Amor en órbita, ¡boing, boing, boing!,
cantado por Los Coleópteros.
- ¿No es
ingenioso? El recipiente se ha transformado en un disco de una de las más
molestas canciones del momento, un objeto que ningún adicto a la Alco-Sacudida
puede, en ningún caso, arrojar. Es recogido pues y guardado con cariño, y no
lanzado a un recipiente de basuras para crearnos otro problema.
El inspector
Jeyes tomó ambas manos de Bill entre las suyas, y cuando lo miró directamente a
los ojos los suyos estaban bastante húmedos.
- Diga que lo
hará, Bill... que se dedicará a la investigación. Tenemos tal falta de hombres
ingeniosos y entrenados que comprendan nuestros problemas. Tal vez no acabó con
su carrera de Operador Técnico en Fertilizantes, pero puede ayudar, una mente
joven con ideas jóvenes, una nueva escoba para ayudar a barrer las cosas, ¿eh?
- Lo haré -
dijo con determinación Bill -. La investigación en los residuos es algo en lo
que un hombre puede hincar el diente.
- Se lo ha ganado.
Habitación, manutención y uniforme, más un salario digno, y todos los restos y
porquerías que desee. Nunca le sabrá mal esta decisión...
Una aullante
sirena lo interrumpió, y un instante después un hombre sudoroso y excitado
entró corriendo en la habitación.
- ¡Inspector,
esta vez sí que se ha disparado el cohete: la Operación Platillo Volador ha
fallado! Hay aquí un equipo de astronomía que se está pelando con nuestro grupo
de investigación, revolcados por el suelo como si fueran animales...
El inspector
Jeyes estaba en la puerta antes de que el mensajero hubiera terminado, y Bill
corrió tras suyo, lanzándose por una rampa justamente después de él. Tomaron
una cinta de sillas rodantes, pero era demasiado lenta para el inspector, que
saltaba como un conejo de silla en silla, y Bill le seguía de cerca. Entonces
entraron en un laboratorio repleto de complejo equipo electrónico y de hombres
que se agitaban y luchaban, rodando y pateando en un lío inexplicable.
- ¡Paren en
seguida, paren! - chilló el inspector, pero nadie le escuchó.
- Tal vez yo
pueda ayudar - dijo Bill -. Aprendemos estas cosas en el ejército. ¿Cuáles son
los Agentes de Saneamiento?
- Los de
uniforme marrón.
- No me diga
más - dijo Bill, zumbando alegremente, se introdujo en la gruñente multitud y,
con un puñetazo aquí, un aplastamiento de riñones allá, y tal vez con algunos
golpes de karate que destruyen la laringe, restauró el orden en la habitación.
Ninguno de aquellos agitados intelectuales tenía un gran físico, y pasó a
través de ellos como un cuchillo por la mantequilla, y entonces comenzó a
extirpar a sus nuevos camaradas del lío.
- ¿Qué ocurre,
Basurero, qué ha pasado? - preguntó el inspector Jeyes.
- Son esos,
señor. Irrumpen aquí gritando, diciéndonos que acabemos con la Operación Platillo
Volador, justo cuando habíamos superado nuestro récord de eliminación, cuando
habíamos hallado que casi podíamos aceptar el doble de entradas...
- ¿Qué es eso
de la Operación Platillo Volador? - preguntó Bill, muy confuso por lo que
sucedía. Ninguno de los astrónomos estaba aún despierto, aunque alguno de ellos
gemía ya, así que el inspector tuvo tiempo para explicarle, apuntando a un
gigantesco aparato que llenaba todo un costado de la habitación.
- Quizá fuera
la respuesta a nuestros problemas - dijo - Son todos esos malditos platos y
vasos eliminables de las comidas preparadas y demás. ¡No me atrevo ni a decirle
cuantos metros cúbicos se han acumulado! Tal vez sería mejor decir kilómetros
cúbicos. Pero Basurero estaba mirando un día una revista y leyó un artículo
sobre un transmisor de materia, e hicimos un pedido y compramos el modelo más
grande que encontramos. Lo conectamos a la cinta sin fin y a los cargadores -
abrió un panel al lado de la máquina, y Bill vio un torrente de utensilios de
plástico usados que entraban a gran velocidad -, y alimentamos todos estos
malditos desperdicios en el lado de entrada de la máquina, y ha funcionado como
un sueño desde entonces.
- Pero...
¿adónde van? - Bill seguía alelado -. ¿Dónde está la salida del transmisor?
- Una pregunta
inteligente: ese era nuestro gran problema. Al principio simplemente los
lanzábamos al espacio, pero Astronomía dijo que demasiados de ellos regresaban
como meteoritos y estropeaban sus observaciones estelares. Aumentamos la
energía y los lanzamos más lejos, poniéndolos en órbita, pero Navegación dijo
que estábamos creando una molestia en el espacio, formando un peligro para la
navegación, y tuvimos que ir más lejos. Finalmente, Basurero consiguió de
Astronomía las coordenadas de la estrella más cercana, y desde entonces los
hemos estado echando a la estrella sin tener problemas y satisfaciendo a todo
el mundo.
- So estúpido -
dijo uno de los astrónomos, entre labios rotos, mientras trataba de ponerse en
pie -. ¡Sus malditos desperdicios voladores han iniciado una nova en esa
estrella! No podíamos imaginar qué era lo que la causaba hasta que hallamos su
petición de información en los archivos y nos enteramos de su imbécil operación
de aquí abajo...
- Cuidado con
lo que dice o lo vuelvo a dormir, so mamón - gruñó Bill. El astrónomo
retrocedió y se puso pálido, luego continuó en un tono más suave:
- Mire, tienen
que comprender lo que ha pasado. No pueden estar lanzando todos esos átomos de
carbono e hidrógeno a un sol y esperar que no pase nada. La cosa se ha vuelto
nova, y me han dicho que no lograron evacuar completamente algunas bases de los
planetas interiores.
- La
eliminación de los desperdicios no se realiza sin peligros. Al menos murieron
en servicio a la humanidad.
- Bueno, sí,
eso es fácil de decir. Lo hecho, hecho está. Pero tendrán que detener su
Operación Platillo Volador. ¡Inmediatamente!
- ¿Por qué? -
preguntó el inspector Jeyes -. Tengo que admitir que este pequeño asunto de la
nova no estaba previsto, pero ya ha sucedido y no podemos hacer mucho al
respecto. Y han oído decirle a Basurero que casi ha doblado la entrada, y que
pronto recuperaremos el tiempo perdido...
- ¿Por qué cree
que se ha doblado la capacidad de eliminación? - gruñó el astrónomo -. Han
convertido a esa estrella en tan inestable que está consumiéndolo todo y a
punto de convertirse en una supernova, que no solo destruirá a todos sus
planetas, sino que tal vez sus efectos lleguen hasta Helior y su sol. ¡Detenga
inmediatamente su máquina infernal!
El inspector suspiró
y luego agitó la mano, en forma cansada y sin embargo final.
- Apágala,
Basurero... Tenía que haber imaginado que esto era demasiado bueno para durar.
- Pero, señor -
el ingeniero estaba apretujándose las manos con desesperación -, volveremos a
donde empezamos. Se comenzará a amontonar de nuevo...
- ¡Haga lo que
se le ordena!
Con un suspiro
resignado, Basurero se arrastró hasta el tablero de control y cerró un
conmutador. El tableteo y repiqueteo de las cintas sin fin murió, y los
zumbantes generadores cayeron en el silencio. Por toda la habitación, los
hombres de limpieza se hallaban en grupos silenciosos y deprimidos, mientras
los astrónomos volvían a la consciencia y se ayudaban los unos a los otros a
salir de la habitación. Cuando salía el último, se giró y, mostrando los
dientes, escupió la palabra:
-
¡Recogebasuras! - una llave inglesa lanzada contra él golpeó la puerta cerrada,
y la derrota fue completa.
- Bien, uno no
puede vencer en todas las ocasiones - dijo enérgicamente el inspector Jeyes, aunque
sus palabras tenían un tono hueco -. No obstante, Basurero, te traigo sangre
nueva. Este es Bill, un joven de brillantes ideas para tu equipo de
investigación.
- Es un placer
- dijo Basurero, haciendo desaparecer la mano de Bill en el interior de una de
sus manazas. Era un hombre enorme, ancho, alto y grueso, con tez olivácea y
pelo negro oscuro que le colgaba casi hasta los hombros -. Ven, vamos a tripear
un poco, y mientras te explicaré como están las cosas aquí y tú me hablarás de
ti.
Caminaron por
los prístinos corredores del DM de L, mientras Bill le contaba su vida a su
nuevo jefe. Basurero estaba tan interesado en esta que se equivocó al dar un
giro y abrió una puerta sin mirar. Surgió un torrente de potes y bandejas de
plástico que les llegó hasta las rodillas antes de que pudieran forzarla a
cerrarse de nuevo.
- ¿Lo ves? - le
dijo a Bill con mal contenida rabia -. Estamos inundados. Hemos usado todo el
espacio disponible para almacenamiento, y siguen amontonándose las cosas. Por
Krishna que no sé lo que va a pasar; ya no tenemos donde poner más.
Se sacó un
silbato de plata del bolsillo y sopló enérgicamente por él. No produjo sonido
alguno. Bill se distanció un poco, contemplándolo con sospecha, y Basurero le
dirigió un resoplido.
- No pongas esa
cara de susto... aún no se me ha perdido ningún tornillo. Esto es un Silbato
Supersónico para Robots, que produce un sonido demasiado agudo para los oídos
humanos, pero que los robots pueden oír perfectamente... ¿lo ves? - Con un
resonar de ruedas, un robot basurero, un robas, llegó rápidamente y, con
veloces movimientos de sus brazos recogedores, comenzó a cargar toda la basura
plástica en su depósito.
- Eso del
silbato es una gran idea - comentó Bill -. Me gusta eso de poder llamar a un
robot cuando uno lo necesita. ¿Crees que podría tener uno, ahora que soy Agente
de Saneamiento como tú y los demás?
- Son algo
especial - le contestó Basurero, entrando en la cantina por la puerta correcta
-. Difíciles de conseguir, ¿entiendes?
- No, no
entiendo. ¿Tendré uno o no?
Basurero lo
ignoró, contemplando absorto el menú y marcando un número. La comida preparada
y congelada salió por el dispensador, y la empujó al calentador radar.
- ¿Bien? -
inquirió Bill.
- Si tanto te
interesa - explicó Basurero un tanto embarazado -, te diré que los sacamos de
los paquetes de cereales. En realidad, se trata de silbatos para perros que les
regalan a los chicos consumidores. Ya te mostraré donde está el vertedero de
las cajas y te podrás buscar uno.
- Lo haré. Yo
también quiero poder llamar a los robots.
Se llevaron sus
comidas, ya calientes, a una de las mesas y entre bocados Basurero maldijo la
bandeja de plástico de la que estaba comiendo, pinchándola irritado al final.
- Mira esto -
dijo -: contribuimos a nuestra propia perdición. Espera a ver como se amontonan
ahora que hemos apagado el transmisor de materia.
- ¿Habéis
pensado en echarlas al mar?
- El Proyecto
Gran Chapuzón está trabajando en eso. No puedo contarte mucho acerca del mismo
porque es alto secreto. Tienes que pensar que los mares de este planeta están
cubiertos como todo lo demás y que, en estos días, el agua ya es un verdadero
puré. Echamos desperdicios en ellos tanto tiempo como pudimos, hasta que
elevamos tanto su nivel que las olas llegaban hasta las escotillas de
inspección a la marea alta. Seguimos echando, pero a un ritmo mucho más lento.
- ¿Y cómo es
eso posible? - se asombró Bill.
Basurero miró
cuidadosamente a su alrededor, luego se inclinó por sobre la mesa, se colocó el
índice junto a la nariz, guiñó un ojo, sonrió y dijo chissss en un siseo
apagado.
- ¿Es secreto?
- interrogó Bill.
- Puedes estar seguro. Metereología se nos echaría encima si se enterase. Lo que hacemos es evaporar y condensar el agua, y volver a tirar la sal al mar. ¡Además, hemos arreglado en secreto ciertas tuberías para que funcionen en sentido contrario! En cuanto nos enteramos que está lloviendo en el techo, bombeamos nuestra agua y la dejamos mezclarse con la lluvia. Los de Metereología ya están medio locos. Cada año, desde que iniciamos el Proyecto Gran Chapuzón, se ha incrementado la densidad de la lluvia en las zonas templadas en setenta y cinco centímetros, y cae tanta nieve en los polos que algunos de los pisos superiores se están desplomando bajo el peso de la nieve. ¡Pero hay que Eliminar la Basura! ¡Seguiremos siempre barriendo! No cuentes nada de esto: como sabes, es un secreto.
- Ni una
palabra; aunque, realmente, es una gran idea.
Sonriendo
orgullosamente, Basurero limpió su bandeja y, echándose hacia delante, la
introdujo por un vertedero de desperdicios en la pared. Pero, al hacerlo,
cayeron en cascada otras catorce bandejas sobre la mesa.
- ¡Lo dicho! -
Rechinó los dientes, instantáneamente deprimido -. Aquí es donde se acaba todo.
Estamos en el fondo, y todo lo que echan en los demás niveles acaba aquí, y
estamos siendo invadidos sin que tengamos donde guardarlo ni forma en que
eliminarlo. Tendré que correr ahora. Será preciso poner en marcha el Proyecto
Gran Pulga de inmediato.
Se alzó, y Bill
lo siguió hasta la puerta.
- ¿Eso de la
Gran Pulga también es secreto?
- No lo será en
cuanto salga a la luz. Hemos sobornado a un inspector del Departamento de
Salubridad para que diga haber encontrado evidencias de que uno de los
dormitorios, uno de los grandes, está siendo infestado por los insectos. Uno de
los de kilómetro de largo, por kilómetro de ancho, por kilómetro de alto.
Piensa en eso: 1.000.000.000 de metros cúbicos de espacio de almacenamiento no
utilizado. Sacarán a todo el mundo para fumigar el lugar, y antes de que logren
volver ya lo habremos llenado de bandejas de plástico.
- ¿Y no
protestarán?
- Naturalmente
que protestarán, pero ¿de qué les va a servir? Le echaremos las culpas a un
error departamental, y les diremos que envíen la protesta a través de los
canales habituales; y, en este planeta, los canales habituales son realmente
complicados. Uno tiene que acostumbrarse a un retraso de diez a veinte años en
la mayor parte de los trámites. Aquí está tu oficina - señaló a una puerta
abierta -. Ponte cómodo y estudia los archivos, y mira a ver si se te ocurre
alguna idea para el turno siguiente.
Se alejó a toda
prisa.
Era una oficina
pequeña, pero Bill se sintió orgulloso de ella. Cerró la puerta y admiró los
archivadores, el escritorio, la silla giratoria, la lámpara, todo ello
construido con una gran diversidad de botellas viejas, potes, cajas, bandejas y
desperdicios. Pero ya habría mucho tiempo para disfrutar de ello. Ahora tenía
que ponerse a trabajar. Abrió el cajón superior de un archivador y se quedó
mirando al cadáver de ropa negra, barba espesa y rostro blanco que estaba allí
metido. Lo cerró de un golpe y se retiró rápidamente.
- Venga, venga
- se dijo a sí mismo con firmeza -. Soldado, ya has visto los suficientes
cadáveres antes como para que te pongas nervioso al ver a este.
Regresó, tiró
de nuevo del cajón, y el cadáver abrió unos ojos perlinos y gomosos y lo
contempló fijamente.
SEIS
- ¿Qué es lo
que está haciendo usted en mi archivador? - le preguntó Bill al hombre cuando
este salió del interior, estirando sus agarrotados músculos. Era bajito, y su
traje mugriento y pasado de moda estaba muy arrugado.
- Tenía que
verle... en privado. Esta es la mejor forma, lo sé por experiencia. ¿Está usted
descontento?
- ¿Quién es
usted?
- La gente me
llama Equis.
- ¿X?
- Lo ha cogido
en seguida, es usted inteligente - una sonrisa pasó por su rostro, dejándole
contemplar por un instante los restos ennegrecidos de sus dientes,
desvaneciéndose luego tan rápidamente como había llegado -. Es usted el tipo de
hombre que necesitamos en el Partido, un hombre que promete.
- ¿Qué partido?
- No pregunte
mucho o se meterá en líos. La disciplina es estricta. Pínchese en la muñeca
para poder hacer el Juramento de Sangre.
- ¿Para qué? -
Bill lo contempló muy fijamente, al tanto de cualquier movimiento sospechoso.
- Usted odia al
Emperador que lo esclavizó en su ejército fascista; usted es un hombre libre,
amante de la libertad y temeroso de Dios, dispuesto a perder su vida para
salvar a sus seres queridos; usted está dispuesto a unirse a la lucha, a la
gloriosa revolución que liberará...
- ¡Fuera! -
aulló Bill, cogiéndolo por las ropas y empujándolo hacia la puerta. X se escapó
de su apretón y corrió tras el escritorio.
- Ahora es tan
solo un lacayo de los criminales, pero libere su mente de las cadenas, lea este
libro - algo revoloteó hasta el suelo -, y piense. Volveré.
Cuando Bill
saltó sobre él, X hizo algo a la pared y se abrió un panel, tras el que se
desvaneció. Se cerró con un click, y cuando Bill lo miró de cerca no pudo
hallar ni marca ni señal en la superficie, aparentemente sólida. Con dedos
temblorosos recogió el libro y leyó el título: SANGRE, UNA GUIA PARA EL
AFICIONADO A LA INSURRECCION ARMADA; luego, con rostro pálido, lo echó a un
lado. Trató más tarde de quemarlo, pero las páginas eran ininflamables. Tampoco
pudo romperlas, las tijeras se embotaron sin poder cortar una sola hoja.
Desesperadamente, acabó por tirarlo detrás del archivador y tratar de olvidar
que estaba allí.
Tras la
calculada y sádica esclavitud del servicio, el trabajar honestamente por sus
basuras le representó un gran placer para Bill. Se zambulló en sus tareas, y
estaba tan concentrado que ni notó que se abría la puerta, por lo que se asustó
cuando el hombre habló:
- ¿Es este el
Departamento de Limpieza? - Bill alzó la mirada para ver a la rubicunda faz del
recién llegado contemplándole por encima de la inmensa pila de bandejas de
plástico que agarraba entre sus extendidos brazos. Sin mirar atrás, el hombre
cerró la puerta de una patada y, bajo la pila de bandejas, apareció otra mano
con una pistola -. Un movimiento y lo mato - amenazó.
Bill podía
contar tan bien como el que más, y dos manos más una hacen tres, así que
decidió efectuar un movimiento que valiese la pena, o sea que largó una patada
al montón de bandejas para que le pegaran al pistolero en la barbilla y lo
echaran hacia atrás. Cayeron las bandejas, y antes de que la última hubiera
llegado al suelo, Bill ya estaba sentado sobre la espalda del hombre, doblando
su cabeza en el mortífero casi dislocamiento venusiano que podía partir una
espina dorsal como si se tratase de un débil bastoncillo.
- Me rindo -
gimió el hombre -. I surrender, tu m'as eu, já está bé, ti prego
camerata...
- Supongo que
todos vosotros, los espías chinger, habláis un montón de idiomas - replicó
Bill, aumentando la presión.
- Mi ser...
amigo - gorgoteó el hombre.
- Tú ser
chinger, tener tres brazos.
El hombre Se
estremeció un poco más y se le saltó uno de los brazos. Bill lo recogió para
mirarlo mejor, dándole primero una patada a la pistola y mandándola a un
apartado rincón.
- Es un brazo
falso - dijo Bill.
- ¿Qué otra
cosa podía...? - dijo roncamente el hombre, dándose masajes en el cuello con
las dos manos auténticas - Es parte del disfraz. Muy efectivo. Puedo llevar
algo y seguir teniendo aún una mano libre. ¿Cómo es que no se unió a la
revolución?
Bill comenzó a
sudar y a mirar subrepticiamente al archivador que ocultaba el libro peligroso.
- ¿De qué
habla? Soy un leal amante del Emperador...
- Ya. Entonces,
¿cómo es que no ha informado a la C.I.A. que un hombre llamado X vino a ganarlo
para su causa?
- ¿Cómo sabe
eso?
- Nuestra tarea
es saberlo todo. Aquí está mi identificación: agente Pinkerton, de la Comisión
Intergaláctica de Averiguaciones - le pasó una tarjeta de identidad incrustada
de joyas, con foto en colores y todo eso.
- Simplemente
no quería líos - gimió Bill -. Eso es todo. No molesto a nadie, y no quiero que
nadie me moleste.
- Un noble
sentimiento... ¡para un anarquista! Muchacho, ¿es usted un anarquista? - sus
aguzados ojos atravesaron una y otra vez a Bill.
- ¡No! ¡Eso no!
¡No sé ni como se escribe eso!
- De verdad que
espero que sea así. Es usted un buen chico, y me gustaría que siguiese así. Le
voy a dar una segunda oportunidad. Cuando vea de nuevo a X dígale que ha
cambiado de idea y que quiere unirse al Partido. Lo hará y trabajará para
nosotros. Cada vez que haya una reunión, me telefoneará al regresar, mi número
está escrito en esta barra de caramelo - lanzó un envoltorio sobre la mesa -:
Memorícelo, y después se la come. ¿Queda todo claro?
- No. No quiero
hacerlo.
- Lo hará, o
mandaré que lo fusilen por ayudar al enemigo antes de que pase una hora.
Durante el tiempo que nos informe, le pagaremos cien pavos al mes.
- ¿Por
adelantado?
- Por
adelantado - el montón de billetes aterrizó en el escritorio -. Eso es por este
mes. Vea de ganárselo -. Se metió el brazo extra bajo otro real, recogió las
bandejas y se fue.
A medida que
Bill pensaba en ello, más nervioso estaba al ver el lío en que lo habían metido.
Lo último que deseaba era ser mezclado en una revolución ahora que había
logrado paz, seguridad, y una cantidad ilimitada de desperdicios; pero no, no
lo dejaban en paz. Si no se unía al Partido, la C.I.A. no lo dejaría en paz, y
una vez descubriesen su verdadera identidad ya podía considerarse muerto. Pero
aún había la posibilidad de que X se olvidase de él y no regresase, y, si no se
lo pedían, ¿cómo iba a afiliarse? Se agarró a este clavo ardiendo y se sumergió
en su trabajo para olvidarse de los problemas.
Casi de
inmediato, halló un filón en los archivos de Desperdicios. Tras una cuidadosa
comprobación, averiguó que su idea no había sido intentada antes. Le llevó
menos de una hora el reunir el material que necesitaba y, menos de tres horas
más tarde, tras interrogar a todos los que encontraba y caminar interminables
kilómetros, logró hallar la oficina de Basurero.
- Ahora ya
puedes buscarte el camino de regreso - gruñó este -. ¿O es que no puedes ver
que estoy ocupado?
Con temblorosos
dedos, se sirvió otro medio vaso de Viejo Veneno Orgánico y lo tragó de un
sorbo.
- Puedes
olvidarte de tus problemas...
- ¿Y qué te
crees que estoy haciendo? Esfúmate.
- No sin
haberte enseñado esto. Una nueva manera de sacarse de encima las bandejas de
plástico.
Basurero se
tambaleó, poniéndose en pie, y la botella cayó, sin que tratase de retenerla,
al suelo, donde su contenido, al derramarse, comenzó a hacer un agujero en el
revestimiento de teflón.
- ¿Hablas en
serio? ¿Es positivo? ¿Tienes una nueva solución...?
- Positivo.
- Desearía no
tener que hacer esto - Basurero se estremeció y tomó de un estante una jarra
marcada SERENADOR, LA CURA INSTANTÁNEA PARA LA EMBRIAGUEZ. NO DEBE DE TOMARSE
SIN RECETA MÉDICA Y UNA PÓLIZA DE SEGURO DE VIDA. Extrajo una píldora moteada,
del tamaño de una nuez, la miró, se estremeció, y luego la tragó con un
dolorido gulp. Instantáneamente, todo su cuerpo comenzó a vibrar y cerró los
ojos cuando algo hizo gmmmmmff en su interior y una débil columna de humo
surgió de sus orejas. Cuando abrió de nuevo los ojos, estos tenían un brillante
color escarlata, pero estaban sobrios.
- ¿Qué es? -
preguntó roncamente.
- ¿Sabes lo que
es esto? - le preguntó Bill, lanzando un grueso volumen sobre el escritorio.
- El listín de
teléfonos de la ciudad de Storhestelortby en Proción III, según dice en la
portada.
- ¿Sabes
cuántos directorios telefónicos viejos tenemos?
- Mi mente se
niega a pensar en ello. Continuamente están cambiándolos, y nosotros recibimos
los viejos. ¿Y qué?
- Te lo voy a
enseñar. ¿Tienes algunas bandejas de plástico?
- ¿Bromeas? -
Basurero abrió un armario empotrado y de él cayeron con estrépito centenares de
bandejas.
- Estupendo.
Ahora yo pondré algunas cosas más: algo de papel de embalar, cordel y cartón
tomados de un montón de desperdicios, y ya tendremos todo lo que necesitamos.
Si llamas a un robot de trabajos generales, te demostraré el siguiente paso de
mi plan.
- Un
tra-ge-bot, son dos largos y un corto - Basurero silbó con fuerza con su
silbato silencioso, y luego gimió y se aferró la cabeza hasta que dejó de
vibrar. Se abrió la puerta de un empellón y por ella apareció un robot, cuyos
brazos y tentáculos vibraban expectantes. Bill señaló.
- Al trabajo,
robot. Toma cincuenta de esas bandejas, empaquétalas con cartón y papel, y átalas
bien aseguradas con el cordel.
Zumbando con
electrónica dicha, el robot se abalanzó y un momento más tarde, un perfecto
paquete se hallaba en el suelo. Bill abrió el listín al azar y señaló un
nombre.
- Ahora pon la
dirección que te señalo, marca el paquete como «regalo gratuito, sin
impuestos»... ¡y mándalo por correo!
De uno de los
dedos del robot surgió un rotulador, con el que rápidamente copió la dirección
en el paquete, lo pesó balanceándolo en un brazo, lo franqueó con la
franqueadora del escritorio de Basurero, y lo lanzó limpiamente por el buzón de
la pared. Se oyó el chuff del soplido cuando el tubo neumático se lo llevó
hacia los niveles superiores. La boca de Basurero estaba desencajada mientras
seguía la rápida desaparición de las cincuenta bandejas, así que Bill redondeó
su argumentación:
- El trabajo
robótico para el empaquetado es gratuito, las direcciones nos salen gratis, y
también los materiales de embalado. Y a eso se añade el que, al ser esta una
oficina gubernamental, el franqueo es gratuito.
- Tienes
razón... ¡funcionará! Un plan muy inspirado. Lo pondré en marcha en gran escala
de inmediato. Inundaremos la Galaxia habitada con esas malditas bandejas. No sé
como agradecértelo...
- ¿Qué te
parecería una prima en metálico...?
- Una excelente
idea. Te haré un cheque ahora mismo. Bill regresó a su oficina con la mano
todavía dolorida por los apretones de felicitación y los oídos aún vibrando por
las palabras de agradecimiento. Era un mundo maravilloso en el que vivir. Cerró
la puerta de golpe tras él y se sentó en su escritorio, antes de darse cuenta
de que un amplio y mugriento abrigo negro colgaba tras la puerta. Luego se dio
cuenta de que era el abrigo de X. Luego se dio cuenta de que unos ojos lo
miraban desde la oscuridad del cuello del abrigo, y se le detuvo el corazón al
comprender que X había regresado.
SIETE
- ¿Ha cambiado
de idea acerca de unirse al Partido? - le preguntó X mientras se liberaba del
colgador y caía al suelo.
- He estado
pensando en ello - se estremeció culpablemente Bill.
- El pensar
equivale al actuar. Debemos apartar el hedor de las sanguijuelas fascistas de
los olfatos de nuestros seres queridos y de nuestros hogares.
- Me ha
convencido. Me afiliaré.
- La lógica
siempre vence. Firme en este impreso, una gotita de sangre aquí, y alce la mano
mientras pronuncio el juramento secreto.
Bill alzó la
mano, y los labios de X se movieron en silencio.
- No le oigo -
se quejó Bill.
- Ya le dije
que era un juramento secreto. Todo lo que tiene que hacer es decir sí.
- Sí.
- Bienvenido a
la Gloriosa Revolución - X le besó calurosamente en ambas mejillas -. Ahora
venga conmigo a la reunión de la resistencia; está a punto de empezar.
X corrió hacia
la pared trasera y recorrió con los dedos el dibujo que formaba, apretando en
una forma especial sobre algunos puntos; se oyó un clic, y la puerta secreta se
abrió. Bill miró dubitativo la oscura y húmeda escalera que bajaba.
- ¿Adónde va
esto?
- A la
resistencia, ¿adónde iba a ir? Sígame, procurando no perderse. Estas son
catacumbas milenarias desconocidas para los de la ciudad de arriba, y en ellas
habitan cosas desde tiempos inmemoriales.
Había antorchas
en un nicho en la pared, y X prendió una y abrió camino por entre la repugnante
y húmeda oscuridad. Bill lo acompañó, siguiendo la parpadeante y humeante luz
mientras serpenteaban a través de cavernas que amenazaban derrumbarse,
tropezando con herrumbrosos raíles en un túnel y chapoteando en oscura agua que
les llegaba hasta las rodillas. En una ocasión, oyeron el chasquido de gigantescas
garras cerca de ellos y una raspante voz inhumana les habló desde la negrura:
- San... -
dijo.
- ...gre -
respondió X; y luego le susurró al oído de Bill, cuando hubieron pasado sin
percance -: Es un excelente centinela. Se trata de un antropófago de Dapdrof,
que se lo come a uno al momento si no le da el santo y seña del día.
- ¿Y cuál es el
santo y seña? - preguntó Bill, dándose cuenta de que estaba haciendo demasiado
por los cien pavos de la C.I.A.
- Los días
impares es Sangre, los pares Delenda est Cartago y los domingos Necrofilia.
- No les ponen
las cosas fáciles a los miembros.
- El
antropófago tiene hambre, y tenemos que mantenerlo contento. Ahora... silencio
absoluto. Apagaré la luz, y lo llevaré por el brazo. - Se apagó la luz, y unos
dedos se clavaron profundamente en el bíceps de Bill. Caminaron a tientas
durante un tiempo que pareció interminable, hasta que se vio una débil luz muy
por delante. El suelo del túnel se hizo llano, y vio una puerta abierta
iluminada por una luz parpadeante. Se giró hacia su acompañante y gritó:
- ¿Qué es
usted?
La pálida,
blanca y renqueante criatura que lo aferraba por el brazo se giró lentamente
para contemplarlo a través de ojos parecidos a huevos escalfados. Su tez era
totalmente blanca, su cabeza estaba desprovista de cabello y por toda
vestimenta llevaba tan solo un trozo de ropa arrollado a su cintura, mientras
que en su frente llevaba marcada al fuego la letra escarlata A.
- Soy un
androide - dijo con voz átona -, como cualquier estúpido podría saber al ver la
letra A en mi frente. Los hombres me llaman Golem.
- ¿Y qué es lo
que le llaman las mujeres?
El androide no
contestó a esta ridícula broma, empujando a Bill a través de la puerta hasta
una amplia sala iluminada con antorchas. Bill dio una mirada, con los ojos
desorbitados, a su alrededor, y trató de escapar, pero el androide estaba
bloqueando la puerta.
- Siéntese - le
dijo a Bill, y este se sentó.
Se sentó entre
la más asombrosa colección de tipos raros, extraños y estrafalarios que jamás
se hubiera reunido. En adición a hombres de aspecto muy revolucionario con
barbas, sombreros negros y pequeñas bombas redondas con largas mechas, y
mujeres revolucionarias con faldas cortas, medias negras, cabello largo,
boquillas, sostenes con las cintas rotas y halitosis, también habían robots
revolucionarios, androides, y un cierto número de cosas extrañas que es mejor
no describir. X estaba sentado tras una mesa de madera de cocina golpeando
sobre ella con la culata de un revólver.
- ¡Orden!
¡Orden! El camarada XC-189-725-PU de la Resistencia Unificada Robot tiene la
palabra. ¡Silencio!
Un gran y muy
mellado robot se puso en pie. Uno de sus tubos oculares había desaparecido.
Miró a la concurrencia con su ojo bueno, hizo la mejor mueca que podía con un
rostro inmóvil, y luego dio un largo trago de aceite de máquina de una lata que
le entregó un delgado y adulador robot barbero.
- Nosotros, los
de R.U.R. - dijo con voz cascada -, conocemos nuestros derechos. Trabajamos
duro y valemos tanto como cualquiera, y más que los desgraciados androides que
dicen que casi son hombres. Todo lo que queremos es igualdad de derechos,
igualdad de derechos...
Le obligaron a
volver a su asiento entre las protestas de una claque de androides que agitaban
sus pálidos brazos como si fuesen un puchero de fideos al fuego. X golpeó de
nuevo pidiendo orden, y casi lo había logrado cuando se produjo una repentina
conmoción en una entrada lateral y alguien se abrió camino hasta la mesa del
orador. Aunque en realidad no era alguien, sino algo; para ser exactos, se
trataba de una caja rectangular de un metro de lado, con ruedas, y repleta de
luces, diales y conmutadores que arrastraba tras de sí un pesado cable que se
desvanecía más allá de la puerta.
- ¿Quién es
usted? - preguntó X, apuntando con recelo su pistola a la cosa.
- Soy el
representante de los computadores y cerebros electrónicos de Helior, unidos en
comité para obtener igualdad de derechos según la ley.
Mientras
hablaba, la máquina escribía las palabras en tarjetas perforadas que surgían en
un rápido torrente, a cuatro palabras por tarjeta. X apartó irritado las
tarjetas de la mesa.
- Esperará su
turno como los demás - dijo.
-
¡Discriminación! - aulló la máquina, en una voz tan alta que las antorchas
parpadearon. Continuó gritando y escupiendo un torrente de tarjetas, en cada
una de las cuales estaba escrita con airadas letras la palabra
¡Discriminación!, así como metros y metros de cinta amarilla en la que estaba
grabado el mismo mensaje. El viejo robot, XC-189-725-PU, se alzó de su silla
con un rechinar de engranajes desgastados y claqueteó hasta el cable blindado
que surgía del representante de los computadores. Sus garras cortadoras
hidráulicas dieron un solo tajo, y el cable quedó segado. Las luces de la caja
se apagaron y el río de tarjetas se secó; el cable cortado se agitó, escupió
algunas chispas por la parte seccionado, y luego se arrastró hacia atrás en
dirección a la puerta, como una monstruosa serpiente, y se desvaneció.
- Orden en la
reunión - dijo X roncamente, y golpeó de nuevo.
Bill se
estrechó la cabeza entre las manos y se preguntó si esto valía los cien pavos
al mes.
Pero cien pavos
al mes era buen dinero, a pesar de todo, y Bill lo ahorró hasta el último
céntimo. Pasaron fáciles y descansados meses en los que asistió regularmente a
las reuniones, y en los que informó regularmente a la C.I.A., y a primeros de
cada uno de ellos encontraba su dinero como relleno de la pasta que
invariablemente escogía para el desayuno. Guardaba los grasientos billetes en
un gato de juguete de goma que halló en un montón de desperdicios, y poco a
poco el gatito creció. La revolución tan solo empleaba una pequeña parte de su
tiempo, y le encantaba su trabajo en el DM de L. Estaba al frente de la
Operación Paquete Sorpresa, y ahora tenía a un equipo de un millar de robots
trabajando a tiempo completo en el empaquetado y envío de bandejas de plástico
a cada planeta de la Galaxia. Pensaba en ello como un trabajo benéfico, y podía
imaginar los emocionados gritos de alegría en el lejano planeta Lejano o en el
distante planeta Distante, cuando el inesperado paquete llegase y el tesoro de
bello, brillante y moldeado plástico cayese estrepitosamente al suelo. Pero
Bill estaba viviendo en un idílico paraíso; y su complacencia bovina fue
cruelmente despedazada un día cuando un robot se le acercó y le susurró al
oído:
- Sic temper
tiranosaurio, pásalo - y luego se alejó.
Era la señal.
¡Iba a comenzar la revolución!
OCHO
Bill cerró la
puerta de su oficina y apretó por última vez en una forma especial sobre
algunos puntos, y el panel secreto se descorrió, abriéndose. Realmente ya no se
descorría, sino que se desplomaba con un tremendo estrépito, y ya lo había
usado tanto durante aquel feliz año como Agente de Saneamiento que hasta cuando
estaba cerrado dejaba pasar una muy perceptible corriente de aire que le daba
en el cogote. Pero ya no sería necesario mantener el secreto: había llegado al
fin la crisis que tanto le había preocupado, y sabía que se acercaban grandes
cambios, fuera cual fuese el resultado de la revolución; y la experiencia le
había enseñado que los cambios siempre eran para empeorar. Con piernas pesadas
e inseguras, trastabilló por las cavernas, tropezó con los herrumbrosos raíles,
vadeó el agua, y dio la contraseña al invisible antropófago que hablaba con la
boca llena, por lo que casi no se le entendía. Alguien, en la excitación del
momento, había dado un santo y seña equivocado. Bill se estremeció; esto era un
mal presagio para el porvenir.
Como de
costumbre, Bill se sentó junto a los robots, buenos y sólidos tipos con una
educación intrínseca, por su construcción, a pesar de sus tendencias
revolucionarias. Mientras X martilleaba pidiendo silencio, Bill se preparó para
la prueba. Durante meses el agente Pinkerton le había estado pidiendo más
información que la simple fecha de las reuniones, temario discutido y número de
asistentes. Insistía en pedir hechos, hechos, hechos, que hiciera algo por
ganarse el dinero.
- Tengo una
pregunta - dijo Bill en voz alta pero temblorosa, mientras sus palabras caían
como bombas en el repentino silencio que siguió al frenético golpear de X.
- No es tiempo
para preguntas - le respondió impacientemente X -. Ha llegado la hora de
actuar.
- No me importa
el actuar - dijo Bill, nerviosamente consciente de que todos los ojos, humanos,
electrónicos y criados en probetas, lo contemplaban -. Pero desearía saber para
quién lo voy a hacer. Nunca nos ha dicho quién va a suceder al Emperador cuando
este haya desaparecido.
- Nuestro líder
es un hombre llamado X, eso es todo lo que necesita saber.
- ¡Pero ese es
también el nombre de usted!
- Al fin está
adquiriendo un rudimento de la Ciencia Revolucionaria. Todos los jefes de
célula son llamados X para confundir al enemigo.
- No sé lo que
le pasará al enemigo, pero a mí sí que me confunde.
- Habla como un
contrarrevolucionario - chilló X, y apuntó el revólver a Bill. Las filas de
atrás se vaciaron cuando todos se apresuraron a salir del campo de tiro.
- ¡No lo soy!
Soy tan buen revolucionario como cualquiera de los presentes... ¡Arriba la
Revolución! - dio el saludo del Partido, con las dos manos agarradas sobre la
cabeza, y se sentó apresuradamente. Todos los demás saludaron a su vez y X,
algo aplacado, apuntó con el cañón de su arma a un gran mapa colgado de la
pared.
- Ese es el
objetivo de nuestra célula: la Planta de Energía Imperial en la Plaza
Chauvinística. Nos concentraremos cerca de ella en pelotones, y luego nos
uniremos para un ataque conjunto a las 0016 horas. No se espera que haya
resistencia, pues la planta no está vigilada. Se les entregarán armas y
antorchas al salir, así como instrucciones impresas sobre la ruta correcta
hasta los puntos de reunión, en beneficio de los desplanados de entre ustedes.
¿Alguna pregunta? - amartilló el revólver, y lo apuntó al encogido Bill. No
hubo preguntas -. Excelente. Nos pondremos en pie, y cantaremos el Himno de la
Gloriosa Revolución.
En un coro
mixto de voces y altavoces mecánicos, cantaron:
Alzaos, oh
prisioneros de la burocracia, Repugnantes obreros de Helior, Alzaos y haced la
Revolución, ¡Con pistolas, pies, puños y garras!
Animados por
este entusiasta y monótono ejercicio, salieron en lentas filas, recogiendo sus
equipos revolucionarios. Bill se metió en el bolsillo las instrucciones
impresas, se echó al hombro su antorcha y el lanzarrayos de pedernal, y se
apresuró una vez más a lo largo de los corredores. Casi no le quedaba tiempo
para el largo viaje que tendría que hacer, y debía de informar previamente a la
C.I.A.
Esto era más
fácil de decir que de hacer, y comenzó a sudar mientras marcaba de nuevo el
número. Era imposible conseguir línea y, o bien las centralitas estaban
ocupadas, o bien los revolucionarios habían comenzado a interferir las
comunicaciones. Suspiró tranquilizado cuando las insolentes facciones de Pinkerton
llenaron por fin la pequeña pantalla.
- ¿Qué pasa?
- He
descubierto el nombre del líder de la revolución. Es un hombre llamado X.
- ¿Y pretende
una prima por eso, estúpido? Esa información está en los archivos desde hace
meses. ¿Algo más?
- Bueno... la
revolución va a comenzar a las 0016 horas, y pensé que le gustaría saberlo.
Esto le
demostrará lo que valgo, pensó. Pinkerton bostezó.
- ¿Eso es todo?
Para su conocimiento, le diré que esa información ya está pasada. No es usted
el único espía que tenemos, aunque probablemente sea el peor. Ahora escuche.
Anótese esto en algún sitio para que no lo olvide. Su célula tiene que atacar
la Planta de Energía Imperial. Vaya con ellos hasta la Plaza, luego busque una
tienda con el letrero JAMONES HEBREOS CONGELADOS, donde estará escondida
nuestra unidad. Vaya allí y preséntese a mí, ¿entiende?
- Afirmativo. -
Se cortó la comunicación, y Bill buscó un trozo de papel de embalar y una
cuerda con los que envolver la antorcha y el lanzarrayos hasta que llegara el
momento de usarlos. Tenía que apresurarse: quedaba poco tiempo para la hora
cero, y la distancia a recorrer era mucha y la ruta muy complicada.
- Casi ha
llegado tarde - le dijo Golem el androide, cuando Bill casi se derrumbó en el
callejón sin salida que era el punto de reunión.
- No me grites,
hijo de probeta - jadeó Bill, rasgando el papel del paquete -. Dame lumbre para
mi antorcha.
Ardió una
cerilla, y en un instante se prendieron y humearon las embreadas antorchas. La
tensión creció mientras el segundero se acercaba a la hora, y los pies se
agitaron nerviosos sobre el pavimento metálico. Bill saltó cuando sonó el agudo
toque de un silbato, y entonces surgieron del callejón en una oleada humana e
inhumana, con un gutural grito surgiendo de gargantas y altavoces, con las
armas dispuestas. Corrieron por pasillos y corredores, con chispas como lluvia
cayendo de sus antorchas. ¡Eso era la revolución! Bill se dejó llevar por la
emoción y la masa de cuerpos, y vitoreó tan enérgicamente como los demás, y
apretó la antorcha primero contra una pared y luego contra una de las sillas de
una acera rodante, lo cual hizo que se apagara, pues todo lo que hay en Helior
o está hecho en metal o es incombustible. No había tiempo de volverla a
encender, y la arrojó a lo lejos cuando surgían a la inmensa plaza que se
hallaba frente a la planta de energía. La mayor parte de las antorchas se
habían ya apagado, pero no las necesitarían, tan solo tendrían que utilizar
ahora sus lanzarrayos de pedernal para volarle las tripas a cualquier sucio
lacayo del Emperador que tratase de interponerse en su camino. Otros grupos
estaban surgiendo de las calles que llevaban a la plaza, uniéndose en una
arrolladora masa ciega que atronaba hacia las tétricas paredes de la estación
de energía.
Un letrero
luminoso que parpadeaba llamó la atención de Bill. Decía: JAMONES HEBREOS
CONGELADOS, y tragó saliva al volverle la memoria. ¡Por Arimán que se había
olvidado de que era un espía de la C.I.A., y había estado a punto de unirse al
ataque a la planta de energía! ¡Aún tenía tiempo de escapar antes de que cayese
el contragolpe! Sudando bastante, comenzó a abrirse camino por entre la
multitud hacia el letrero... luego se halló al borde de la misma y corriendo
hacia la seguridad. No era tarde todavía. Asió la manija y tiró de ella, pero
la puerta no quiso abrirse. Aterrorizado, la giró y agitó hasta que todo el
frontis del edificio comenzó a estremecerse, moviéndose de un lado para otro y
crujiendo. Se lo quedó contemplando en paralizado horror, hasta que un fuerte
siseo le llamó la atención:
- Ven aquí,
estúpido mamón - susurró la voz; y miró, para ver al agente Pinkerton de la
C.I.A. en la esquina del edificio haciéndole señas irritado. Bill siguió al
agente, torciendo la esquina, y encontró allí a una apreciable multitud, y
había sitio bastante para todos porque no había edificio. Ahora Bill podía ver
que el edificio era tan solo un decorado hecho de cartón piedra con una manija
clavada, asegurado por unos soportes de madera a la parte delantera de un
tanque atómico. Un cierto número de soldados con pesadas armaduras y agentes de
la C.I.A., así como un número aún mayor de revolucionarios, estaban agrupados
alrededor de los costados acorazados y de las orugas del tanque. Al lado de
Bill estaba el androide, Golem.
- ¡Usted! - se
atraganto Bill, y el androide arrugó los labios en una cuidadosa y ensayada
mueca despectiva.
-
Naturalmente... lo vigilaba para la C.I.A. No se deja nada al azar en esta
organización.
Pinkerton
estaba mirando a través de un orificio en el falso frontis.
- Creo que
todos los agentes se han puesto ya a salvo - dijo -, pero tal vez deberíamos
esperar algo más. Según las últimas estadísticas, había agentes de sesenta y
cinco grupos de investigación, espionaje y contraespionaje vigilando esta operación.
Esos revolucionarios no tenían ninguna posibilidad...
Desde la planta
aulló una sirena, lo cual era aparentemente una señal preestablecida, pues los
soldados golpearon el decorado de cartón piedra hasta que se soltó y cayó al
suelo.
La Plaza Chauvinística
estaba vacía.
Bueno,
realmente, no estaba vacía. Bill miró bien y vio que todavía quedaba en ella un
hombre; al principio, no lo habla visto. Estaba corriendo en su dirección, pero
se paró con un débil gemido cuando vio lo que estaba escondido tras el
edificio.
- ¡Me rindo! -
gritó, y Bill vio que era el hombre llamado X. Se abrieron las puertas de la
planta de energía y por ellas surgió un escuadrón de tanques lanzallamas.
- ¡Cobarde! -
bufó Pinkerton, echando hacia atrás el seguro de su pistola -. No trate de
escurrir el bulto ahora, X, y al menos muera como un hombre.
- No soy X...
ese es tan solo un nombre falso - se arrancó su falsa barba y bigote para
mostrar un agitado y anodino rostro -. Soy Gill O'Teen, Graduado y Doctor por
la Escuela Imperial de Contraespionaje y Dobleagentismo. Fui encargado de esta
operación, puedo probarlo, tengo documentos. El Príncipe Microcéfalo me pagó
para que destronase a su tío y así pudiese proclamarse él Emperador...
- Me cree
estúpido - cortó Pinkerton, apuntándole con su arma -. El Viejo Emperador,
descanse en paz, murió hace un año, y el Príncipe Microcéfalo es el Nuevo
Emperador. ¡No puede hacer una revolución contra el hombre que lo contrató!
- Nunca leo los
periódicos - gimió O'Teen, alias X.
- ¡Fuego! - ordenó
implacable Pinkerton, y de todos lados cayó una avalancha de proyectiles
atómicos, chorros de llamas, balas y granadas. Bill se echó al suelo y, cuando
alzó la cabeza, la plaza estaba vacía, a excepción de una grasienta mancha y un
poco profundo hueco en el pavimento. Mientras seguía mirando, apareció zumbando
un robot barrendero y absorbió la grasa. Zumbó otro poco, y rellenó el hueco
con un chorro de líquido reparador de un tanque de su interior.
Cuando rodó
alejándose, no quedaba ni rastro de nada.
- Hola, Bill...
- dijo una voz que era tan paralizadoramente familiar que el cabello de Bill se
puso de punta y le quedó como si fuera la cerda de un cepillo. Se giró y vio un
pelotón de PM que estaba allí, y especialmente contempló a la enorme y repugnante
forma del que los mandaba.
- Deseomortal
Drang... - se asombró.
- El mismo.
- ¡Sálveme! -
jadeó Bill, corriendo hacia el agente Pinkerton de la C.I.A. y abrasándose a
sus rodillas.
- ¿Salvarlo? -
rió este, dándole un rodillazo en la mandíbula y echándolo de espaldas -. Yo
soy quien los ha llamado. Muchacho, comprobamos tu historial, y averiguamos que
estás en un buen lío. Hace un año que desertaste del Ejército, y no queremos a
desertores en nuestro equipo.
- Pero trabajé
para usted... le ayudé...
- Llévenselo -
dijo Pinkerton, y le dio la espalda.
- No hay
justicia - gimió Bill, mientras los odiados dedos se clavaban de nuevo en sus
brazos.
- Claro que no
- le dijo Deseomortal -. ¿O es que creías lo contrario?
Se lo llevaron
a rastras.
LIBRO TRES - E=
MC O Al INFIERNO
UNO
- Quiero un
abogado. ¡Tengo que tener un abogado! ¡Sé cuales son mis derechos!
Bill golpeaba
los barrotes de su celda con la jarra mellada en la que le servían su única
comida diaria de pan y agua, gritando a todo pulmón para atraer la atención.
Nadie llegó en respuesta a sus llamadas y finalmente, ronco, cansado y
deprimido, se echó en el nudoso camastro de plástico y se puso a contemplar el
techo metálico. Hundido en su miseria, contempló el gancho durante largos
minutos hasta que finalmente lo vio por primera vez. ¿Un gancho? ¿Para qué
habría allí un gancho? Aún en su apatía le preocupaba, tal y como le preocupaba
el que le hubieran dado un resistente cinturón de plástico con una firme
hebilla para sus pantalones de presidiario. ¿Y quién usa un cinturón en unos
pantalones que forman parte de un mono? Le habían quitado todo lo que llevaba y
le habían entregado tan solo unas zapatillas de papel, un mono arrugado y un
excelente cinturón. ¿Por qué? ¿Y por qué había un sólido gancho rompiendo la
simétrica desnudez del techo?
- ¡Estoy
salvado! - gritó Bill; y saltó hacia arriba, balanceándose en el borde del
camastro y secándose el cinturón. Había un agujero en el refuerzo del extremo
del cinturón que se ajustaba perfectamente al gancho; mientras que, por otra
parte, la hebilla formaba un perfecto nudo corredizo que se ajustaría
maravillosamente a su cuello. Y podría pasárselo por la cabeza, ajustar la
hebilla bajo su oreja, saltar desde el camastro y estrangularse dolorosamente
con los pies a un palmo del suelo. Era perfecto.
- ¡Es perfecto!
- gritó alegremente, y saltó del camastro y corrió en círculos bajo el nudo,
gritando Jauu-jauu-jauu tapándose y destapándose la boca con la mano.
- ¡No estoy
perdido, acabado, terminado y eliminado! ¡Quieren que me mate yo mismo para
facilitarles las cosas!
Esta vez se
echó en la cama sonriendo feliz y tratando de pensar en ello. Tenía que haber
una posibilidad de que pudiera escapar de esto con vida, o no se habrían tomado
este trabajo para asegurarse de que tenía una oportunidad de colgarse él mismo.
¿O acaso estarían jugando una partida doble, haciéndole creer que había
esperanzas cuando no había ninguna? No, eso era imposible. Tenían una buena
serie de atributos: mezquindad, avaricia, irritabilidad, vengatividad,
superioridad, apetencia de poder... la lista era casi interminable, pero de una
cosa estaba seguro: la sutileza no estaba en ella.
Pero, ¿a quién
le estaba echando las culpas? Por primera vez en su vida, Bill se preguntó
quienes serían esos ellos a los que siempre se les echan las culpas. Todo el
mundo los culpaba a ellos de todo, todo el mundo sabía que ellos traían los
problemas. Hasta sabía por experiencia propia como eran ellos. Pero, ¿quién
eran ellos?
Se oyó raspar
una pisada en la parte exterior de la puerta, y cuando miró vio a Deseomortal
Drang contemplándolo con resentimiento.
- ¿Quién son
ellos? - preguntó Bill.
- Ellos son
cualquiera que quiere formar parte de su grupo - le contestó filosóficamente
Deseomortal, haciendo resonar uno de sus colmillos -. Ellos son tanto un estado
mental como una institución.
- ¡No me suelte
esas paparruchadas místicas! Lo que quiero es una respuesta concreta a una
pregunta concreta.
- Estoy
contestándote concretamente - le dijo con toda sinceridad Deseomortal -. Mueren
y son reemplazados, pero la institución de los ellos continúa.
- Lamento haber
hecho esa pregunta - dijo Bill, deslizándose hasta que pudo susurrar por entre
los barrotes Necesito un abogado. Deseomortal, viejo camarada, ¿puede hallarme
un buen abogado?
- Ya nombrarán
un abogado para representarte.
Bill produjo el
sonido más soez que conocía.
- Claro, y
todos sabemos lo que me pasará con uno de esos abogados. Necesito un abogado
que me ayude. Tengo dinero para pagarle...
- Bueno, ¿y por
qué no lo dijiste antes? - Deseomortal se puso sus gafas de montura de oro y
ojeó lentamente las páginas de una pequeña agenda -. Me llevaré un diez por
ciento de comisión por ocuparme de este asunto.
- Afirmativo.
- Bien...
¿quieres un abogado barato y honesto o uno caro y deshonesto?
- Tengo 17.000
pavos escondidos donde nadie puede encontrarlos.
- Tendrías que
habérmelo dicho desde el principio. - Deseomortal cerró la agenda y se la
guardó -. Debieron de sospechar algo de esto, y por eso te dieron el cinturón y
la celda con el gancho. Con esa cantidad de dinero puedes contratar al mejor de
todos.
- ¿Y quién es?
- Abdul
O'Brien-Cohen.
- Mándelo a
buscar.
No habían
pasado más que dos jarras de agua y pan duro cuando se oyeran nuevos pasos en
el corredor y una clara y penetrante voz rebotó en las gélidas paredes.
- Salaam,
muchachón, a fe mía que he pasado un condenado rato para llegar hasta aquí.
- Este es un
caso de consejo de guerra - le dijo Bill al hombre de aspecto ordinario y con
rostro vulgar que se hallaba al otro lado de los barrotes -. No creo que
permitan que intervenga un abogado civil.
- Begorrah,
pueblerino... por voluntad de Alá estoy preparado para cualquier contingencia -
se sacó un enhiesto bigote de engomadas puntas de un bolsillo y se lo pegó al
labio superior. Al mismo tiempo, sacó pecho, y sus hombros parecieron hacerse
más anchos, y un resplandor acerado apareció en su mirada, y su rostro adquirió
una rigidez militar -. Me complace conocerle. Estamos juntos en esto, y quiero
que sepa que no lo abandonaré aunque tan solo sea un soldado.
- ¿Qué pasó con
Abdul O'Brien-Cohen?
- Estoy en la
escala de reserva del Cuerpo Imperial de Leguleyos: el capitán A. C. O'Brien a
su servicio. ¿Se mencionó una suma de 17.000?
- Me llevaré el
diez por ciento de eso - dijo Deseomortal, apareciendo.
Se iniciaron
las negociaciones, que duraron un cierto número de horas. Los tres se
agradaban, se respetaban y desconfiaban mutuamente unos de otros, así que se
establecieron elaborados sistemas de seguridad. Cuando Deseomortal y el abogado
se marcharon, tenían minuciosas instrucciones de como hallar el dinero, y Bill
tenía declaraciones firmadas con sangre y las huellas digitales de los otros
jurando que eran miembros del Partido dedicados a destronar al Emperador. Cuando
regresaron con el dinero, Bill les devolvió las declaraciones tan pronto como
O'Brien le hubo firmado un recibo comprometiéndose a defenderlo en el consejo
de guerra a cambio de la suma de 15.300 pavos. Todo se llevó a cabo en una
forma muy digna y satisfactoria.
- ¿Le gustaría
saber mi versión de los hechos? - preguntó Bill.
- Naturalmente
que no, no tiene nada que ver con las acusaciones. Cuando se alistó en el
Ejército firmó una renuncia a todos sus Derechos Humanos. Pueden hacer lo que
quieran con usted. La única ventaja que tiene es que también ellos son
prisioneros de su propio sistema, y deben regirse por el complejo y
autocontradictorio código de leyes que han edificado durante siglos. Quieren
fusilarlo por desertor, y han preparado una acusación irrebatible.
- ¡Entonces me
fusilarán!
- Quizá, pero
ese es un riesgo que tenemos que correr.
- ¿Tenemos...?
¿Recibirá usted la mitad de los disparos?
- No se haga el
listo cuando hable con un oficial, so cerdo. Confíe en mí, tenga fe, y espere a
que cometan algunos errores.
Después de
esto, solo fue cosa de marcar el tiempo que pasó hasta el juicio. Bill supo que
ya estaba cerca cuando le dieron un uniforme con la insignia de especialista en
fusibles de primera clase en la manga. Luego llegó la guardia marcando el paso,
se abrió la puerta, y Deseomortal le hizo una seña para que saliera. Marcharon
juntos, y Bill sacó todo el placer que pudo de cambiar el paso para hacer
equivocarse a sus guardianes. Pero una vez hubo traspuesto la puerta de la
corte, adoptó una postura marcial y trató de parecer un viejo luchador con sus
medallas tintineando en el pecho. Había una silla vacía al lado de un muy
arreglado, uniformado y militar Capitán O'Brien.
- Así está bien
- le dijo O'Brien -. Siga con el papel de veterano, gáneles en su propio juego.
Se pusieron en
pie cuando entraron los oficiales de la Corte. Bill y O'Brien estaban sentados
a un extremo de una larga mesa de plástico negro, mientras que al otro extremo
de la misma se hallaba el fiscal, un Mayor canoso y de aspecto severo que
llevaba un corsé barato. Los diez oficiales de la Corte se sentaron en el lado
largo de la mesa, desde donde podían mirar ceñudos a la audiencia y a los
testigos.
- Comencemos -
dijo el Presidente de la Corte, un Almirante de la Flota, calvo y regordete,
con la adecuada solemnidad -. Que se inicie el juicio, que se cumpla la
justicia en el más breve plazo, y que se halle culpable al prisionero para que
sea fusilado.
- Protesto -
dijo O'Brien, saltando en pie -. Esos comentarios demuestran prejuicios contra
el acusado, que es inocente hasta que no se pruebe su culpabilidad...
- Se deniega la
protesta - el mazo del Presidente golpeó la mesa -. Se impone una multa de 50
pavos al abogado defensor por interrupción injustificada. El acusado es
culpable, como demostrarán las pruebas, y será fusilado. Se hará justicia.
- Así que van a
jugar de esa manera - murmuró O'Brien entre semicerrados labios -. Puedo
enfrentarme con ellos en cualquier terreno, siempre que conozca las reglas del
juego.
El fiscal ya
había comenzado su intervención inicial con monótona voz:
- ...y por
tanto probaremos que el especialista en fusibles de primera clase Bill
sobrepasó alevosamente el permiso que le había sido concedido oficialmente
durante un período de nueve días, y consiguientemente resistió su arresto y
escapó de quienes pretendían retenerlo, eludiendo con éxito su persecución,
tras lo cual permaneció ausente por un período de más de un año standard, por
lo que consecuentemente es culpable de deserción...
- ¡Culpable
hasta el cuello! - gritó uno de los oficiales de la Corte, un Mayor de
Caballería con el rostro rojizo y un monóculo negro, saltando en pie y haciendo
caer su silla -. Voto culpable... ¡Fusilen a este hijo de madre!
- Estoy de
acuerdo, Sam - aceptó el Presidente, dando un golpecito con su mazo -. Pero
tenemos que fusilarlo según las reglas, así que todavía nos llevará un tiempo.
- Todo eso es
falso - siseó Bill a su abogado -. Los hechos son...
- No se
preocupe por los hechos, Bill, a nadie de aquí le preocupan. Los hechos no
pueden alterar el caso.
- ...y por
consiguiente pedimos la pena máxima: la muerte - dijo finalmente el fiscal,
arrastrándose hasta el fin de su intervención.
- ¿Va a
hacernos perder nuestro tiempo con una intervención, Capitán? - preguntó el
Presidente, fulminando a O'Brien con la mirada.
- Tan solo unas
pocas palabras, si la Corte me permite...
Se produjo una
repentina conmoción entre los espectadores y una mujer desmañada, con una
toquilla sobre la cabeza, aferrando contra su pecho un paquete envuelto en una
manteleta, corrió adelantándose hasta la mesa.
-
Excelencias... - jadeó -, no me quiten a mi Bill, la luz de mi vida. Es un buen
hombre, y todo lo que hizo fue solo por mí y por mi pequeñín - alzó el paquete,
y se pudo oír un débil gemido -. Cada día quería dejarme y regresar a su deber,
pero yo estaba enferma y el niñito estaba enfermo, y le suplicaba con lágrimas
en los ojos que se quedase...
- ¡Sáquenla de
aquí! - la maza golpeó estrepitosamente. -... y él se quedaba, jurando siempre
que sería tan solo por otro día más, sabiendo siempre mi amor que si nos dejaba
íbamos a morir de hambre... - su voz fue apagada por la masa de los PM
uniformados de gala que se la llevaron forcejeando hacia la puerta - ...y
benditas sean sus excelencias si lo liberan, pero si lo condenan, malditos
almas negras, que se pudran sus cuerpos y ardan en el infierno... - se cerró la
puerta y se cortó su voz.
- Borren eso de
los archivos - dijo el Presidente, y le lanzó una airada mirada al abogado defensor
-. Y si creyese que usted tenía algo que ver en este asunto, lo haría fusilar
junto con su cliente.
O'Brien
aparecía como el hombre más inocente, con los dedos sobre el pecho y la cabeza
echada atrás, comenzando un comentario inocente, cuando se produjo otra
interrupción: un viejo se puso en pie en uno de los bancos del público y agitó
sus brazos para llamar la atención.
- Escuchadme,
todos y cada uno de vosotros. La justicia debe de ser cumplida, y yo soy su
instrumento. Había pensado guardar mi silencio y permitir que un hombre
inocente fuera ejecutado, pero no puedo hacerlo. Bill es mi hijo, mi único
hijo, y le rogué olvidara su deber para ayudarme, pues muriéndome como estaba
de cáncer, deseaba verle por última vez, pero él se quedó para cuidarme... - se
vio una lucha cuando los PM asieron al hombre y comprobaron que estaba
encadenado al banco -. Sí, lo hizo, me cocinó gachas y me las hizo comer, y lo
hizo tan bien que poco a poco fui recuperándome hasta que ya me ven ahora, soy
un hombre sano, curado por las gachas cocinadas por mi leal hijo. Y ahora mi
niño tiene que morir porque me salvó, pero esto no será así. Tomad mi pobre
vieja vida inútil a cambio de la suya. - Resopló un cortafríos atómico, y el
viejo fue lanzado por la puerta.
- ¡Ya está bien!
¡Ya es demasiado! - aulló el enrojecido Presidente de la Corte, golpeando con
tal fuerza que rompió el mazo y lanzó los fragmentos por la sala -. Vacíen la
sala testigos. Esta Corte ordena que el resto de espectadores del juicio sea
llevado a través de las normas de la Jurisprudencia sin que sean admitidos ni
testigos ni pruebas - paseó una rápida mirada por sus cómplices, que asintieron
en solemne acuerdo - Por lo tanto, se halla al encausado culpable y será
fusilado tan pronto como puedan arrastrarlo al pabellón de fusilamientos
Los oficiales
de la Corte estaban ya levantándose de sus sillas cuando la lenta voz de
O'Brien los detuvo:
- Naturalmente,
cae dentro de la jurisdicción de esta Corte el resolver la causa en la forma
así prescrita, pero también es necesario citar el Artículo o Precedente en el
cual se basa la decisión.
El Presidente
suspiró y se sentó de nuevo.
- Desearía que
no tratase de ponerse difícil, Capitán.. conoce usted tan bien los Reglamentos
como yo, pero si insiste... Pablo, léaselo.
El Experto
Legal pasó las hojas de un grueso volumen sobre la mesa, encontró el lugar,
señalándolo con el dedo, y comenzó a leer:
- Artículos de
Guerra, Ordenanzas Militares, párrafo, página, etc., etc... sí, aquí está,
párrafo 298-B... Si cualquier soldado de tropa se ausenta de su puesto
designado por un período de más de un año standard, será considerado como
culpable de deserción aunque se halle ausente en el juicio, y su castigo será
una muerte dolorosa.
- Eso parece
bastante claro. ¿Alguna otra pregunta. - inquirió el Presidente.
- No hay
preguntas, pero me gustaría citar un precedente - O'Brien había colocado frente
a sí un alto montón de libros y estaba leyendo del de más arriba -. Aquí está:
el soldado Acuclillado Lüvening contra el Cuerpo Aéreo del Ejército de los
Estados Unidos, en Texas 1944. Se dice aquí que Lüvening permaneció ausente de
su puesto durante catorce meses, y entonces fue descubierto en un escondrijo
sobre el techo del comedor, de donde descendía tan solo a altas horas de la noche
para comer y beber lo que hallaba en la despensa y para descargar sus tripas.
Como no había abandonado la base, no se le pudo considerar desertor ni ausente
de su destino, y tan solo se le pudo dar un leve castigo disciplinario.
Los oficiales
de la corte se habían sentado de nuevo y estaban contemplando al Experto Legal,
que estaba pasando a toda prisa las páginas de sus propios libros. Finalmente,
emergió de entre ellos con una sonrisa y una referencia.
- Todo eso es correcto, Capitán, excepto por el hecho de que el acusado de este caso sí se ausentó de su punto de destino: el Cuartel de Tránsito para Tropa, y permaneció errante por el planeta Helior.
- Todo eso es
correcto, caballero - contestó O'Brien, tomando otro grueso volumen y
agitándolo por sobre su cabeza -. Pero en el caso de Arrastrado contra el
Cuerpo Naval Imperial de Acomodaciones, en Helior 8832, se aceptó a fines de
definición legal que el planeta Helior sería considerado como la ciudad de
Helior, y que la ciudad de Helior sería considerada como el planeta Helior.
- Todo lo cual
es indudablemente cierto - interrumpió el Presidente -, pero totalmente fuera
de lugar. No tiene relación con el presente caso, y le ruego que se apresure,
Capitán, puesto que tengo un compromiso para ir a jugar al golf.
- Podrá estar
jugando dentro de diez minutos, señor, si acepta ambos precedentes. Entonces,
introduciré un último documento, una proclama redactada por el Almirante de la
Flota Marmoset...
- ¡Pero si ese
soy yo! - boqueó el Presidente.
- ...al inicio
de las hostilidades con los Chingers, cuando la ciudad de Helior fue puesta
bajo ley marcial y considerada como un único establecimiento militar en todo su
conjunto.
Por
consiguiente, someto a la decisión de la Corte el hecho de que el acusado es
inocente del delito de deserción porque no salió de este planeta, y por
consiguiente nunca abandonó esta ciudad, y por consiguiente jamás salió del
puesto al que estaba destinado.
Cayó un pesado
silencio, que fue finalmente roto por la preocupada voz del Presidente cuando
se volvió hacia el Experto Legal:
- ¿Es cierto lo
que dice este cochino, Pablo? ¿No podemos fusilar al tío ese?
El Experto
Legal estaba sudando copiosamente mientras rebuscaba enfebrecido por sus textos
legales, hasta apartarlos finalmente y contestar con voz amargada:
- Es lo
bastante exacto, y no hay forma de escaparnos de ello. Ese maldito pisaverde
judeoárabeirlandés nos tiene cogidos. El acusado es inocente de los cargos que
se le imputan.
- ¿No habrá
ejecución...? - preguntó uno de los oficiales de la Corte con una voz aguda y
entrecortado; y otro, más viejo, dejó caer la cabeza entre sus brazos y comenzó
a sollozar.
- Bueno, pero
no se va a escapar tan fácilmente - dijo el presidente, haciendo una mueca
hacia Bill -. Si el acusado estuvo en su puesto durante el pasado año, entonces
tenía que haber estado de servicio. Y, durante ese año, durmió. Lo que
significa que durmió estando de servicio. Por consiguiente, lo condeno a
trabajos forzados en una prisión militar por un período de un año y un día, y
ordeno que sea degradado a especialista en fusibles de séptima clase.
Arránquenle los galones y llévenselo; me esperan en el campo de golf.
DOS
La prisión de
tránsito era un edificio provisional hecho de planchas de plástico atornilladas
a torcidos marcos de aluminio, y estaba en el centro de un gran cuadrilátero.
PM con átomorifles con las bayonetas casadas hacían la ronda alrededor del
perímetro de seis alambradas electrificadas. Se abrieron las puertas múltiples
por control remoto, y el robotesposador que lo había llevado hasta allí lo
arrastró a través de ellas. Esta condenada máquina consistía en un robusto y
macizo cubo de una altura que le llegaba hasta las rodillas y que rodaba sobre
ruidosas orugas. De su parte superior surgía una barra terminada en unas
esposas. Bill estaba encadenado a ellas. Era imposible escapar, pues si se
intentaba forzar cualquier parte del robot este hacía estallar, sádicamente,
una minibomba atómica que llevaba en su interior, volándose junto con su
prisionero, así como cualquier otra persona que se hallase en los alrededores.
Una vez dentro del edificio, el robot se detuvo, y no protestó cuando el
Sargento de Guardia abrió las esposas. Tan pronto como fue soltado su
prisionero, la máquina rodó, desvaneciéndose en su perrera.
- De acuerdo,
chico listo, ahora estás a mi cargo, y eso significa que tendrás problemas - le
espetó el Sargento a Bill. Tenía la cabeza rapada, una mandíbula amplia y
cubierta de cicatrices, y ojos pequeños y juntos en los que ardía la
consumidora llama de la estupidez.
Bill cerró sus
propios ojos hasta que no fueron más que rendijas y lentamente alzó su brazo
izquierdo/derecho, flexionando el bíceps. El músculo de Tembo se hinchó y
partió la delgada manga de la chaqueta de presidiario con un sonido rasgante.
Luego, Bill señaló la cinta del Dardo Púrpura que llevaba clavada en el pecho.
- ¿Sabe como me
gané esto? - preguntó con una cortante voz átona -. La obtuve matando con mis
propias manos trece chingers en el interior de una casamata contra la que me
habían mandado. Y estoy ahora aquí porque después de matar a los chingers
regresé a matar al sargento que me había enviado contra ella. Así que... ¿de
qué problemas hablaba, sargento?
- Si no me
buscas problemas, yo no te los buscaré a ti - chirrió el Sargento de Guardia
mientras se alejaba -. Estás en la celda 13, justo ahí arriba... - se detuvo
repentinamente y comenzó a comerse todas las uñas de una mano al mismo tiempo,
con un sonido masticante. Bill le lanzó una buena mirada asesina, para acabar de
redondear la cosa, y luego se giró y subió arriba.
La puerta del
número 13 estaba abierta, y Bill contempló la estrecha celda, mal iluminada por
la luz que se filtraba a través de las paredes translúcidas de plástico. La
litera de dos pisos casi ocupaba todo el espacio, dejando tan solo un estrecho
pasadizo a un lado. En la parte opuesta habían dos maltrechas taquillas
atornilladas a la pared, que, junto con el pintado mensaje: SED LIMPIOS, NO
OBSCENOS: LA PALABRA SOEZ AYUDA AL ENEMIGO, completaban el mobiliario. Un
hombrecillo de rostro puntiagudo y ojos saltones yacía en la litera inferior,
mirando fijamente a Bill. Este le devolvió la mirada y frunció el ceño.
- Adelante,
sargento - le dijo el hombrecillo, mientras se subía por el soporte hasta la
litera de arriba -. Te he estado guardando la litera de abajo, seguro que sí.
Mi nombre es Negrillo y estoy cumpliendo una condena de diez meses por decirle
a un segundo teniente que se fuera a...
Terminó la
frase con un tono interrogativo que Bill ignoró. Le dolían los pies. Se sacó a
tirones las botas púrpura y se tendió sobre la colchoneta. La cabeza de
Negrillo apareció por el borde de la litera, semejante a un roedor contemplando
el paisaje.
- Falta aún
mucho para el rancho... ¿qué te parecería una Trotamburguesa? - al lado de la
cabeza apareció una mano que le pasó un brillante paquete a Bill.
Tras
contemplarlo con recelo, Bill tiró de la cinta selladora en el extremo del
envoltorio de plástico. Tan pronto como el aire se introdujo y entró en
contacto con el forro combustible, la hamburguesa comenzó a humear, y al cabo
de tres segundos estaba en su punto. Alzando el pan, Bill le puso catchup de un
pequeño bolsillo situado al otro extremo del envoltorio, y le dio un dubitativo
bocado. Era estupenda y jugosa carne de caballo.
- Esta vieja
yegua gris sigue sabiendo tan bien como siempre - dijo Bill con la boca llena
-. ¿Cómo consigues meterlas aquí dentro?
Negrillo sonrió
e hizo un guiño teatral.
- Contactos -
dijo -. Me las traen, todo lo que tengo que hacer es pedirlas. No entendí bien
tu nombre...
- Bill - la
comida había apaciguado su pésimo humor. - Un año y un día por dormirme estando
de servicio. Me iban a fusilar por desertor, pero tenía un buen abogado. Y esa
era una buena hamburguesa. Lástima no tener nada con que pasarla.
Negrillo sacó
una botellita marcada JARABE PARA LA TOS Y se la pasó a Bill:
- Especialmente
preparado para mí por un amigo enfermero. Mitad alcohol de quemar y mitad éter.
- ¡Gulppp! -
dijo Bill, limpiándose las lágrimas tras haberse tragado media botella. Se
sentía casi en paz con el mundo -. Eres un buen compañero, Negrillo.
- Puedes estar
seguro - le dijo Negrillo ansiosamente -. Y nunca es malo tener compañeros en
el Ejército, la Marina o las Fuerzas Espaciales, en cualquier parte. Eso lo
sabe bien el viejo Negrillo, seguro. ¿Tienes buenos músculos, Bill?
Bill flexionó
lentamente los músculos de Tembo.
- Eso es algo
que a mí me gusta ver - dijo admirado Negrillo -. Con tus músculos y mi cerebro
podremos apañárnoslas de maravilla...
- ¡Yo también
tengo cerebro!
- ¡Relájalo!
Dale un respiro, mientras yo pienso por los dos. He servido en más ejércitos
que días hayas pasado tú en este. Obtuve mi primera medalla a las órdenes de
Aníbal, por la herida de aquí - señaló una blanca cicatriz del dorso de su mano
-. Pero me di cuenta de que llevaba las de perder y me pasé a los chicos de
Rómulo y Remo mientras era tiempo. He estado aprendiendo desde entonces, y
siempre logro salir con bien. Vi de donde soplaba el viento y comí un trozo del
jabón de la lavandería y así estuve malo la mañana de Waterloo, y te aseguro
que no me supo mal perderme aquello. Vi como se estaba preparando algo similar
en el Somme... ¿o era Ypres?; me olvido de algunos de los antiguos nombres; así
que masqué un cigarrillo, y me lo puse en el sobaco, y así logré tener fiebre y
también me perdí aquel espectáculo. Siempre hay una forma en que escaparse, ese
es mi lema.
- Nunca he oído
hablar de esas batallas. ¿Fueron contra los chingers?
- No, mucho
antes, muchísimo antes. Guerras y guerras antes.
- Eso
significaría que eres muy viejo, Negrillo. Y no pareces muy viejo.
- Soy realmente
viejo, pero normalmente no se lo digo a la gente porque se ríen de mí. Pero me
acuerdo de haber visto construir las pirámides, y aún recuerdo el repugnante
rancho que nos daban en el ejército asirio, y la vez que le ganamos a la tribu
de Wug cuando trataron de entrar en nuestra caverna, a base de echarles piedras
encima.
- Eso suena a
una sarta de trolas - dijo cansinamente Bill, vaciando la botella.
- Ajá, eso es
lo que me dicen todos, y por eso ya no cuento las viejas historias. No me creen
ni cuando les muestro mi amuleto - le mostró un pequeño triángulo blanco con un
borde irregular -. El diente de un pterodactilo. Se lo volé con una pedrada de una
honda que acababa de inventar...
- Parece un
trozo de plástico.
- ¿Entiendes
ahora? Es por eso por lo que ya no cuento las viejas historias. Simplemente, me
voy reenganchando y sigo la corriente...
Bill se sentó y
se quedó con la boca abierta.
- ¡Reengancharse!
Pero eso es un suicidio...
- Ni hablar. En
una guerra, el sitio más seguro es el Ejército. A los imbéciles de primera
línea les vuelan los culos a tiros y a los civiles de retaguardia se los vuelan
a bombazos, pero los tíos de enmedio viven completamente seguros. Se necesitan
30, 50 o quizá hasta 70 tipos en medio para suministrar a cada uno de los de
primera línea. Una vez aprendes a ser un buen archivero ya estás a salvo.
¿Quién ha oído hablar de que disparen contra un archivero? Yo soy un excelente
archivero. Pero eso solo en tiempo de guerra. En tiempo de paz, cuando se
equivocan y hay paz por un tiempo, es mejor estar con las tropas de combate.
Tienen mejor comida, permisos más largos, y bien poco más que hacer. Viajan
mucho.
- ¿Y qué pasa
cuando comienza una guerra?
- Conozco 735
formas distintas de que me lleven al hospital.
- ¿Me enseñarás
un par? - dijo Bill.
- Haría
cualquier cosa por un compañero. Ya te las enseñaré por la noche, después de
que nos hayan traído el rancho. Y el guardián que lo trae está siendo difícil
acerca de un pequeño favor que le pedí. ¡Muchacho, cómo me gustaría que se le
partiese un brazo!
- ¿Qué brazo? -
Bill chascó sus nudillos con un fuerte sonido.
- El que
quieras.
La Prisión
Plasticasa era un centro de tránsito en donde guardaban a los prisioneros que
llevaban de un lugar a otro. En ella se vivía una vida fácil y relajada que era
disfrutada tanto por los guardianes como los prisioneros, sin que nada
estropeara el tranquilo discurrir de los días. Había habido un guardián nuevo,
un tipo verdaderamente ansioso que venía de la Guardia Nacional Territorial,
pero tuvo un accidente mientras servía las comidas y se rompió un brazo. Hasta
los otros guardianes se habían alegrado de verlo partir. Más o menos una vez a
la semana se llevaban a Negrillo con una guardia armada a la Sección de
Archivos de la base, donde estaba falsificando documentos para un teniente
coronel que era muy activo en el mercado negro y quería llegar a millonario
antes de retirarse. Mientras trabajaba en los archivos, Negrillo hacia que los
guardianes de la prisión recibiesen promociones no merecidas, tiempo libre
extra y primas en metálico por medallas inexistentes. Como resultado, Bill y
Negrillo comían y bebían muy bien, y engordaron. Todo era muy pacífico hasta el
día en que Negrillo regresó de una sesión en los archivos y despertó a Bill.
- Buenas
noticias - le dijo -: nos largamos.
- ¿Y qué hay de
bueno en eso? - preguntó Bill, molesto porque lo hubieran despertado y aún
medio trompa de la borrachera de la tarde anterior -. Me gusta este lugar.
- Pero pronto
se iba a poner mal para nosotros. El coronel me mira de mala manera, y creo que
piensa enviarnos al otro extremo de la Galaxia, donde se lucha en serio. Pero
no pensará hacerlo hasta la semana próxima, cuando acabe de arreglarle los
libros, así que he preparado unas órdenes secretas para que seamos enviados
esta semana a Tabes Dorsalis, donde están las minas de cemento.
- ¡El Mundo
Polvoriento! - gritó roncamente Bill, y agarró a Negrillo por el cuello,
agitándolo -. Una mina de cemento que ocupa todo un mundo, y en donde la gente
muere de silicosis a las pocas horas. Es el lugar más infecto del Universo...
Negrillo logró
soltarse y escapar al otro extremo de la celda.
- ¡Alto! - se
atraganto -. ¡No te precipites! ¡Cierra la tapa de tu buzón y mantén seca la
pólvora! ¿Te crees que iba a enviarnos a un sitio así? Eso es lo que muestran
en los programas de la tele, pero yo sé la verdad. Si trabajas en las minas de
cemento, de acuerdo, las cosas no están muy bien. Pero tienen una enorme base
llena de oficinistas y similares, y usan a prisioneros en libertad provisional
en la sección móvil porque no tienen bastantes tropas. Cuando estaba trabajando
en los archivos cambié tu clasificación de especialista en fusibles, que es un
trabajo suicida, a conductor, y aquí tienes tu carnet de conducir que te
autoriza para hacerlo con cualquier cosa, desde un monociclo hasta un tanque
atómico de 89 toneladas. Así que tendremos trabajos fáciles y, además, toda la base
cuenta con acondicionamiento de aire.
- Pero se
estaba bien aquí - se quejó Bill, mirando ceñudo la tarjeta de plástico que
certificaba su aptitud en el manejo de una serie de extraños vehículos que en
muchos casos ni conocía de vista.
- Las cosas
vienen y van, pero son todas iguales - dijo Negrillo, empaquetando un pequeño
equipaje.
Comenzaron a
darse cuenta de que algo andaba mal cuando la columna de prisioneros fue
aherrojada y encadenada con argollas y esposas, y arrastrada hasta el
transporte espacial por un pelotón de PM de combate.
- ¡Movéos! -
gritaban -. Ya tendréis tiempo de relajaros cuando lleguemos a Tabes Dorsalgia.
- ¿Adónde
vamos? - se atraganto Bill.
- Ya me oíste;
salta, so mamón.
- Me dijiste
Tabes Dorsalis - le rezongó Bill a Negrillo, que estaba delante suyo en la
cadena -. Tabes Dorsalgia es la base en Veniola donde hay los peores
combates... ¡vamos a la lucha!
- Un error de
escritura - suspiró Negrillo -. Uno no puede ganar siempre.
Evitó la patada
que le lanzó Bill, y luego esperó pacientemente mientras los PM lo dejaban sin
sentido con sus porras y los arrastraban a bordo.
TRES
Veniola... un
mundo neblinoso de horrores innombrables arrastrándose en su órbita alrededor
de la macabra estrella verde Hernia como algún repugnante monstruo estelar
recién salido del pozo de la nada. ¿Qué secretos se ocultan entre sus nieblas
eternas? ¿Qué horrores sin nombre ondulan y se estremecen en sus tenebrosas
ciénagas y oscuros lagos sin fondo? Enfrentados con los inenarrables terrores
de este planeta, los hombres se vuelven locos antes que enfrentarse con lo
inenfrentable. Veniola... mundo de pantanos, el cubil de los repugnantes e
inimaginables venianos...
Hacía calor,
había humedad y hedía. La madera de las recién construidas chozas estaba ya blancuzca
y comenzaba a pudrirse. Uno se sacaba los zapatos y, antes de que llegasen al
suelo, los hongos ya crecían en su interior. Una vez en el campamento, les
quitaron las cadenas, ya que no había ningún lugar al que pudieran escapar los
trabajadores forzados, y Bill buscó a Negrillo mientras los dedos del brazo
derecho de Tembo se abrían y cerraban como hambrientas bocas. Entonces recordó
que Negrillo le había hablado a uno de los guardianes cuando estaban saliendo
de la nave y le había pasado algo, y un poco después lo habían liberado de la
hilera y se lo habían llevado. En aquel momento ya debía de estar dirigiendo la
sección de archivos, y mañana viviría en los alojamientos de las enfermeras.
Bill suspiró y dejó que todo aquello se fuera de su mente, ya que era tan solo
otro factor antagónico sobre el que no tenía control, y se dejó caer en la
litera más próxima. Instantáneamente, un zarcillo surgió veloz de una grieta en
el suelo, dio tres vueltas a la litera, atándolo sólidamente contra ella, y
clavó once pequeños tentáculos en su pierna, comenzando a chuparle la sangre.
- ¡Uggggg! - se
esforzó Bill contra la presión de la cosa verde que le ahogaba.
- Nunca te
acuestes sin un cuchillo en la mano - le dijo un delgado y amarillento
sargento, mientras pasaba a su lado con su propio cuchillo y segaba el zarcillo
por donde surgía de las planchas del suelo.
- Gracias,
sargento - dijo Bill, desenredando los anillos y tirando el vegetal por la
ventana.
De repente, el
sargento comenzó a vibrar como un alambre en tensión al que se le da un
pellizco y se desplomó al pie de la litera de Bill.
- Bo...
bolsillo... camisa... pipipíldoras... - tartamudeó por entre castañeteantes
dientes. Bill sacó una caja de píldoras del bolsillo del sargento y le
introdujo algunas en la boca. La vibración se detuvo y el hombre se desplomó
contra la pared, más chupado y amarillo que antes e inundado en sudor.
- Ictericia y
fiebre de los pantanos y filariasis galopante, nunca sé cuando me dará un
ataque, es por eso por lo que no pueden devolverme al combate, pues no puedo
aguantar un arma. Yo, el Sargento Primero Ferkel, el mejor de los malditos
lanzallameros de los Kortacuellos de Kirjassoff, y aquí me tienen haciendo de
niñera en un campo de trabajos forzados. ¿Y crees que me molesta? Pues no, me
hace feliz, y la única otra cosa que me haría más feliz sería que me sacasen de
este maldito pozo de letrina del tamaño de un planeta.
- ¿Cree que el
alcohol le haría daño en sus condiciones? - le preguntó Bill, pasándole una
botella de jarabe para la tos -. ¿Van mal las cosas por aquí?
- No solo no me
hará daño sino que... - se oyó un profundo gorgoteo,. y cuando el sargento
habló de nuevo su voz era más ronca pero más fuerte -. Mal no es la palabra
adecuada. El luchar con los chingers ya es malo de por sí, pero en este planeta
tienen a los nativos, los venianos, de su parte. Esos venianos son como
lagartijas acuáticas mohosas y tienen apenas la bastante inteligencia como para
aguantar un arma y oprimir el gatillo, pero este es su planeta, y ahí en los
pantanos son la misma muerte personificada. Se esconden bajo el barro, y nadan
bajo el agua, y saltan desde los árboles, y todo el planeta está repleto de
ellos. No tienen fuentes de aprovisionamiento, ni divisiones organizadas, ni
mandos, tan solo luchan. Si uno se muere, los demás se lo comen. Si uno es
herido en la pierna, los demás se la comen y le crece otra nueva. Si uno de
ellos se queda sin munición o dardos venenosos o lo que sea, simplemente nada
un centenar de kilómetros hasta su base, carga y regresa al combate. Llevamos
aquí luchando tres años, y ahora controlamos un centenar de kilómetros
cuadrados de territorio.
- Un centenar,
eso suena a mucho.
- Pero solo a
un estúpido como tú. Eso son diez por diez kilómetros, y tal vez sean dos kilómetros
cuadrados más de lo que capturamos en los primitivos aterrizajes.
Se oyó un
chapoteo de cansados pies, y unos agotados y embarcados hombres comenzaron a
arrastrarse al interior de las chozas. El Sargento Ferkel se alzó
trabajosamente y le dio un largo soplido a su silbato.
- De acuerdo,
los nuevos, oíd esto. Habéis sido asignados a la escuadra B que ahora está
formándose, escuadra que irá al pantano y acabará la tarea que estos insolentes
cebollones de la escuadra A han comenzado esta mañana. Trabajaréis como los
buenos allá afuera. No voy a apelar a vuestra lealtad, vuestro honor y vuestro
sentido del deber... - sacó su pistola atómica de la funda y abrió de un tiro
un boquete en el techo, por el que de inmediato comenzó a gotear la lluvia -.
Tan solo voy a apelar a vuestro instinto de supervivencia, porque a todo aquel
que se escabulla, se haga el remolón o no dé todo de sí, le volaré la tapa de
los sesos. Ahora, afuera.
Con los dientes
desnudos y las manos temblando, parecía lo bastante enfermo y de mala uva como
para hacerlo. Bill y el resto de la escuadra B se apresuraron a salir bajo la
lluvia y a formar filas.
- Coged las
hachas, coged los picos, sacad el uranio - rugió el cabo de la guardia armada
mientras se peleaban con el barro camino de la puerta de la empalizada. La
escuadra de forzados, llevando sus herramientas, iba en el centro, mientras que
la guardia armada iba en la parte exterior. La guardia no estaba allí para
impedir que algún prisionero escapase, sino para darles una relativa protección
contra el enemigo. Se arrastraron lentamente a lo largo del sendero de árboles
abatidos que serpenteaba por el pantano. De pronto, se oyó un silbido en lo
alto y pasaron relampagueantes transportes pesados.
- Hoy tenemos
suerte - dijo uno de los prisioneros más veteranos -, envían la infantería
pesada otra vez. No sabía que les quedase alguna.
- ¿Quieres
decir que capturarán más territorio? - preguntó Bill.
- Ni hablar,
todo lo que consiguen es que los maten. Pero, mientras los aniquilan, nos
presionarán menos y tal vez podamos trabajar sin perder demasiados hombres.
Sin que se lo
ordenasen, se detuvieron todos para mirar como la infantería pesada caía como
lluvia en los pantanos de enfrente... y se desvanecía con la facilidad de las
gotas de agua. De tanto en tanto se oía un «buum» y se veía un resplandor
cuando una bomba atómica mediana estallaba, atomizando posiblemente algunos
venianos, pero habían billones de enemigos esperando su turno. A lo lejos
chasquearon las armas cortas y restallaron las granadas. Luego vieron como por
sobre los árboles se aproximaba una rebosante e insegura figura. Era un infante
pesado con su escafandra acorazada y casco hermético, con bombas atómicas y
granadas sujetas por todas partes, un verdadero polvorín andante, o mejor dicho
saltante, ya que con toda la chatarra que llevaba encima no habría podido
caminar ni por una carretera asfaltada, por lo que se movía a saltos, usando
dos cohetes atornillados a sus caderas. Sus saltos se hacían más y más bajos a
medida que se acercaba. Cayó a unos cincuenta metros o así de distancia y se
hundió lentamente hasta la cintura en el pantano, mientras sus cohetes siseaban
al tocar el agua. Luego saltó de nuevo, mucho menos esta vez, con sus cohetes
disparando en falso y apagándose, y lanzó el casco por el aire.
- Hey, chicos -
dijo -. Los malditos chingers me dieron en el tanque de combustible. Casi se me
han apagado los cohetes, no puedo saltar mucho más. ¿Verdad que le echaréis una
mano a un compañero...? - golpeó el agua con un gran salpicón.
- Sal de ese
traje de lata y te sacaremos - le gritó el cabo de la guardia.
- ¿Estás
mochales? - gritó el soldado -. Lleva una hora el meterse o salir de esta cosa.
Disparó sus
cohetes, pero estos tan solo hicieron puffff y se levantó un palmo en el agua,
para caer de nuevo.
- ¡Se acabó el
combustible! ¡Ayudadme, bastardos! ¿Es que estamos en la
semana-de-joder-al-compañero...? - aulló, y luego se hundió, hasta que su
cabeza estuvo bajo el agua y se vieron unas pocas burbujas y luego nada más.
- Siempre
estamos en la semana-de-joder-al-compañero - dijo el cabo -. ¡Poned en marcha
la columna! - ordenó, y se arrastraron hacia adelante -. Esos trajes pesan una
tonelada y media, se hunden como el plomo.
Si este era un
día tranquilo, Bill no deseaba ver uno ajetreado. Como todo el planeta Veniola
era un pantano, no se podían realizar avances hasta que no se construía una
ruta. Los soldados en solitario podían penetrar algo más allá del camino, pero
para los suministros o el equipo y hasta para los hombres muy armados se
necesitaba un camino. Por tanto, los forzados estaban construyendo un camino de
árboles abatidos. En primera línea.
Los disparos de
los átomorifles hacían hervir el agua a su alrededor, y los dardos venenosos
caían tan densamente como las hojas de los árboles. Los ataques y contraataques
de los dos lados eran constantes mientras los prisioneros cortaban árboles, los
descortezaban y los ataban, para hacer avanzar la ruta unos centímetros más.
Bill descortezó y taló y trató de ignorar los alaridos de los cuerpos que
caían, hasta que comenzó a hacerse de noche. La escuadra, ahora mucho más
reducida, marchó de regreso en el atardecer.
- Al menos
avanzamos 30 metros esta tarde - le dijo Bill al prisionero veterano que
marchaba a su lado.
- Eso no significa
nada. Los venianos vienen nadando por la noche y se llevan los troncos.
Instantáneamente,
Bill tomó la decisión de largarse de allí.
- ¿Tienes algo
más de ese zumo de la alegría? - le preguntó el Sargento Ferkel cuando Bill se
desplomó en su litera y comenzó a desprenderse parte del barro de las botas con
la hoja de su cuchillo. Antes de responderle, le dio un rápido tajo a una
planta que salía por entre las planchas del suelo.
- ¿Cree que
podría perder un momento en darme unos consejos, sargento?
- Soy una
fluida fuente de consejos una vez tengo lubrificada la garganta.
Bill se sacó
una botella del bolsillo.
- ¿Cómo sale
uno de este equipo? - le preguntó.
- Uno hace que
lo maten - le contestó el sargento mientras se llevaba la botella a los labios.
Bill se la
arrebató.
- Eso lo sabía
sin su ayuda - resopló.
- Bueno, pues
eso es todo lo que vas a saber sin mi ayuda - resopló en respuesta el sargento.
Sus narices se
tocaban y se gruñían desde lo más hondo de sus gargantas. Habiendo probado lo
valientes que eran los dos y como sabían demostrarlo, se relajaron, y el
Sargento Ferkel se echó hacia atrás mientras Bill suspiraba y le pasaba la
botella.
- ¿Qué tal si
me diera un trabajo en la furrielería? - preguntó Bill.
- No tenemos
furrielería. No tenemos oficina. Todo el mundo muere más pronto o más tarde
aquí, así que, ¿para qué preocuparse en llevar archivos?
- ¿Y si le
hieren a uno?
- Lo envían al
hospital, lo ponen bueno, lo devuelven aquí.
- ¡Solo queda
el amotinarse! - chilló Bill.
- No nos valió
las últimas cuatro veces que lo intentamos. Simplemente se llevaron las naves
de suministro y no nos dieron víveres hasta que aceptamos volver a combatir. La
química de este lugar está mal, y toda la comida del planeta es puro veneno
para nuestros metabolismos. Un par de chicos lo comprobaron por las malas.
Cualquier motín que quiera tener posibilidades de éxito ha de conseguir
capturar las bastantes naves como para escapar del planeta. Si tienes alguna
idea de como hacerlo, te pondré en contacto con el Comité Permanente de
Motines.
- ¿No hay forma
alguna en que salir de aquí?
- Ya te humm a
esto humm... - le dijo Ferkel, y se desplomó borracho como una cuba.
- Ya lo veré
por mí mismo - dijo Bill, mientras le sacaba la pistola de su funda al sargento
y luego se deslizaba por la puerta trasera.
Reflectores
blindados iluminaban las posiciones avanzadas, enfrentadas al enemigo, y Bill
se dirigió en el sentido opuesto, hacia el distante resplandor de los cohetes
aterrizando. El terreno pantanoso estaba moteado por barracones y almacenes,
pero Bill se mantuvo alejado de ellos porque estaban todos guardados, y los
guardianes tenían el disparo fácil. Disparaban contra todo lo que veían, contra
todo lo que oían, y si no veían o oían nada disparaban de vez en cuando, de todas
formas, para mantenerse alta la moral. Las luces brillaban fuertes al frente, y
Bill reptó sobre su estómago para atisbar por encima de una mata a una alta
verja iluminada por reflectores y protegida por alambres de espino que se
extendía en ambas direcciones hasta perderse de vista.
Un disparo de
un átomorifle quemó un boquete en el barro a un metro tras él, y un reflector
giró, enmarcándolo en su destello.
- Saludos de su
oficial de mando - atronó una voz amplificada desde los altavoces de la verja -.
Esta es una grabación. Está usted tratando de salir de la zona de combate para
entrar en la zona restringida al mando. Esto está prohibido. Su presencia ha
sido detectada por maquinaria automática y estos mismos dispositivos tienen
ahora apuntado un cierto número de armas contra usted. Dispararán en sesenta
segundos si no se marcha. ¡Sea patriota! Cumpla con su deber. ¡Muerte a los
chingers! Cincuenta y cinco segundos. ¿Le gustaría que su madre supiese que su
hijo es un cobarde? Cincuenta segundos. Su Emperador ha gastado un capital en
su entrenamiento, ¿es esa la forma de pagárselo? Cuarenta y cinco segundos...
Bill maldijo y
disparó contra el altavoz más próximo, pero los restantes a lo largo de la
valla continuaron sonando con la voz. Se dio la vuelta y volvió por donde había
venido.
Cuando se
acercaba a su choza, evitando la parte delantera para no arriesgarse al fuego
de los nerviosos guardianes del complejo, se apagaron todas las luces. Al mismo
tiempo sonaron disparos y explosiones por todas partes.
CUATRO
Algo se deslizó
cerca por el barro, y el dedo de Bill se contrajo espontáneamente sobre el
gatillo, disparando. Al breve resplandor atómico vio los humeantes restos de un
veniano muerto, así como un gran número de venianos vivos chapoteando al ataque.
Bill se zambulló a un lado al momento, de forma que los disparos que le
hicieron en contestación no le alcanzaron, y huyó en la dirección opuesta. Tan
solo pensaba en salvar el pellejo, y lo hizo escapando de los disparos y de los
enemigos que le atacaban tan lejos como pudo. El que lo hiciera en la dirección
en que no había sendero, metiéndose en el pantano, fue algo que no se detuvo a
considerar en aquel momento. Sobrevive, le gritaba su arrugado y empequeñecido
ego, y él corría.
El correr se
hizo más difícil cuando el suelo se transformó en barro, y aún más cuando el
barro dejó paso al agua abierta. Tras chapotear desesperadamente por un tiempo
interminable, Bill llegó a más barro. Ya le había pasado el primer momento de
histeria, el combate era tan solo un lejano murmullo en la distancia, y estaba
exhausto. Se dejó caer sobre una masa de barro, e instantáneamente unos agudos
dientes se le clavaron profundamente en las nalgas. Chillando roncamente,
corrió hasta chocar con un árbol. No iba lo bastante aprisa como para hacerse
mucho daño, y el tacto de la rugosa corteza bajo sus dedos despertó todos sus
instintos eoantrópicos de supervivencia: se subió a él. En lo alto había dos
ramas que salían en ángulo del tronco, y se apoyó en ellas, apretado contra la
sólida madera y con su arma preparada y apuntada hacia adelante. Nada le
molestaba ahora, y los sonidos nocturnos se hicieron más débiles y lejanos, la
oscuridad era completa, y al cabo de unos segundos comenzó a cabecear. Se
sobresaltó algunas veces, parpadeó, y finalmente se quedó dormido.
Ya brillaban
las primeras grisáceas luces del alba cuando abrió sus pesados ojos y parpadeó.
En una rama cercana estaba colgado un pequeño lagarto que lo contemplaba con
sus ojos como joyas.
- Je, je... de
verdad que estabas como un tronco - le dijo el chinger.
El disparo de
Bill abrió una cicatriz humeante en la parte superior de la rama, y luego el
chinger apareció de nuevo por debajo de la rama y se limpió meticulosamente la
ceniza de sus garras.
- Ojo con ese
gatillo, Bill - dijo -. Je, je... si hubiera querido te podría haber liquidado
en cualquier momento mientras estabas dormido.
- Te conozco -
dijo hoscamente Bill -. Eres Ansioso Beager, ¿no?
- Je, je... ¿no
te gusta encontrarte con viejos amigos? - un cienpiés pasaba a su lado y
Ansioso Beager, el chinger, lo agarró con tres de sus brazos y comenzó a
arrancarle patas con el cuarto y a comérselas -. Te reconocí, Bill, y quise
hablar contigo. Me he sentido mal desde que te llamé soplón, no hice bien. Tan
solo cumplías con tu deber cuando me denunciaste. Pero, ¿querrías decirme como
fue que me descubriste...? - dijo, guiñando un ojo en complicidad.
- ¿Por qué no
te vas a comer mierda, desgraciado? - gruñó Bill, y buscó en su bolsillo una
botella de jarabe para la tos. Ansioso Chinger suspiró.
- Bueno,
supongo que no querrás hablar de nada de trascendencia militar, pero espero que
quieras contestarme a unas preguntas. - Echó a un lado el cadáver desmembrado y
rebuscó en su bolsa marsupial, sacando una tablilla y un diminuto instrumento
de escritura -. Tienes que darte cuenta de que no escogí voluntariamente el
espionaje como profesión, sino que me obligaron a hacerlo en virtud de mi
especialidad, la exopología... ¿has oído hablar de esta ciencia?
- Una vez nos
dieron una charla de orientación, la hizo un exopólogo, y de lo único que sabía
hablar era de tipos y bichos extraterrestres.
- Sí, más o
menos es eso. Es la ciencia que estudia las formas de vida distintas a la
propia y, naturalmente, para nosotros el homo sapiens entra en esa
clasificación: es un bicho raro... - se ocultó a medias tras al rama cuando
Bill alzó el arma.
- ¡Ojo con lo
que dices, mamón!
- Lo siento,
tan solo es una forma de expresarse. Resumiendo, como me especialicé en el
estudio de tu especie, me enviaron como espía, en contra mía; pero esos son los
sacrificios que uno tiene que realizar en tiempo de guerra. No obstante, al
verte aquí, he recordado que hay una serie de preguntas y problemas aún sin
respuesta, y me gustaría tener tu ayuda para resolverlos, por pura curiosidad
científica, naturalmente.
- ¿Como cuáles?
- preguntó suspicaz Bill, vaciando la botella y lanzándola contra la selva.
- Bueno... je,
je... para empezar por algo simple, ¿que es lo que sientes por los chingers?
- ¡Muerte a los
chingers! - la pequeña pluma volaba sobre la tablilla.
- Pero te han
condicionado para que digas, eso. ¿Qué es lo que sentías antes de entrar en el
Ejército?
- Los chingers
no me importaban un pito - con el rabillo del ojo, Bill vigilaba un movimiento
sospechoso entre las hojas del árbol, arriba.
- ¡Estupendo!
Entonces, ¿podrías explicarme quién es el que nos odia a los chingers hasta el
punto de querer luchar contra nosotros una guerra de exterminio?
- Supongo que,
en realidad, nadie odia a los chingers. Es simplemente que no hay nadie más con
quien hacer la guerra, así que tenemos que hacerla con vosotros - las inquietas
hojas se habían separado y unos ojos alargados, colocados en una gran cabeza
plana, miraban hacia abajo.
- ¡Lo sabía! Y
esto me lleva a la pregunta verdaderamente importante: ¿Por qué os gusta a los
horno sapiens hacer la guerra?
La mano de Bill
se apretó sobre la culata de la pistola, mientras la monstruosa cabeza
descendía silenciosamente por entre las hojas tras Ansioso Chinger Beager. Estaba
unida a un cuerpo serpentina de un palmo de grosor y, aparentemente,
interminable.
- ¿Hacer la
guerra? No sé - dijo Bill, distraído por el silencioso aproximarse de la
gigantesca serpiente -. Supongo que es porque nos gusta. No parece haber otra
razón.
- ¡Os gusta! -
rechinó el chinger, saltando arriba y abajo excitado -. A ninguna raza
civilizada le pueden gustar las guerras: la muerte, el asesinato, la
mutilación, las violencias, la tortura y el dolor, para nombrar tan solo
algunos de los factores - concomitantes a la misma. ¡Vuestra raza no puede ser
civilizada!
La serpiente
atacó con la velocidad del rayo, y Ansioso Chinger Beager se desvaneció por su
espinosa garganta con tan solo un apagado gemido.
- Ajá...
supongo que no estamos civilizados - dijo Bill con la pistola dispuesta, pero
la serpiente siguió descendiendo. Al menos pasaron reptando cincuenta metros de
la misma antes de que apareciese y desapareciese la cola -. El maldito espía se
lo tenía bien merecido - gruñó feliz, y comenzó a descender.
Una vez en el
suelo, Bill comenzó a darse cuenta del mal lío en que se hallaba. El húmedo
pantano se había tragado todas las huellas de su paso de la noche anterior, y
no tenía ni la menor idea de en qué dirección se hallaba la zona de los
combates. El sol tan solo era una difusa luz tras las capas de nubes y niebla,
y notó un escalofrío repentino al darse cuenta de las escasas posibilidades que
tenía de hallar su camino de regreso. El área de invasión, de tan solo diez
kilómetros de lado, era un punto microscópico en la piel de este planeta. Y no
obstante, si no la encontraba, ya podía darse por muerto. Y si se quedaba allí
también moriría, así que, tomando lo que le parecía la dirección más
prometedora, inició la marcha.
- Estoy chafado
- dijo, y lo estaba. Unas pocas horas de arrastrarse por los pantanos no habían
hecho más que debilitar sus músculos, llenarle la piel de picaduras de
insectos, sacarle un litro de sangre gracias a las omnipresentes sanguijuelas y
vaciar la carga de su pistola al matar a una docena o así de las formas de vida
locales que lo querían como desayuno. También sentía hambre y sed. Y seguía
perdido.
El resto del
día siguió la pauta de la mañana, así que cuando el cielo comenzó a oscurecer
estaba al borde del agotamiento y había terminado su suministro de medicina
para la tos. Cuando subió a un árbol para encontrar un punto en el que
descansar, estaba aún más hambriento, por lo que cogió un excelente fruto rojo.
- Se supone que
es veneno. - Lo miró con suspicacia, y luego lo husmeó. Olía excelentemente. Lo
tiró lejos.
Por la mañana
todavía tenía más hambre.
- ¿Debería
meterme el cañón de la pistola en la boca y disparar? - se preguntó, sopesando
la pistola atómica en la mano -. Aún queda mucho tiempo para hacer eso. Aún
pueden pasar muchas cosas - y, sin embargo, no pudo acabar de creérselo cuando
oyó voces que venían por la jungla, voces humanas. Se ocultó tras la rama y
apuntó en aquella dirección.
Las voces se
acercaron, y también un sonido de cadenas. Un veniano armado pasó bajo el
árbol, pero Bill retuvo el fuego cuando otras figuras surgieron de entre la
niebla. Era una larga hilera de prisioneros humanos que llevaban al cuello las
argollas usadas para traer a Bill y a los otros al campo de trabajos forzados,
unidas por una larga cadena. Cada uno de los hombres llevaba una enorme caja
sobre la cabeza. Bill los dejó pasar por debajo y contó cuidadosamente los
guardianes venianos. Eran cinco más un sexto vigilando la retaguardia, y cuando
este estuvo bajo el árbol Bill se dejó caer sobre él, abriéndole el cráneo con
sus pesadas botas. El veniano estaba armado con una copia, hecha por los
chingers, del átomorifle standard, y Bill sonrió malévolamente cuando sostuvo
su familiar peso. Tras guardarse la pistola en el cinto, se deslizó tras la
columna, con el rifle a punto. Logró matar al quinto guardián poniéndose tras
él y reventándole la cabeza con la culata del rifle. Los dos últimos humanos de
la hilera lo vieron, pero tuvieron la suficiente cordura como para callarse
cuando se acercó sigilosamente al cuarto. Pero un estremecimiento de los
prisioneros o algún sonido casual puso en guardia al veniano, que se dio la
vuelta, alzando el rifle. Ya no había posibilidad de matarlo en silencio, así
que Bill le asó la cabeza y corrió tan de prisa como pudo hacia delante. Se
produjo un incrédulo silencio cuando resonó el disparo entre la neblina y Bill
lo llenó con un grito:
- ¡Cuerpo a
tierra... rápido!
Los soldados se
zambulleron en el barro, y Bill aguantó su átomorifle a la altura de la cadera
mientras corría, abanicando de un lado a otro, frente a él, como si manejase
una manguera, y manteniendo el gatillo en tiro automático. Una línea continua
de fuego cruzó el aire a la altura de un metro del suelo y formando un arco. Se
oyeron chillidos y gemidos entre la niebla, y al fin se agotó la carga del
rifle. Bill lo echó a un lado y sacó la pistola. Dos de los guardias que
quedaban estaban por el suelo, y el último estaba herido y solo pudo lanzar un
mal dirigido disparo antes de que también lo asase.
- No está mal -
dijo, deteniéndose y jadeando -. Seis de un total de seis.
De la línea de
prisioneros le llegaban débiles gemidos, y Bill ahuecó disgustado los labios
cuando vio los tres hombres que no se habían tirado al suelo al oír su grito de
aviso.
- ¿Qué pasa? -
le dijo a uno, moviéndolo con la bota. -. ¿Nunca habías entrado en combate? -
pero no le contestó porque estaba tostadamente muerto.
- Nunca... - le
contestó el de al lado, boqueando de dolor -. Llame al enfermero. Estoy herido,
hay uno al principio de la hilera. ¡Oh, oh, ¿por qué salí nunca de la Fanny
Hill?! Enfermero...
Bill frunció el
entrecejo al ver los tres balones dorados de un Cuarto Teniente en el cuello
del hombre, y luego se inclinó y le raspó algo del barro de la cara.
- ¡Tú! ¡El
oficial de lavandería! - gritó con ultrajada ira, alzando la pistola para
completar el trabajo.
- ¡No soy yo! -
gimió el teniente, reconociendo por fin a Bill -. ¡El oficial de lavandería se
fue, tragado por un desagüe! Yo soy tu amado pastor local que te trae las
bendiciones de Ahura Mazdah, hijo mío... ¿Has ido leyendo el Avesta cada día
antes de irte a dormir...?
- ¡Bah! - rugió
Bill; ahora ya no podía matarlo, así que caminó hasta el tercer herido.
- Hola Bill...
- le saludó una débil voz -. Supongo que ya he perdido mis antiguos reflejos...
No puedo culparte por haberme dado, tendría que haberme incrustado en el barro
como los otros...
- Maldita sea,
eso es lo que tendrías que haber hecho - dijo Bill, contemplando al familiar y
odiado rostro colmilludo -. Te estás muriendo, Deseomortal. Esta vez te ha
tocado.
- Lo sé - dijo
Deseomortal, y tosió. Tenía cerrados los ojos.
- Haced un
círculo con la cadena - gritó Bill -. Quiero aquí al enfermero.
La hilera de
prisioneros se curvó y miraron como el enfermero examinaba a los heridos.
- El teniente
solo necesita una venda - dijo -. Tan solo tiene quemaduras superficiales. Pero
a este tío de los colmillos le ha llegado la hora.
- ¿Puedes
conservarlo con vida? - le preguntó Bill.
- Por un
tiempo, aunque no puedo asegurar cuanto.
- Mántenlo en
vida. - Miró alrededor del círculo de prisioneros -. ¿Hay alguna manera en que
sacaros esas argollas? - preguntó.
- No sin las
llaves - le dijo un tosco sargento de infantería -, y los lagartos no las
traían. Tendremos que llevarlas hasta que estemos de regreso. ¿Cómo es que
arriesgaste el cuello para salvarnos? - preguntó con sospecha.
- ¿Y quién
quería salvaros? - resopló Bill -. Tenía hambre, y me imaginé que eso que
llevabais sería comida.
- Sí, lo es -
contestó el sargento, pareciendo ya más tranquilo -. Así se entiende el por qué
corriste el riesgo.
Bill abrió una
lata de raciones y hundió el rostro en ella.
CINCO
El muerto fue
cortado de su sitio en la cadena, y los dos hombres de delante y atrás del
herido Deseomortal querían hacer lo mismo con él. Bill razonó con ellos, les
explicó que lo más humanitario era cargar con su compañero, y estuvieron de
acuerdo con él cuando los amenazó con asarles las piernas si no lo hacían.
Mientras los encadenados comían, Bill cortó dos ramas flexibles y construyó una
camilla con tres guerreras que le dieron. Entregó los rifles capturados al
tosco sargento y a los soldados que parecían con más experiencia de combate,
guardándose uno para sí mismo.
- ¿Hay alguna
posibilidad de que podamos regresar? le preguntó el sargento, que estaba
limpiando cuidadosamente el agua del arma.
- Tal vez.
Podemos regresar por donde hemos venido, es fácil seguir las señales que hemos
dejado todos nosotros arrastrándonos hasta aquí. Tendremos que estar atentos
por si hay venianos, y cazarlos antes de que puedan correr la voz acerca de
nosotros. Cuando lleguemos donde podamos oír los combates, trataremos de hallar
un área tranquila... y de abrimos paso. Un cincuenta por ciento de
posibilidades.
- Eso es más de
lo que teníamos hace una hora.
- Ya lo sé.
Pero disminuirán si nos quedamos mucho tiempo aquí.
- Entonces
pongámonos en marcha.
El seguir la
pista fue aún más fácil de lo que Bill se había imaginado, y a primera hora de
la tarde oyeron los primeros sonidos de la lucha, un retumbar apagado en la
distancia. Habían matado instantáneamente al único veniano al que habían visto.
Bill detuvo la marcha.
- Comed todo lo
que queráis, luego tirad la comida - dijo -. Pasad la orden. Pronto tendremos
que marchar a toda prisa - fue a ver que tal estaba Deseomortal.
- Mal - jadeó
este, con la cara tan blanca como el papel -. Esto es el fin, Bill... lo sé...
ya he aterrorizado a mi último recluta... he cobrado mi última paga... he hecho
mi última guardia... hasta la vista, Bill... eres un buen compañero...
cuidándote de mí así...
- Me alegra que
pienses eso, Deseomortal, y tal vez quieras hacerme un favor. - Rebuscó por los
bolsillos del moribundo hasta que encontró su libro de notas de suboficial,
abriéndolo y garabateando en una de las páginas en blanco -. ¿Qué tal si me
firmaras esto, en recuerdo de los viejos tiempos...? ¿Deseomortal?
La gran
mandíbula colgaba abierta, los malévolos ojos rojos estaban desorbitados y
perdidos en el infinito.
- El sucio
mamón se me ha muerto antes - dijo disgustado Bill. Tras meditar por un
momento, mojó con tinta de la pluma la yema del pulgar de Deseomortal y la
apretó contra el papel para dejar la huella.
- ¡Enfermero! -
gritó, y la hilera de hombres se arqueó para que el enfermero pudiera llegar -.
¿Cómo está?
- Tieso como un
arenque - dijo el enfermero, tras un examen profesional.
- Antes de
morir me dejó en herencia sus colmillos, lo tengo aquí escrito, ¿ves? Son
colmillos verdaderos, hechos crecer en una probeta, y cuestan un fortunón.
¿Pueden ser trasplantados?
- Seguro,
siempre que se los arranquen y los congelen antes de que pasen doce horas.
- No hay
problema con eso, simplemente nos llevaremos el cadáver con nosotros. - Miró a
los dos camilleros y jugueteó con su arma, y no hubo protestas -. Mándeme aquí
a ese teniente.
El teniente
vino.
- Capellán -
dijo Bill, alzando la página del libro de notas -. Me gustaría tener la firma
de un oficial en esto. Justo antes de morir este hombre me dictó su testamento,
pero estaba demasiado débil para firmarlo, así que le puso la huella dactilar.
Ahora usted escriba que lo vio hacerlo y que todo está bien y es legal, y firme
con su nombre.
- Pero... no
podría hacer eso, hijo mío. No vi como el fallecido dictaba su testamento y
Glummmmp...
Dijo Glummmmp
porque Bill le había metido el cañón de la pistola atómica en la boca y lo
estaba haciendo girar con el dedo vibrando sobre el gatillo.
- Dispara -
dijo el sargento de infantería, y tres de los hombres, que podían ver lo que
estaba pasando, aplaudieron. Bill retiró lentamente la pistola.
- Tendré gran
placer en ayudar - dijo el capellán, arrebatándole la pluma.
Bill leyó el
documento, gruñó satisfecho, y luego se acuclilló junto al enfermero.
- ¿Estás en el
hospital? - le preguntó.
- En efecto, y
si logro regresar no voy a salir de él nunca más. Tuve la mala suerte de estar
recogiendo heridos cuando se produjo el ataque.
- He oído que
no se llevan a ningún herido. Que solo los ponen en condiciones y los devuelven
a la línea de fuego.
- Oíste bien.
Esta va a ser una guerra difícil de sobrevivir.
- Pero deben de
haber algunos heridos demasiado graves como para volverlos al servicio activo.
- Son los
milagros de la medicina moderna - le contestó el enfermero, mientras se
enfrentaba con un pastel de carne deshidratado -. O te mueres, o te han puesto
bueno en un par de semanas.
- ¿Y si a uno
le vuelan un brazo?
- Tienen un
congelador lleno de brazos viejos. Te cosen uno y bang, de vuelta al servicio.
- ¿Y que tal
con los pies? - le preguntó Bill preocupado.
- ¡Tienes
razón... me olvidé! Hay escasez de pies. Tenemos a tantos tíos sin pies que se
nos están acabando las camas. Habían comenzado justamente a sacarlos del
planeta cuando me capturaron.
- ¿Tienes
algunas píldoras contra el dolor? - le preguntó Bill, cambiando de
conversación. El enfermero sacó una botella blanca.
- Tres de estas
y te reirías mientras te estuviesen cortando la cabeza.
- Dame tres.
- Si por
casualidad ves a un tipo que le hayan volado un pie, lo mejor será que le ates
algo alrededor de la pierna, por sobre la rodilla, para cortar la hemorragia.
- Gracias,
compañero.
- De nada.
- Pongámonos en
marcha - dijo el sargento de infantería -. Cuanto antes lo hagamos, más
posibilidades tendremos.
Ocasionales
relámpagos de los átomorifles quemaban el follaje por encima de ellos, y el
estampido seco de las armas pesadas hacía agitarse el barro bajo sus pies.
Caminaron paralelamente a la línea de fuego hasta que este hubo cesado, luego
se detuvieron. Bill, que era el único no encadenado, se adelantó en
reconocimiento. Las líneas enemigas parecían poco densas, y encontró un lugar
que parecía ser el mejor para atravesarlas. Luego, antes de regresar, se sacó
una fuerte cuerda que había tomado de los paquetes y se hizo un torniquete
sobre la rodilla derecha, apretándolo con un palo, tragándose luego las tres
píldoras. Se quedó tras unos espesos matorrales cuando llamó a los otros.
- Todo recto, y
luego a la derecha por entre esos árboles. Vamos... ¡rápido!
Bill abrió la
marcha hasta que los primeros hombres pudieron ver las líneas al frente. Luego
gritó:
- ¿Qué es esto?
- y se introdujo entre el espeso follaje ¡Chingers! - gritó, y se sentó con la
espalda recostada en un árbol.
Tomó buena
puntería con la pistola y se voló el pie derecho.
- ¡Movéos, rápido!
- aulló, y escuchó el estrépito de los asustados hombres entre la maleza. Lanzó
lejos su pistola, disparó al azar hacia los árboles unas cuantas veces, luego
se irguió. El átomorifle le servía bastante como muleta para cojear, y no tenía
mucho camino que recorrer. Dos soldados, que debían ser bisoños o habrían
sabido mejor lo que se hacían, salieron de sus refugios para ayudarle.
- Gracias,
compañeros - jadeó, y se desplomó al suelo -. La guerra es un puro infierno.
EPILOGO
La música
marcial creaba ecos en la ladera de la colina, rebotando en las aristas rocosas
y perdiéndose en las silenciosas sombras verdes bajo los árboles. Girando la
curva, marcando orgullosamente el paso entre el polvo, llegó el pequeño desfile
a cuya cabeza se encontraba la magnífica forma del robot-banda. El sol se
reflejaba en sus doradas extremidades y parpadeaba en los metálicos
instrumentos que tocaba con tanto entusiasmo. Una pequeña formación de robots
surtidos rodaba y traqueteaba tras él, y cerrando la columna iba la solitaria
figura del canoso sargento reclutador, marchando solitario, con las hileras de
sus medallas tintineando. Aunque el camino era liso, el sargento trastabilleó
de pronto, casi cayendo, y se puso a blasfemar con toda la experiencia de los
largos años de oficio.
- ¡Alto! -
ordenó, y, mientras su pequeña compañía frenaba hasta detenerse, se recostó
contra la pared de piedra que bordeaba el camino y se arremangó la pernera
derecha de su pantalón. Cuando silbó, uno de los robots se acercó rápidamente y
le presentó una caja de herramientas, de la que el sargento tomó una gran llave
inglesa, con la que se apretó una de las tuercas del tobillo de su pie
artificial. Luego le echó unas gotas de aceite a una juntura y volvió a bajarse
la pernera. Cuando se irguió, se dio cuenta de que una robomula estaba tirando
de un arado tras la verja, con un robusto mocetón pueblerino guiándola.
- ¡Cerveza! -
ladró el sargento, y luego -: El lamento de un espacionauta.
El robot-banda
inició los compases de la suave melodía de la vieja canción, y para cuando el
surco llegó hasta los límites del campo ya estaban sobre la cerca dos jarras de
cerveza helada.
- Esa es una
bonita canción - dijo el campesino.
- Bebe una
cerveza conmigo - dijo el sargento, echando en la jarra un polvillo blanco de
un paquete que tapaba con la mano.
- No me
importaría hacerlo, hoy hace aquí más calor que en el in...
- Dilo
tranquilamente: infierno. Ya he oído antes esa palabra.
- A mami no le
gusta que diga palabrotas. Vaya si tiene usted unos dientes largos, señor.
El sargento
hizo resonar un colmillo.
- Un tiparrón
como tú no debería preocuparse por algunas palabrotas más o menos. Si fueras
soldado, podrías decir infierno, o hasta mamón, todas las veces que quisieras.
- No creo que
desee decir nada como eso - se ruborizó, a pesar de lo curtido de su rostro -.
Gracias por la cerveza, pero ahora tengo que seguir arando. Mami me dijo que
jamás tenía que hablar con los soldados.
- Tu mami tiene
razón, hijo. La mayor parte de ellos son un rebaño de sucios borrachos y
blasfemos. Escucha: ¿te gustaría ver una foto que tengo de una robomula nueva
que puede funcionar 1.000 horas sin que tenga que ser lubrificada? - el
sargento echó la mano hacia atrás y un robot le puso en ella un visor.
- ¡Eso sí que
suena interesante! - el pueblerino se llevó el visor a los ojos y miró por él,
y se puso aún más encarnado -. Esto no es una mula, señor, es una chica, y sus
ropas son...
El sargento
extendió rápidamente la mano y apretó un botón en lo alto del visor. Algo hizo
trunk en su interior, y el campesino se quedó quieto, rígido y paralizado. No
se movió ni cambió de expresión cuando el sargento le quitó la pequeña máquina
de entre sus paralizados dedos.
- Toma esta
pluma - le dijo el sargento, y los dedos del otros se cerraron sobre ella -.
Ahora firma en este documento, justamente debajo de donde dice firma del
recluta... - la pluma rechinó, y un repentino chillido traspasó el aire.
- ¡Mi Charlie!
¿Qué le está haciendo a mi Charlie? - una vieja mujer de pelo blanco gimió
mientras llegaba corriendo por la colina.
- Su hijo es
ahora un soldado para mayor gloria del Emperador - dijo el sargento, haciéndole
una seña al robot sastre.
- ¡No... por
favor! - suplicó la mujer, agarrando la mano del sargento y regándola con sus
lágrimas -. Ya perdí un hijo... ¿no es eso bastante...? - Parpadeó entre las
lágrimas, y luego parpadeó de nuevo -. Pero tú... ¡tú eres mi hijo! ¡Mi Bill
que ha vuelto a casal Te reconozco a pesar de esos dientes, y de las
cicatrices, y de esa mano negra y del pie artificial. ¡Una madre nunca olvida!
El sargento
miró con el ceño fruncido a la mujer.
- Creo que tal
vez tenga razón - dijo -. Ya me pareció que el nombre de Phigerinadon II me
sonaba familiar.
El sastre robot
había cumplido con su tarea, la guerrera de papel rojo brillaba orgullosa al
sol, las botas unimoleculares resplandecían.
- ¡A formar! -
gritó Bill, y el recluta saltó la tapia.
- Billy,
Billy... - gimoteó la mujer -, ¡este es tu hermanito Charlie! No irás a
llevarte a tu propio hermanito al Ejército, ¿no?
Bill pensó en
su madre, y luego pensó en su hermano menor Charlie, y luego pensó en el mes
que le quitarían de su período de servicio por cada recluta que llevase, y dio
al momento su respuesta:
- Sí - dijo.
La música
resonó, los soldados marcharon, la madre lloró, como siempre han hecho las
madres, y la marcial pequeña formación marcó el paso por el camino, sobre la
colina, y se perdió de vista en el atardecer.
FIN